lunes, 27 de julio de 2009

Un mito discretísimo

Por coincidencia o por estrategia comercial, unas semanas antes de la muerte del escritor uruguayo, Mario Orlando Hamlet Hardy Brenno Benedetti Farrugia, se publicó Un mito discretísimo de Hortensia Campanella (México: Alfaguara, 2009), una biografía donde se afirma que la del nacido en Paso de los Toros, el 14 de septiembre de 1920, ha sido “una vida que ha ido persiguiendo la utopía y que por eso mismo ha encontrado en la poesía su mejor expresión”.

Capítulo a capítulo, en un orden cronológico que se permite alguno que otro anticipo o retroceso, se van intercalando anécdotas y documentos que permiten identificar los momentos definitivos de quien fuera, además de crítico, narrador y poeta, un “apasionado del fútbol, en especial del Nacional, y del cine” así como “enemigo de la intervención extranjera”. De este modo, el lector va descubriendo cómo la vida y el mito se forjan, desde los primeros años, con un continuo cambio de residencia, “en no más de veinte años contabiliza veintidós casas diferentes”, además de su cercanía con los libros:

Así, sus propios recuerdos y la tradición familiar revelan que aprendió a leer a los cinco años prácticamente solo, y antes de ir al colegio ya se había lanzado a la lectura (Julio Verne, Salgari, Corazón, de Edmundo d’Amicis).

Lo cual explica, aunado a su formación en el Colegio Alemán, el inicio precoz de su actividad literaria “aunque no quedan pruebas escritas, siempre habla de los poemas en alemán que le servían para responder las tareas del colegio, para asombro de los maestros”, dice la también uruguaya Campanella. Y de algún modo, también se entiende la falta de fe: “a lo largo de toda su obra son numerosos los poemas en los que aflora esa ausencia de Dios en su espíritu, en su meditación y en sus expectativas acerca de la muerte”. Y es que, desde la adolescencia “el joven dependerá exclusivamente de su libre esfuerzo y disciplina, y de la antigua pasión por la lectura”.


Pero junto a la inclinación literaria, en la adolescencia se gesta su compromiso político. Cuando tenía trece años, “Baltasar Brum, es depuesto por un golpe de Estado, instaurándose una dictadura que, aunque durará poco, será un sobresalto para el tranquilo país”. El hecho deja una huella de tal suerte que


Muchos años después, en 1960, escribe en su provocador ensayo político El país de la cola de paja un capítulo sobre la indiferencia y la cobardía social de sus compatriotas, a pesar de que con el tiempo se había suscitado alguna resistencia a la dictadura, trayendo a colación aquel lejano recuerdo.


Por otra parte, muy pronto inició su vida laboral, por necesidad pero siempre con responsabilidad. Estuvo en Will L. Smith, “una empresa de recambios para automóviles en la calle Uruguay”, concursó sin éxito para ingresar a la Cámara de Diputados, para luego encargarse, desde1941, de la revista de Logosofía, publicación de la Fundación Logosófica fundada por Carlos Bernardo González Pecotche, en Argentina. Trabajó en una oficina (hasta 1945) y luego en “una empresa privada que le trae reminiscencias familiares: la Industria Francisco Piria, S. A, la misma que más de treinta años antes había traído desde Italia a su abuelo paterno”.


Refiere Hortencia que, cuando la dictadura del 33 dio paso a las elecciones, “un minoritario sector de la izquierda independiente” se había aglutinado entorno a la revista Marcha, que llegó a estar bajo la dirección del “crítico Ángel Rama y el mismo Mario Benedetti”, y que llegó a ser el órgano de comunicación desde donde “los intelectuales críticos [...] señalaban los errores y proponían, difusamente, el fin de la pasividad”.

La literatura, el compromiso y el asma, estaban presentes en la vida de Benedetti cuando contrajo matrimonio con Luz. Un año antes, “en 1945 publicó, pagado por él, como ocurrió con cada uno de sus primeros siete libros, un poemario titulado La víspera indeleble”, pues como afirma la autora de la biografía, “pasarán muchos años antes de que pueda mantenerse de lo que escriba y, si bien luego será el principal best seller uruguayo, su vida como escritor parecerá desarrollarse siempre en contra de la corriente predominante”, sin embargo, y esta es otra nota ejemplar, “Benedetti no pierde oportunidad de escribir y publicar, de arriesgar y, a pesar de su timidez, de exponerse al juicio de los demás”. Hacia los treinta años,

conoce a los amigos de toda la vida: a Manuel Claps e Idea Vilariño por mediación de Rodríguez Monegal, un poco después, a Juan Carlos Onetti, al abogado novelista Carlos Martínez Moreno, a Carlos Maggi. Pero también es el comienzo de una etapa de escritura febril y estos amigos aúnan afectos y trabajo.


Casi una década después (1959) se publica “en la editorial de Número, Sólo mientras tanto, el primer poemario que reconoce como presentable mucho más tarde, en el momento de hacer sus recopilaciones de poemas, sus Inventarios”. Y “al año siguiente aparecen Marcel Proust y otros ensayos, que consiguió el Premio del Ministerio de Instrucción Pública, y El último viaje y otros cuentos”. Leyendo la biografía, nos enteramos que si bien, en lo personal, se va consolidando como escritor, su país se precipita –en medio de cambios económicos, políticos y sociales- hacia una crisis que dará lugar a la violencia y al famoso “golpe de Estado de 1973”. El autor de Montevideanos y Poemas de la oficina es sensible a la descomposición social, dato que rescata y apunta Campanella:

asiente de inmediato Benedetti: “Acerca de la exasperación y del odio, ya hablaremos. Pero no son inventados. Hay mucho de la vida prójima que huele mal y no puedo evitar que la nariz literaria se me frunza”.

Hacia los cuarenta años de edad, el compromiso se expresa en

su renuncia, junto a más de cincuenta escritores, a cualquier premio oficial de carácter nacional mientras no se reconociera su derecho a tener un representante en los jurados, y a que éstos fueran integrados por críticos o especialistas en cada género.


De algún modo, este tipo de decisiones hizo que el escritor uruguayo no quedara bien ni con el sistema, ni con sus críticos más radicales, pues con su obra De ida y vuelta, por ejemplo, recibió críticas en el sentido de que “planteaba un conflicto y no mostraba el camino para resolverlo era considerado un burgués”. Y en consecuencia, “Benedetti, a pesar de su éxito popular, fue considerado por la intelligentsia comunista como un representante de la literatura burguesa”.


En la revisión que hace la biógrafa, periodista y crítica literaria, 1959 es uno de los años más decisivos para la vida de Mario Benedetti, por dos razones, “su viaje a Estados Unidos y la Revolución cubana”. Del viaje quedan huellas en “Cumpleaños en Manhattan” y de “la visita a Uruguay de Fidel Castro en mayo de 1959” una permanente solidaridad. Pero además:

Se impone, pues, una certidumbre: 1959 fue ese año crisol en el que confluyen la madurez del narrador –publica Poemas de la oficina, Montevideanos y escribe La tregua- y el despertar del hombre político.


El uso y dominio de varios géneros al mismo tiempo, el tránsito del poema a la narración breve, o del ensayo a la ficción del largo aliento, hace que a partir de entonces, se advierta en la escritura del uruguayo “un intento coherente y obstinado de romper con la soledad, con las soledades, de comunicarse con los demás”. Su obra tiene mucho de biografía: los personajes de Montevideanos son a veces una crítica, a veces un reflejo, pero en ambos casos “aparece el humor, un poco amargo”. En cuanto a La tregua, una novela que ha tenido una excelente recepción, se sabe que la anécdota en que se inspira ocurrió en 1957, con algún compañero de oficina. Y que tomó forma literaria “durante los primeros meses de 1959 [en que] Benedetti dedicó todos sus mediodías a escribir[la] a mano, en una mesa del tradicional café Sorocanana de la calle Veinticinco de Mayo”. (101) Para narrar el amor de Santomé por Avellaneda, el escritor recurre al diario como estrategia narrativa, que,

aunque aparentemente simple, es un mecanismo que permite la creación de un mundo en todas sus dimensiones. Sabemos de la infancia y adolescencia del protagonista, de la corrupción política, de los prejuicios sociales, de todo lo que lo rodea, de un modo fragmentario pero suficiente.

Y en medio de esta historia de amor trágico, Benedetti encuentra espacio para la crítica y la construcción de utopías:

Dice Martín Santomé: “Lo más trágico no es ser mediocre pero inconsciente de esa mediocridad; lo más trágico es ser mediocre y saber que se es así y no conformarse con ese destino que, por otra parte, es de estricta justicia”.

En esta biografía, los acontecimientos personales se entretejen con la obra del escritor, pues como apunta Hortensia Campanella, “Una biografía va ordenando actos y emociones, descubre el sentido de lo que un ser humano va, simplemente, viviendo”. De este modo, el lector entiende como se van filtrando en sus páginas los grandes temas de la literatura de Mario Benedetti: “la soledad y la incomunicación, el amor y la sexualidad, la felicidad y la muerte, el conflicto generacional, la ética, los problemas políticos”. En algunos momentos ha sido criticado por recurrir a lugares comunes o por señalar problemas inherentes a sus obsesiones literarias sin ofrecer propuestas. Desde luego, el buen lector sabe que el valor del juicio está en el diagnóstico. Por ejemplo,

Benedetti partía de la realidad del oficinista aburrido para llegar al empleado corrupto; se basaba en los tópicos declamativos acerca de la democracia uruguaya, falencias o disparates.


Aunque, en efecto,

Desarrolla su posición, [...] sin una metodología científica, alternando amargura y humor, y desnuda la hipocresía, la corrupción, el servilismo de los medios de comunicación, la indiferencia hacia América Latina, la decadencia moral de la clase media.


La crítica y el compromiso no son teóricos. En medio de la expectación y el entusiasmo latinoamericanos provocados por la revolución cubana, “Benedetti, como miles de compatriotas, asiste, el 17 de agosto [de 1961], a la conferencia que el ya líder continental [Che Guevara] pronuncia en el paraninfo de la universidad”. Un acto en el que, recuerda la autora, “se produce un atentado que culmina con el asesinato de Arbelio Ramírez, un profesor que asistía”. Esto deteriora la confianza en las instituciones, por un lado, pero del otro incrementa la participación social.

El compromiso político local de Benedetti tomó la forma de colaboración con el Partido Socialista en las elecciones nacionales de 1962, incluso aceptando dar su nombre como candidato en los últimos lugares de la lista.

Aunque “el juego político” lo decepcionó muy pronto, Benedetti busca construir las condiciones de posibilidad para el cambio. Y en su poesía se nota el cambio de voz. “Noción de patria, que ya es el poemario de la solidaridad y de la intransigencia anunciadas en Poemas del hoyporhoy”. Casi al mismo tiempo, en 1963, el año de la aparición de los Tupamaros,

escribe la primera novela de la rebeldía, Gracias por el fuego, se la da a leer a Emir Rodríguez Monegal y, según la muy conocida anécdota, éste le aconsejó: “Quémala”. Afortunadamente, su reacción fue presentarla a un concurso en el extranjero, y así resulta finalista del Premio Biblioteca Breve.


Y también, resulta censurada porque

El novelista intentaba mostrar la mentira del pretendido honor, sea patriótico o individual; desnudar la corrupción del padre autoritario, la debilidad del hijo que se le enfrenta, la falsedad de las relaciones humanas que componen esa familia; y también impugnar la idea de patria de la clase dominante, denunciar la crisis oral y política de su país.


Lo importante de este período está en que

empieza a formularse las preocupaciones del escritor comprometido. Aunque más adelante hará exposiciones teóricas acerca de la función del intelectual, en este momento adopta una posición sencilla a la que volverá después de la pasión política: el compromiso es primero del ciudadano: el ser humano, propone, debe sentirse aludido por el devenir sociopolítico, y si el ciudadano es un escritor, la preocupación política puede aflorar en su obra, sin que sea su objetivo principal.


Aunque será hasta 1967, como dice Hortensia Campanella, cuando inicia la etapa vertiginosa de su vida:

En su vida personal, el vuelco de vivir en Cuba; en su obra, la intensificación de sus publicaciones; en sus vivencia políticas, es el año de la muerte del Che y de la irrupción decidida del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros en la escena pública de Uruguay, de la muerte del presidente constitucional, el general Gestido, y la asunción de su vicepresidente, Jorge Pacheco Areco, claro introductor de la dictadura que asolaría Uruguay pocos años después.

Y en estas circunstancias, Mario Benedetti comprende que el escritor latinoamericano no puede sustraerse de lo que ocurre en su entorno. Así, en el Congreso Cultural de La Habana de 1968 presentó una ponencia titulada “Sobre las relaciones entre el hombre de acción y el intelectual”, misma que “fue publicada de inmediato en la revista Revolución y Cultura, es la defensa de un diálogo respetuoso, de una complementación del hombre de acción y el intelectual”. Continúa escribiendo en Marcha. Pero es hasta 1970 cuando se radicaliza su pensamiento político. “Por un lado –recuerda la biógrafa-, Cuba afronta situaciones muy difíciles, interna y externamente, y él asume la posición oficial del Gobierno cubano, incluso en el ‘caso Padilla’”. Y por otro, “la polarización en Uruguay se acentúa, incluso dentro de la izquierda”. Así llega a la conclusión de que

La persecución de la cultura en la mayorías de los países latinoamericanos tiene dos significados simultáneos: “El primero, que los artistas han asumido la causa de sus pueblos y, en consecuencia, comparten su suerte. Y segundo, que nuestra cultura y nuestros escritores se han lanzado –como quería Henríquez Ureña- a la búsqueda de nuestra expresión, y esto, hoy día, significa algo muy cercano a la asunción colectiva de una conciencia revolucionaria”.

Habrá que considerar, además, sus estancias en Cuba, el regreso a Uruguay, la muerte de su padre, la fundación del Frente Amplio en Uruguay y su participación en el Movimiento de Independientes 26 de Marzo. Lo cual, “no le impide la reflexión en profundidad y la lucidez para ciertos temas”. De hecho, tras la Renuncia de Ángel Rama a la dirección del Departamento de Literatura Hispanoamericana de la Facultad de Humanidades y Ciencias, el 14 de octubre de 1971 Mario Benedetti “es nombrado en forma interina director de dicho departamento”, cargo al que renunció el 18 de enero de 1974. El autoritarismo del gobierno, ni impidió que “el sentido del humor, el juego de palabras y retruécanos a los que es aficionado Benedetti aún en momentos dramáticos, aquellos a los que convierte en armas contra la censura”. De cualquier modo, terminó “convertido en uno de los intelectuales considerados enemigos”. Finalmente,

El 27 de junio de 1973, el presidente de la República, apoyado por las Fuerzas Armadas en su conjunto emitía un decreto por el cual disolvía el Parlamento y prohibía expresamente cualquier declaración pública que “directa o indirectamente, mencione o se refiera a lo dispuesto por el presente decreto atribuyendo propósitos dictatoriales al Poder Ejecutivo.

La dictadura propició que muchos uruguayos se exiliaran en Argentina. También Benedetti, quien “debió irse al destierro con cincuenta y tres años, sin trabajo, sin dinero y con el pasaporte a punto de caducar”. Sin embargo, “Buenos Aires lo enfrenta de nuevo a la censura, a las dificultades económicas, al peligro de los militares”. En el exilio, “En medio de ese horror Mario Benedetti escribe uno de su libros más conocidos y admirados, un libro de amor, Poemas de otros”, del cual apunta la biógrafa:

Es amor erótico (“Apenas y a penas”), amor a la esposa (“Beinvenida”), a la amiga (“Vaya uno a saber”), es el amor que expresan sus personajes (Martín Santomé, Laura Avellaneda, Ramón Budiño), el amor de la plenitud (“La otra copa del brindis”) o de la despedida (“Soledades”). Y también están las Canciones de amor y desamor, con algunos de los textos más populares de Benedetti: “Chau número tres”, “Hagamos un trato”, “No te salves”, “Te quiero”.

Pero en tiempos de crisis tanto amor, sirve de poco.

El acorralamiento no era solamente económico, sus libros estaban prohibidos explícitamente en Uruguay, y de hecho, en Buenos Aires; no era solamente que en su medio social se sintiera obligado a esconderse, a no comprometer a los amigos, sino que a finales de 1974 la Alianza Anticomunista Argentina (la temible Triple A) decide publicar una lista de condenados.

Y Benedetti se exilia en Lima, Perú, donde “se estrecha su relación con el prestigioso crítico peruano Antonio Cornejo Polar” pero “en la madrugada del 22 de agosto de 1975 irrumpen en su casa unos, dicen, policías de particular, con la orden de deportarlo inmediatamente”. Aclarado el malentendido, permanece unos días y se muda a España, tras una estancia breve en Cuba, donde se agrava el asma.

La plena comprobación del exilio, en cuanto extrañeza, en cuanto separación, y también en cuanto voluntariosa forja de la esperanza del regreso, está presente en un libro escrito en Cuba, pero desde la más íntima subjetividad, y publicado en 1977, La casa y el ladrillo.

Sucede que durante la dictadura en Uruguay, “sus libros no sólo están prohibidos en las librerías, sino que son retirados de la Biblioteca Nacional”. Sin embargo, gracias a Sealtiel Alatriste y Guillermo Schavelzon, y su proyecto editorial Nueva Imagen, vuelven a ser publicados sus libros, “en ediciones cuidadas y comprensivas”, ahora en México, país en el que mantuvo amistad con escritores como José Emilio Pacheco o Efraín Huerta y se distanció muy pronto de otros, como Octavio Paz, pues

En 1972 había escrito el artículo “Mafia, literatura y nacionalismo”, luego recogido en El escritor latinoamericano y la revolución posible (1974). Era un violento enjuiciamiento de la actitud de Paz y su grupo, que planteaba la marginación del intelectual con respecto a la sociedad en la que vive y al fenómeno político.

Cinco años después se estrenará la obra de teatro Pedro y el Capitán. Y otros cinco más tarde, la novela Primavera con una esquina rota. En ambos casos, se advierten los efectos del poder totalitario. La represión y el exilio. Pero también se nota la poética del escritor uruguayo, descrita por Hortensia campanella, con las siguientes palabras:

Esa intención de no dejar nada a la improvisación viene de muy lejos, tiene que ver con una costumbre de rigor, de búsqueda de fuentes, de explicitación de todos los detalles que avalen sus interpretaciones, de cuidadosa elección de ángulos de enfoque, el vocabulario adecuado, del tono más apropiado. Esto implica sin duda esfuerzo, tiempo, dedicación: cada intervención suya lleva consigo un texto preparatorio, y cada artículo, un proceso delicado.


En su exilio en España, coincidió con otros personajes de las letras uruguayas que compartían la misma suerte, Cristina Peri Rossi, Juan Carlos Onetti y Eduardo Galeano. La manifestación del 17 de noviembre de 1983 en Montevideo, “anunciará el comienzo del desexilio para el escritor”. La palabra desexilio es, como se apunta en la biografía, una aportación léxica de Benedetti y se define como “un proceso en el que ya no somos los mismos que salimos del exilio”. Y así,

En abril de 1985, sin anuncio previo, Benedetti regresa a su país. Más de once años habían transcurrido desde su salida al exilio. El regreso no es una palabra, ni un sentimiento, ni un viaje, es sobre todo “Expectativas”, como titula uno de sus poemas, que concluye: “Sé que no soy el mismo y soy el mismo / y cuando al fin se abra la muralla / la primera nostalgia entrará lentamente / con cuidado infinito y con un bastón blanco”.


Ya en Uruguay, participa como fundador y miembro del consejo editorial de la revista Brecha (pues no se puede utilizar el de Marcha). Un año después, es restituido como director del Departamento de Literatura, responsabilidad que declina. Y a pesar del regreso, “sus poemas se reflejan esos sentimientos de vacío y duda”. Hortensia Campanella, sugiere que la causa está en que “ha atravesado la barrera psicológica de los sesenta y cinco”. Pero sobre todo, encuentra rota la comunión con los montevideanos.

A partir del 2 de agosto de 1987, cuando publica en El País un artículo titulado “Los propietarios de la libertad”, cae sobre él una verdadera avalancha de respuestas y contradicciones y ataques verdaderamente indignados. Pero él responde a algunos y sigue su camino sin mayor conmoción personal. Ese breve artículo se centraba en el compromiso del intelectual y el concepto de libertad como supuesto antónimo, que en los últimos tiempos se había puesto en circulación.


Casi una década después, “Mario conserva una salud envidiable, su asma es igualmente resistente, pero se llevan bien”. La edad, y la muerte cada día más próxima imprimen en su escritura un tono nostálgico, por una parte, y esperanzador, por otra. Como puede verse en estas notas, la biografía escrita por Hortensia Campanella es muy completa, muy cercana, muy amena, y como ya se dijo líneas arriba, incluye -además de un álbum fotográfico- muchas anécdotas, como la ocurrida en 1997, en México, durante el viaje para la presentación del libro Andamios, donde

tuvo un accidente menor pero que lo asustó mucho: caminando por la calle de San Juan de Letrán, un autobús al girar en la esquina se subió a la acera, y le dio un golpe que lo tiró al suelo.

O un encuentro con nuevos narradores hispanoamericanos a quienes el autor de una “obra superará los noventa títulos con más de mil trescientas ediciones” les dijo:

“Algunos dicen que las grandes utopías ya no tienen vigencia, pero ¿y las pequeñas?”.

lunes, 13 de julio de 2009

El amor y la mirada

Hay tardes en que se me antoja ser tocado por un destello de poesía para confirmar que existo, que sigo en el juego de los vivos. Voy al librero y busco. No confío en el azar, no ahora, lo que quiero es encontrar la voz de Leticia Herrera Álvarez. Quiero que me susurre desde las páginas en que se ha vertido y convertido. Tengo dos de sus poemarios, lo sé, aunque no es fácil encontrarlos entre tantos papeles: Atajo hacia el origen (México: UNAM, 1994) y Moro mío (México: Fósforo-Tipográfica, 2006). Me gustaría tenerlos todos.

Hay algo en la brevedad de sus poemas que me atrapa y me deja estupefacto. ¿Será porque me enfrentan a la fugacidad de la maravilla? ¿O porque todavía no descubro cómo es que se ve el mundo con los ojos de una mujer? La busco, en fin, porque suena coloquial e inmediata.

Ni siquiera me he atrevido a contar las sílabas de los versos que más me han gustado, no quiero indagar su técnica, ni esbozar una poética mínima; sé que existe y es buena y es valiosa, pero en tardes como ésta prefiero imaginar que sus letras no proceden del artificio, sino que responden a la mirada y brotan a borbotones de la sensualidad más pura: pura efervescencia de feminidad que se complace en sí misma y canta sabiéndose observada. Deseo de otredad que también desea.

Por fin encuentro Moro mío. Las últimas notas han estado muy académicas, así que me quito los lentes de “profe” para que sus palabras toquen fibras más profundas. Me dispongo, con un buen café de Chiapas, a una lectura impresionista (en el sentido genetteano). Pronto, hallo complacencia en el juego de miradas e imágenes que se enfatiza con los estudios a lápiz y acuarela que ilustran el poemario, y que también son obra de Leticia Herrera Álvarez.

Mientras te miro asomado a mis ojos,
como niña ante el brocal de una noria,
dulcemente, sonrío.

La de Leticia Herrera parece una poesía fácil, inmediata, sencilla. Como llamarle luz a la luz y sentir que el entorno se ilumina. Y sin embargo, aunque uno no quiera, se nota el trabajo con el lenguaje. ¿Accidentales endecasíalbos? ¿Nostalgia de la métrica? ¿Reminiscencia inconsciente de la silva? Hay, demás, una cierta extrañeza que produce la contemplación de quien ve y es visto en el mismo acto. Entonces pienso en la complicidad de los ojos que se buscan preguntando alegres y silenciosos pero insistentes si el otro/la otra ha sido herido del amor? Hay, también, un desafío al intelecto: la seducción comienza por la mirada, continúa con la palabra y cristaliza con el tacto. La atracción no viene de la idea, sino de las sensaciones. Así, la imagen campirana, inocente, de la niña ante el brocal de la noria da paso al erotismo sugerido por Nabokov; pero que no se agota en la carnalidad. En Moro mío, el eros trasciende lo inmediato y adquiere una dimensión sagrada.
En ti me miro.
Más allá de tus ojos,
Dios me aguarda.
Y lloro.
La otredad es precisamente el drama del amor. Se ama a otro/otra irreductible a lo mismo y sin embargo, uno supone que es imagen y semejanza de sí. El otro/la otra nos desborda de modo que siempre se desea y busca la imposible posesión. Y si es lo radicalmente Otro aquello que se anhela, lo absolutamente Otro, el amante queda desprovisto frente al infinito. Lo sagrado irrumpe por instantes: se palpa pero no se deja sujetar. Es elusivo.
Estás en mi cerebro.
Te has untado en mi piel.
Te tengo dentro.
Todo tú eres mío
y no me tengo.

En el fondo, de la experiencia con lo amoroso/erótico/sagrado no queda más que aquello que algunos dieron en llamar: sacramento. Y que tiende a desvanecerse cuando el rito olvida la fuente.
Me fugo de mí misma
para albergarte en mí.
No hay nada más de mí.
Estás tú solo
contenido en mi cuerpo.
De hecho, pareciera que lo más intenso de la experiencia mística es comprensible sólo a través de la paradoja.
No articulo palabra,
sólo te miro
y no estás.
Permanencia y fuga. Presencia y ausencia. Ser y No ser. Deseo y nostalgia. Recuerdo y Futuro. El amor es inevitablemente paradójico. Es hallazgo casual. Es búsqueda, acaso inútil, siempre desesperada.
Los labios se preparan para el beso
que no alcanza a llegar.
Por más viva que sea la experiencia, intensa y próxima. Por más sincero y mágico que resulte el momento. Por más cuerpo que se empeñe. El amor es breve, pero magia.
Aletea la mariposa
al delicado roce de los flancos.
Se libera el perfume.
El amor es un instante, pero es todo. Y viceversa.
Me enamoro de un moro,
Ah, moro mío.