domingo, 23 de noviembre de 2008

Los fantasmas y la vida

¿Y si el amor fuera sólo eso? Una espera ilusionada en donde la otredad es la tierra prometida: siempre deseada, dolorosamente inasible; pero real. Una intuición confiada, generosa, desprendida; pero de suyo incierta. Un sueño con los ojos abiertos, una dulce caída que no termina por ser conciencia, una inmensidad de cielo, pero breve maravilla.

Y si el amor fuera el nombre de lo indecible, la insinuación de lo sagrado bajo la piel de una mujer, un destello de gracia e inocencia al fin y al cabo traicionadas, porque es –en ciertos días y precisas noches, se admita o se niegue- lo que todos “quisiéramos sentir” pero llega siempre imprevisto, invisible, imperativo, para alejarse dejando sólo huellas de extrañeza, ecos de nuestra propia nada, rosas secas sobre las sábanas donde floreció la locura, voces de nostalgia, cenizas de dolor y amargura…

Y si el amor se acaba después “[d]e nuestras noches largas, / de muchos sueños compartidos / de esperanzas en el mañana” como confiesa José Gerardo Landero Ordaz en uno de sus poemas, incluidos en Los fantasmas de mi vida (Puebla: edición de autor, 2008)... ¿Y sí fuera así? ¿Escribir o describir el beso y la caricia, entonces, para qué?

La poesía, que una mañana presagia el encuentro, que celebra el cruce nocturno de miradas, viene al día siguiente para salvarnos de la propia muerte, asiste a curarnos del desamor, acude a tonificar las fibras más íntimas de la humanidad amenazada al tiempo que nos lleva a desandar los pasos. La poesía nos hacer perseverar en la existencia, tal como lo sugiere Gerardo en su ópera prima, cuando en la última página sentencia: “Te voy a arrancar de mi alma / porque has empezado a arruinar mi vida”. La poesía que es voz del deseo, canto del furor divino, descubrimiento de uno mismo, también es conjura y exorcismo: re-velación de fantasmas.

Y doy por hecho que no han sido pocos los fantasmas con los que ha tenido que luchar Gerardo, a quien conocí en uno de mis talleres de redacción, para compartir un poemario que fue escrito hace treinta y tres años y que ahora, revisitado, adopta la forma de libro en el que se incluyen, como lo afirma él mismo, con razón, en la “Bienvenida”, “[o]raciones / que salen del fondo de(l) corazón”.

En sus palabras se contemplan diversas caras de esta realidad tan contradictoria como humana. Hay que decirlo: su poesía constituye un atrevimiento. Sí. Porque para hablar del amor hay que explorarlo y exponerlo exponiéndose a sí mismo. Porque otros ya lo han intentado y podríamos con facilidad repetirlos. Porque en un mundo complejo, apuesta al lenguaje inmediato, directo y sencillo. Tan fácil como decir “Te amo / Con mis cinco sentidos, / con esas letras / que tú has encendido”. Pero sobre todo es atrevido porque a partir de hoy tendrá que pagar el precio de exhibir lo que había convertido en un secreto: los reflejos de mí mismo.

Hilvanando confesiones, ruegos y nostalgias nos permite acompañarlo y ser testigos de la expectativa en que puede “mirarte sin que tú ni yo sepamos / que nuestras miradas serán la flama / que incendie nuestras almas”, lo mismo que trasladarnos del desencanto de la realidad del sueño al sueño de la realidad en que es preciso volver a "despertar / y luchar por alguien que es desconocido, / que es invisible, que ha estado ahí”. En fin, esta poesía es un vaivén en busca de lo Infinito. No es extraño, entonces que la búsqueda de amor derive en sentimiento religioso. De hecho, según Robert Graves, el autor de La Diosa Blanca, en lo sagrado está el origen no sólo de la poesía, sino del lenguaje.

El tono y el sentimiento de la oración es innegable:
Quiero pedirte algo especial
quiero poner en tus manos a la persona
de la que algún día estaré enamorado,
con quien compartiré mi vida entera.


Y hasta el ritmo anafórico, al estilo de las letanías, viene al poema:
Te pido que la bendigas, la cuides y la ayudes,
dondequiera que ande.
[...]
No permitas que nada dañe
su capacidad de amar.
[...]
Dondequiera que se encuentre,
bendícela y llénala de amor.

Y si en estos versos hay conciencia de que el amor es una forma de estar ante lo sagrado, su encarnación, la forma palpable de lo divino, el contacto con la trascendencia no puede ser para el poeta otra entidad que la mujer.
La mujer cuando aún no llega a nuestra vida.
La mujer cuando es el ángel que llena las noches placenteras de felicidad.
La mujer ida que vuelve como recuerdo al mirar su rastro indeleble.
La mujer, de un rango superior, en quien se reconoce la acción de Dios. Diría que es un ánimo erótico y místico, pero sobre todo reflexivo, el que lleva a Gerardo a imaginar sonrisas, ojos y “bocas pequeñas que se antoja morder”. Una poesía que busca el origen de las palabras porque sabe
que todo es
pequeño en comparación a lo que
significa

Y si hay atrevimiento, como antes dije, es porque hay valentía. A lo único que teme, es que el amor sea devorado por el olvido.

¿Pensarás en mí?
¿Seré algún día tu recuerdo?
[...]
Y así,
¿Pensaré yo en ti?

¿Y si el amor fuera sólo un destello? ¡Queda la poesía para conservar su huella!


* Este texto fue leído en la presentación del libro, en marzo de 2008.

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