sábado, 16 de mayo de 2009

Entre el vacío y el frenesí

Si no entiendo mal, en psicología la palabra ‘complejo’ alude a un conjunto de emociones o ideas que interactúan estableciendo vínculos en torno a un núcleo emotivo/cognitivo. El núcleo es arquetípico, las relaciones más o menos inconscientes y las expresiones de los sentimientos y los pensamientos constituyen rasgos típicos, distintivos y característicos, del complejo. En ese sentido se trata de un patrón o modelo de interpretación plenamente identificable. No es extraño que para bautizarlos se haya echado mano de nombres de personajes de la literatura, cuya descripción es tan humana que resulta emblemática. El préstamo puede ser recíproco. Así, José Mariano Leyva toma un concepto desarrollado en el campo de la psicología para aplicarlo a la crítica literaria en su libro El complejo Fitzgerald (México: Fondo Editorial Tierra Adentro, 2008) en el que “analiza a un grupo de autores” que a pesar de sus diferencias (nacionalidad, lengua, fecha de nacimiento) coinciden en varias cosas como el hecho de publicar “un libro de importante circulación en su juventud”. La muestra incluye a Bret Easton Ellis, Irvine Welsh, Douglas Coupland, Chuck Palahniuk, Frédéric Beigbeder. Además de Alex Garland, Marie Darrieussecq y Elizabeth Wurtzel.

El primer rasgo característico de este complejo que, a diferencia de la mayoría toma el nombre de un escritor y no de un personaje, es la juventud: la edad de los autores en el momento en que conocieron el éxito: “Ninguno superaba los cuarenta años y varios se encontraban en la década de los veinte”. Pero eso no es lo determinante, también el hecho de comprender y expresar a sus contemporáneos, como sucedió con Francis Scott Fitzgerald, quien “siempre será recordado como el epítome del joven escritor del siglo XX” y cuya forma de vida ha sido considerada un paradigma pues logró una difícil coincidencia: “El ego del escritor correspondido, sin haber renunciado a sus ideales”. En este modelo hay que resaltar su diagnóstico crítico de una sociedad decadente, la “necesidad de dar fe y describir cómo el mundo se está desmoronando” sin el afán de ofrecer un juicio total y definitivo, aunque, permitiéndose, de cuando en cuando “sermonear a la gente”; actitud moralizante que no impide la búsqueda de la ilusión amorosa ni el desfogue erótico. El complejo no queda bien delineado si la combinación de juventud, literatura e impacto comercial excluye “ que lo escrito se convierta en algo significativo en los jóvenes lectores”. Otras palabras, el complejo se advierte si el productor textual y sus lectores comparten exitosamente sentimientos, enojos y preocupaciones, convirtiéndose el autor en “exégeta de su tiempo”.


El libro se divide en dos partes, LA REALIDAD A TRAVÉS DE LA LITERATURA y LA LITERATURA A TRAVÉS DE LA REALIDAD. La interacción entre la vida cotidiana y la ficción entran en juego a lo largo de los capítulos, donde se aprecia que los autores examinados no copian, no calcan ni repiten la vida, la iluminan con la creación literaria. En la primera parte se estudian los temas incluidos en las novelas y la forma en que son tratados por los escritores, comenzando por el amor. El testimonio de Frédéric Beigbeder, entre “sarcasmos y autocríticas” -sugiere Leyva-, es una lectura de “su propia vida, de su fracaso amoroso, y [su] necesidad de analizar ese desengaño”. El amor va perdiendo poder socializante en nuestro tiempo. Si “algunos autores anteriores al grupo definido han colocado al amor como el último axioma de civilización viable”, el grupo señalado atestigua que está siendo relegado: “El amor en pareja, ese extravagante pacto entre dos personas, no sólo resulta molesto, sino insostenible a ojos de las generaciones que han nacido a partir de los sesenta”. El amor se ha desligado del sexo, tal como se observa en el resumen que José Mariano hace de un texto de Houellebecq:


El amor tiene demasiados inconvenientes: hay que formar una cotidianidad, hay que comprometerse por más mínimo que sea el trato, hay que soportar una aburridísima monogamia, o cubrir muy bien la infidelidad. El amor es un trabajo que no termina. Es una monserga. El sexo no pide mucho, y si viene embutido en el frasco de la prostitución, resulta aún mejor. ¿Para qué fomentar un sentimiento tan poco satisfactorio como el amor?


La realidad se sobrepone al amor, o a la idea de amor occidental, o a la configuración cultural a que se refería. Se está disolviendo sin posibilidades de regreso. Lo ordinario es muy diferente de lo que se muestra en las pantallas: “La vida en pareja está más que pasada de moda”.


El aburrimiento es otra nota de época. Al hastío también contribuye “el exceso de información [que] se opone a la memoria, a la introspección y muchas veces al sentido común”. Oscilamos entre el vacío y el frenesí de la saturación. La información abunda perdiendo los contornos y las diferencias. “Ya no leemos artículos. Leemos publicidad”. El contenido pierde su valor frente al signo. Se impone el decir a su sentido. Los márgenes para la creatividad se constriñen. Se rinde culto a la “imagen otorgada que no involucra nuestra imaginación para recrearla”. Avanzamos hacia la sociedad de la información y el conocimiento envejeciendo prematuramente y acostumbrándonos a la información inmediata:


que va directo al punto sin rodeos. Hiere por convenciones asumidas. Incuestionables. Es desplegada en un monitor y es fiel a los lineamientos de una cultura que no se comunica, que no se dice realmente nada. La velocidad de información sustituye a la calidad de información.


Lo dramático del diagnóstico es que, como apunta Leyva: “La memoria, según Coupland, cae abatida por la información”. Se transita, por la saturación, de sujetos a usuarios. Sin gustos, sin capacidad de apreciar la calidad, sin preferencias. Hasta la insoportable monotonía, tal como puede leerse en El complejo Fitzgerald:


La cotidianidad nos exaspera. Nos aburre. Todo es aburrido. Revisamos orgullosos nuestros e-mails en vez de echar leña a nuestra desahuciada vida social.

Y de ahí se pasa, sin mayor dificultad, a otro rasgo de nuestra época: la violencia. Ya no como mecanismo de organización social, ni como una cuestión de honor. La violencia causada por el ocio. Pero es conveniente no olvidar que “Existen dos tipos de violencia: la real y la ficticia. Una y otra jamás serán lo mismo. Sus funciones pueden ser diametralmente opuestas.” En cuanto al mundo real, en nuestro tiempo, por un lado se “rechaza la brutalidad”, pero al mismo tiempo se “ofrece con singular alegría”. En la vida diaria, el mecanismo para hacer que la violencia real sea consentida, aceptable e indolora es la repetición, la sobreexposición, la saturación. “¿Cuántas veces vimos caer las torres?” Simultáneamente, se condena la violencia que no ocurre en realidad, ni se transmite por televisión:


El problema es que la crítica estrecha está convencida de que [la rudeza de los escritores y las imágenes violentas de la televisión pueden producir el mismo efecto] es posible. Se encuentran persuadidos de que los aliens con láser son inofensivos, mientras que la agresividad literaria es de lo menos saludable.



Estos juicios resultan explicables, en el arte “La brutalidad es ficticia, pero la crítica es real”. La literatura apela a ciertas fibras sensibles. Se dirige a una parte del cerebro distinta de la que procesa las imágenes. De este modo, la violencia que se relata en las novelas “se utiliza para evidenciar la otra violencia. La congénita, la escondida en estos lugares, en todas las personas”. Por eso resulta incómoda, como en el caso de los autores señalados. En El club de la pelea, por ejemplo, tenemos “ personajes que se rebelan frente a una época en la que la expiración de las ideologías y la superabundancia de seguridad [que] tienen anestesiados a los individuos”. La crítica es demoledora:


En un acto de irresponsable honestidad, Chuck Palahniuk niega los iconos y prototipos de su generación: la ecología, el progresismo, la seguridad. Los anestésicos que no permiten pensar con nitidez. Que sólo aquietan la conciencia. Ese es el verdadero fin de la violencia en El club de la pelea: destruir esos axiomas de civilización impuestos antes de comprender al ser humano.


Desde luego, el arte y la violencia han estado íntimamente ligados, como se advierte en los procesos revolucionarios. El arte es más revolucionario en la mediada en que recurre a la imaginación para iluminar la realidad y evita las burdas elaboraciones ficticias de la realidad, pues, “en el mundo de la ficción está la violencia. En el mundo real, la creatividad”. Eso explica muchas cosas:


Y lo que asusta a las buenas conciencias es la creatividad más que la violencia. La creatividad descoloca. Es una forma de violencia. La violencia ficticia, la que procede de un arranque de creatividad, se acerca a la única forma viable de un arte que detona estereotipos. La violencia es el único valor que no se puede reivindicar, no se puede explotar. Nadie puede aceptarlo como la meta a la que quiere llegar.



La violencia literaria parece buscar una perspectiva para una generación escéptica, que a fuerza de ejercer la crítica se llenó de elementos de desilusión. Estamos frente a una sociedad –parece el diagnóstico de los escritores revisados por José Mariano- donde los jóvenes, a consecuencia del exceso de información, “operan dobles lenguajes donde cada concepto tiene una esporulación crítica, un trasfondo crítico. El sustantivo original muta, se desdobla.” Apáticos, nihilistas, irónicos, se entregan al “sentimentalismo, la violencia crítica [o] la franca depresión”. Una forma de entender la vida distinta de la que tuvieron otras generaciones, de la que puede leerse en libros de otras épocas. Un escenario peculiar que “requiere de ricas dosis de comodidad, de ocio, de controles remotos”. Una generación ajena al compromiso y a la participación. Una juventud que colecciona y multiplica desengaños.


Somos una generación dispuesta a no tener un mal día, lo que no significa tener uno bueno. ¿Cómo se garantiza la ausencia de días malos o buenos? No despertando. Desapareciendo, abandonando el mundo colmado de días.


Este recorrido por los libros imprescindibles del grupo de jóvenes escritores de primer mundo que hablan de su generación (aunque no necesariamente son un ejemplo de describen ni son leídos por sus coetáneos) resulta interesante, más allá de la guía de lectura o la recomendación literaria, en las sociedades menos desarrolladas, donde no todo es comodidad y control remoto. De cualquier modo, dados los efectos de la globalización, hay que poner atención a las conclusiones de José Mariano Leyva, presentadas en forma condicional:


Si perdemos la capacidad de analizar, violentar y cambiar al mundo intangible, al mundo del arte, si somos incapaces de crear nuevas palabras, nuevas ideas, nuevas críticas, seguiremos siendo jóvenes que se inmolan, no por ideales, sino por la falta de ellos. Prolongaremos las coordenadas que nos dicen qué debemos sentir, estaremos tranquilos delirando con nuestros quince minutos de fama que jamás llegarán.


Y sigue:

Seguiremos utilizando a las personas como objetos, para lamentarnos luego por la falta de amor. Seguiremos tragando información sólo para eructar depresión. Seguiremos inmutables frente a la violencia real, viendo indolentes a preparatorianos como los de Columbine, disparando balas sobre las cabezas de sus compañeros, porque no entienden qué pasa, de donde viene tanto odio.


En la segunda parte del libro, LA LITERATURA A TRAVÉS DE LA REALIDAD, tras recuperar los elementos biográficos de Francis Scott Fitzgerald y resaltar las coincidencias con Easton Ellis, Irvine Welsh, Chuck Palahniuk. El desencanto, las drogas, la violencia. Leyva elogia el ímpetu de los jóvenes escritores y su actitud -honesta, neurótica, pesimista, revisionista- al señalar que


[...] la literatura y la política no comparten principios. La literatura y la mercadotecnia tampoco. La literatura y las nuevas sociedades tienen cada vez menos que ver. La literatura está perdiendo una de sus batallas, y las huestes sobrevivientes se refugian en cavernas. Los literatos son los nuevos salvajes contrarios a esa civilización.



El elogio se dirige, desde luego, hacia aquellos que no se someten a la moral conservadora, entendiendo que “El orden obligatorio conlleva sometimiento, y la imposición de un solo orden es peligrosa y deleznable”. De ahí que distinga entre la actitud renovador y las etiquetas como ‘contracultura’ e ‘izquierda’ que no dejan de ser “parte del sistema” y que incluso lo fortalecen.

Luego se dirige la mirada a México, en busca de ejemplos similares a los estudiados en la primera parte. Presenta a Juan de Alba, autor de Nocturno monótono de angustia larga, que fue publicado antes de que se dieran a conocer William Burrougs, Allen Ginsberg y Jack Kerouac, y que comparte con Fitzgerald, “La decepción, el exceso y la locura”. Un caso aislado y atípico, pues la mayoría de los autores se ajustaron a “la camisa de fuerza nacionalista”, apenas estirada por “Las hojas volantes de los estridentistas, junto con los manifiestos, [que] repudiaban cualquier clase de localismo, nacionalismo, incluso ruralismo”. Se reconoce el valor y la fuerza de reciente conformación: El crack (Volpi, Padilla, Palou, Urroz), que, en palabras del autor de El complejo Fitzgerald, “logró lo que deseaba: prender la mecha de la polémica”. Y añade a dos autores más: Iván Ríos Gascón, autor de Luz estéril, publicada en 2003, a quien equipara con “Welsh, Coupland, Beigbeder, Palahniuk y, sobre todo, Ellis”. Con una diferencia: estos autores tienen en su contra el uso del slang y su difícil traducción. No sé por qué, a mitad de la página 285 tuve una regresión a la 64 donde dice “Ya no leemos artículos. Leemos publicidad”. Por un momento perdí la ilación y terminé preguntándome si la crítica y el ensayo literario pueden ser la piel de oveja de una segunda intención. Creo que sí, pero publicar trescientas páginas para promover a un amigo me parece un exceso. Además, el trabajo de Mariano tiene muchas aristas y juicios incuestionables. Me digo, entonces, que éste no es el caso. La verdad es que no sé por que ocurrió la digresión. Así es el pensamiento: caprichoso.


En fin, regresé a los comentarios sobre Luz estéril, “Una novela que sería laudable frecuentar en México” para leer, inmediatamente, las notas sobre la decadencia y la desesperanza de Guillermo Fadanelli, con que termina este libro cuya lectura he disfrutado.

3 comentarios:

  1. excelente se me hace una pagina muy culta para el gusto de todo tipo de gente con un buen estilo muy open como el estilo de un programa que pasaba en el canal 7 que se llamaba domingo 7, en ello se puede aprender demasiado ha y de repente hemos hecho a lo largo de la carrera unos cuantos trabajos y que tal vez en algun momento le pudieran servir a otros compañeros, mi pregunta es si es que hay forma de subirlos para futuras consultas? profe.

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  2. A decir verdad nunca habia visitado un blog, me parece bueno interesante y una herramienta a la que uno le puede sacra mucho provecho, lo que pude ver es como para leer un rato y disfrutarlo con calma, es interesante pues nos permite ver un poco mas y porque no aportar algo, es excelente que este en disposicion de compartir sto con sus estudiantes, en la entrada de como se comparten conceptos entre autores recorde un poco acerca de un termino en psicologia cibernetica, asi como la teoria general de los sistemas, siento que alguien con la vision amplia podria resultarle interesante independientemente de la disciplina que uno halla elegido, de nuevo gracias por compartirlo.

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  3. WoW!! Profe!!..

    Esta muy interesante su blog...Es agradable encontrar un blog como estos que pueden aportarnos muchisimo, gracias por permitirnos conocer algo mas sobre usted, y gracias por la materia que nos impartío.

    Que este muy bien. Norma

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