viernes, 3 de octubre de 2008

La defensa del Quinto Sol

Finalmente no impartí clases de Historia de México este semestre. Fue algo circunstancial. Sin embargo, no deja de interesarme la “revisión del pasado”, la construcción y el análisis de un discurso coherente que integra una serie de factores, actores y acontecimientos seleccionados de manera más o menos arbitraria y de tal modo que permitan establecer un modelo de interpretación que funcione como referencia para el entendimiento del entramado social, económico y político: un ejercicio de lógica e imaginación.

En este contexto, ha sido agradable leer el Cuauhtémoc (Planeta, México, 2008) de Pedro Ángel Palou, una novela de esas que vale la pena tener a la mano cuando uno viaja en avión alrededor del mundo, en los momentos en que uno se pregunta si por casualidad el ayer tiene algo que ver con el hoy, o cuando uno posee la firme convicción de que en momentos de crisis muchas cosas pueden perderse, excepto la dignidad. Si hubiera impartido la materia, no habría dudado en recomendar a mis alumnos la lectura de este texto, que forma parte –junto con Zapata y Morelos- de una indagación literaria en torno a los orígenes de eso que llamamos México.



Esta vez le toca a Ocuilin, un enano huasteco, bufón, paje, criado, narrar el pasado para mostrarnos al protagonista ausente: un personaje difícil que hacia el final de la vida atestigua el fracaso, fatalidad del destino: "[c]omo sacerdote sabía que era necesario acatar la voluntad de los dioses, como emperador el bien de sus súbditos había buscado sin éxito, y como guerrero ya preso no servía de mucho". Una voz narrativa muy culta para ser la de un indígena cuyo pueblo ha sido aniquilado –dirán de inmediato los críticos-, poco creíble para quienes esperan la visión del marginado. Desde luego que no es la voz del Otro, el eco de las naciones originarias subyugadas, el punto de vista de aquel a quien le ha sido arrebatada la palabra. No. Son la cultura y la elocuencia de Palou las que se evidencian en el texto. Pero el escollo se salva hábilmente: Ocuilin, cuyo testimonio "fiel a la memoria" tiene en sus manos el lector, se confiesa viejo, alfabetizado, cercano primero a Cuauhtémoc, y luego a los letrados venidos del otro lado del mar, pero con una diferencia que le permite sostener lo que otros no han dicho: “No escribo esto –afirma el nativo-, como tantos otros, para obtener falsas dádivas de la Corona o de capitán alguno. Lo hago para que quede memoria, recuerdo.”

Esta irreverencia, la desmitificación constante sustentada en documentos y el ejercicio narrativo siempre distinto en cada novela, son en conjunto como una firma de Pedro Ángel. Palou es un autor prolífico, pero no le gusta repetirse: libro tras libro el escritor se reinventa. A tal grado se diferencia la voz en cada obra que pudiera firmar los diversos títulos con un nombre diferente, sin embargo, además de lo que aquí he apuntado como el signum del poblano, habrá que consignar las obsesiones literarias que se filtran, en prácticamente todo lo que ha publicado hasta la fecha: el dolor, la escritura y la memoria. ¿Cómo olvidar a Andrés evocando a Mónica en Qliphot: "no soporta la punzada de este recuerdo. Entonces la escribe"? ¿Cómo no recordar a Maia, contando para comprender la trágica historia de dolor y pérdida de Adriana Yorgatos en Casa de la Magnolia? ¿Cómo no pensar en el cuaderno del Baby Sifuentes? Cuauhtémoc no es la excepción. Sirvan las siguientes citas para confirmar la combinación de dolor extremo con la necesidad de recurrir a las letras para luchar contra el olvido:

"El suelo con sangre, los dioses decapitados, y las calles usurpadas por gente que no viene de los templos."

“No puede haber muerte después de la muerte, ni dolor más punzante que el dolor. ¿Cómo salvar algo, una pluma de quetzal o un último pedazo de carne en medio de lo que se ha perdido?”

*
"No empecé a escribir estos folios del infortunio por gusto."

"Aunque las palabras de la lengua de ustedes, lo sé ahora, sirvan sólo para engañar y para mentir y herir, como macanas filosas llenas de puntas de obsidiana sus palabras.”

*
"Es mi memoria rota y maltrecha sólo escrita para desmentir a los perros que me han antecedido en sus recuerdos y han dicho cosas muy falsas y oscuras"

"Hasta las victorias son de otros. Por eso escribí esto, porque es de lo único que soy dueño yo, de mi memoria. De mis recuerditos que tampoco sirven cuando se está viejo y enfermo.”

¿No es la muerte también el olvido?

*
Sobra decir que estas obsesiones, dolor, escritura y memoria, están estrechamente ligadas:

“Lo único que nos queda es la memoria, razón que me ha bastado para escribir estas fojas hechas de su materia, de retazos de memoria que poco me alegran. Siempre, como ahora que escribo, me llenaban de tristeza, me llevan a las lágrimas, me crispan de rabia y me incitan a la furia y a la acción.”

Y ya para terminar, apuntaré también que el libro viene acompañado por un Dramatis personae, una cronología, cuatro mapas, una constancia de hechos y una bibliografía muy útil para seguir buscando a Cuauhtémoc.

1 comentario:

  1. Me sorprende que en esta reseña no se mencione las constantes faltas de ortografía en el libro.

    Una lástima que el autor, que se jacta de ser rector de una Universidad privada no repare en detalles tan mínimos, como el hecho de que en más de cuatro ocasiones aparece la palabra "Cuauhutémoc" cuando debería de ser Cuauhtémoc.

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