jueves, 16 de octubre de 2008

La absurda brillantez de lo que se ha extraviado

He descendido hasta aquí porque mi vida es vacía.
Raúl Zurita, Las ciudades de Agua.
Decidir si la poesía de Moisés Ramos Rodríguez es apocalíptica o postapocalíptica, depende de los ojos con que el lector se aproxime al poema, o se aprojime al poeta, si se nos permite el cambio de grafía para enfatizar los efectos poéticos e inmediatos de Olvido es nuestro nombre. De lo que no hay duda es de la posibilidad –y casi necesidad- de inscribir esta obra en la tradición que va desde los profetas radicales –como Ezequiel, Daniel y Zacarías- que criticaron los abusos e injusticias del sistema político-económico del lejano Israel, hasta los no tan distantes vanguardistas e irreverentes Huidobro y Lugones, pasando desde luego por el poema canónico de Juan de Patmos y los apócrifos de Henoc, Isaías y otros heterodoxos marginales en cuyas letras sigue latiendo el reclamo incesante hacia quienes se arrogaron lo que a todos pertenecía y lo pervirtieron obnubilados por el poder, o como diría Moisés, no el bíblico, sino nuestro autor, en el canto II:

(Aquellos que) a dentelladas arrancaron la mano del poeta
Los mismos que aplicaron ácido a los ojos del pintor
Temiendo en él al retratista de la alma verdadera.

Y luego:

Son quienes alimentan al siglo aún recién nacido con vómito y estiércol,
Con frutos de magma y la ceniza.
Los que oyeron batir las alas de los ángeles
Los derribaron,
Lo arrojaron sobre esta
Su casa nueva
Una vieja sábana de esterilidad sin calma.
Leo y releo estos versos y me pregunto si señalan a los ilustrados del siglo XVIII o a los idólatras de las ciencias exactas; a los dictadores que han arrebatado con las letras para negarle al pueblo una auténtica democracia; a los tecnócratas, a los docentes que no supieron orientar a generaciones enteras hacia los deleites de la naturaleza mientras se degradaba la tierra, o si constituye una diatriba contra los falsos profetas de la cultura, los funcionarios ineptos que cobran en la nómina de los gobiernos como promotores pero no son sino bestias de dimensiones bíblicas y apellidos cercanos, familiares.

Los palimpsestos o referencias formales hacia las obras de cariz apocalíptico saltan –como se dice- a la vista y al oído. Sonidos de trompeta. Cánticos. Danzas. El Mar muerto, la inamovible Jericó, el Gólgota, nos remiten a la narración de destrucciones anteriores a todo tiempo histórico aunque, lo sabemos, no son ya los mismos paisajes desolados, ni el mismo sentido el que le imprime a las palabras quien ahora toma la voz para contar calamidades. Hasta la sapiencia del Qohelet se ha transformado en “nada nuevo bajo este ocre sol”. Las figuras angélicas y la presencia del anciano recuerda a los instructores y acompañantes de los apocaliptistas durante el éxtasis en que contemplan las visiones que a otros son negadas. Pero esta vez el silencio estremece a quien los contempla: no hay justos ni impíos; ni premio ni castigo. Pasó inadvertido el juicio, si es que lo hubo. No hay nada. (Doble negación que en lingüística a diferencia de la lógica y las matemáticas no implica afirmación, sino el vacío más absoluto). Y en ese marco, los signos como el fuego enredado en el peso de la noche, las lenguas achicharradas, las rocas igneas, las piras, y la ardiente y fresca lava terminan por dar colorido y relieve al instante en que el humus, lo humano, ha sido llevado al límite.

Con estos detalles quedan establecidas las primeras semejanzas del poemario publicado el año pasado al amparo del arcángel San Miguel, quien aparece cada vez que se abre el libro como custodio de las palabras en las páginas. La iconografía del diseño editorial es interesante, no sólo por el contexto en que nos sitúa, sino porque en tanto que el grabado aludido forma parte de la obra como umbral, aporta sentido: El comandante supremo de las huestes celestiales no ha desenfundado la espada para cortarle la cola al diablo, sino que porta en la diestra el madero redentor y en la izquierda, la palma del martirio. Este gesto revela un estado en el que ya no es necesaria la violencia hacia el otro, el enemigo, el maligno, el rebelde que hizo del desacato su forma de existir... ¿Para qué castigar si en ello no va la corrección? Ya el tiempo del exterminio y la purificación ha pasado, pareciera decir quien desde una nube mira hacia el vacío. Lo cual se confirma en el cuanto IV:

“no hay otro infierno / no hay otros ángeles caídos”.

Ya no estamos para batallas inútiles.

Pero no basta con señalar que el texto es presentado como el producto de una experiencia extática reveladora –posible gracias a la contemplación desde fuera del lugar y del tiempo conocido- y que ve en la catástrofe la posibilidad última (y acaso única) de superar una crisis, ya para volver al origen, ya para construir una nueva realidad social, por lo general de orden trascendente. Conviene recordar que los Apocalipsis utilizan también el lenguaje simbólico como mecanismo integrador del discurso crítico, de modo que en la palabra convergen la crisis que se vive, la revisión de la historia criticando a las instituciones y sus prácticas decadentes, así como el proyecto ético o moral que la resolvería, desde la óptica del autor. Así, y en el momento en que nos encontramos, la crisis en que nace el Apocalipsis de Moisés Ramos es la posmodernidad, en la que se dice, atestiguamos la disolución del sujeto, la pérdida de certezas y el fin de la historia lineal, entre otras deconstrucciones. Es aquí, entonces, donde se halla la respuesta la duda inicial. Explico:

La poesía de Moisés Ramos Rodríguez es postapocalíptica desde un horizonte moderno, pues en la sucesión lineal nos coloca en un tiempo de ceniza detrás de la devastación y en medio del caos, cuando la última palabra ha sido pronunciada y no queda “nada que mostrar”, el juicio definitivo se ha ejecutado. Pero leído desde la posmodernidad, Olvido es nuestro nombre goza aún –aunque de poco sirva- del estatus de Apocalipsis pues existe una profunda crisis de la verdad que impide “establecer una línea entre uno y otro ángel abrasado”, el tiempo ha dejado de ser sucesivo para devenir eterno presente “Y sin futuro”, el final ha sucedido sin que nos diéramos cuenta.
No hay escape
Todo ha pasado
Desde hace siglos...
Y más adelante,

Todo ha pasado hace siglos:
Ni ayer ni porvenir
Sólo estar hoy petrificados

La modernidad desacralizó el mundo y la posmodernidad aún no nos ha devuelto las alas. En cuanto al éthos -pues de los causantes del deterioro del mundo ya se hablado- las relaciones sociohumanas no pueden ya fundarse en máximas reveladas ni razonamientos consensuados. Si algo puede enfrentarnos al otro, ponernos cara a cara, es, curiosamente, lo negado. Todo pasó, sí. Pero aquí estamos. Y todavía “Chillidos de gastritis y de flatos / rozar de lenguas como lijas / es lo que el difunto vecino oye sobre nuestro cuerpo”. Somos bruma, ceniza bajo un cielo negro. Permanecemos sin embargo, sin saber si “¿Ángeles aún han de llamarnos?”. Pero estamos (al menos como ilusión).

El desencanto estremecedor y conmovedor en las páginas de Olvido es nuestro nombre resulta natural, pues un Apocalipsis contemporáneo basado en la experiencia de que se nace solo, se muere solo, se vive solo, se sobrevive a si mismo en una soledad tan cruel como inevitable no podría apuntar hacia la ingenuidad inocente del tiempo antes del tiempo, sino a la conciencia de que los remedios son imposibles. Se agradece, por tanto, a Moisés, además de la generosidad y la sinceridad de su poesía con la que cultiva este “placer apocalíptico” del que Rafael Argullol ha señalado que es indispensable para algunos que no podríamos vivir sin la experiencia literaria del final. Pero sobre todo se agradece que al situarnos en un momento posterior a la catástrofe ocurrida “decenas de cientos de siglos hace” -con lo cual nos revela la historia rota, la existencia de la humanidad dislocada, frágil y fragmentada-, nos salve al final, con sus versos, del odio y la violencia. No hay necesidad de degollar a los soberbios y los infames, ni vale la pena probar virtudes en el crisol. Sólo nos queda atestiguar que todo es nada y viceversa, porque “Olvido es nuestro nombre / Olvido el apellido nuestro”.

4 comentarios:

  1. El título del libro me parece interesante, así como la temática. Considero de vital importancia que un profe que imparte la clase de computación nos invite a conocer nuevas cosas y que no se límite.
    La poesía es un arma contra la realidad, pero ello no significa que la olvide, al contrario parte de ella para mitificarse.

    ResponderEliminar
  2. Y sin embargo el hombre se sigue maravillando del punto crítico en el cual el mundo hallará su extinción, ¿Qué habrá más allá del Apocalipsis?, no lo sabemos aún, mortales dichosos que logren sobrevivir terminando ese holocausto, donde (como en el libro de los Muertos) los corazones serán probados y medidos con justicia. El escritor lo ha expresado muy bien cuando menciona el asesinato por parte de una cultura y sociedad comercial hacia el arte, lo ofusca, lo mata, lo hierve y lo sirve ha los dueños del mundo, como un manjar prohibido, como un dulce placer culpable. Por lo que he entendido también el Apocalipsis (como menciona el texto que esta muy bien estructurado por cierto) lo muestra como una crítica social, una esperanza al oprimido que se haya cargado de la pesadez de las injustias que contra él se conjuran, las personas hayan en el Apocalipsis su redención, una meta, (yo lo creo). Y la destrucción como único método para volver a comenzar se me hace lo más correcto, el fuego purifica, sana, mata y deja el terreno preparado para una nueva creación, así cómo Shiva destruye para construir nuevos cimientos. Particularmente la poésia se me hizo de lo más nostalgica, perdidos sentimientos en un estado de caos perpetuo, preserva aquello que en verdad representa el fin, la conclusión, el recuerdo y el olvido.

    ResponderEliminar
  3. No soy fan de la poesía pero el título del libro atrapó mi atención desde el inicio, para después desear leer la reseña con el epitafio con el que comenzó la reseña.
    Sin duda alguna un giro a la poesía con ésta visión apocaliptica es muy del mundo posmodernos que vivimos, la noción de un mundo donde se pierde la otredad nos hace pensar que olvido es nuestro nombre.

    ResponderEliminar
  4. Por cierto profesor mi nombre es ELizabeth Galindo de la sección 281.

    Saludos.

    ResponderEliminar