sábado, 14 de noviembre de 2009

El autor y la crítica

Dicen que todos soñamos, pero que sólo disponemos de unos instantes antes de volver a la conciencia para recuperar los materiales oníricos. Algunos tienen la capacidad de recordar con nitidez las imágenes e incluso hallar en ellas signos premonitorios. Otros extraviamos los buenos y malos sueños al despertar. No sé qué es peor. Para mí, hasta las pesadillas resultan por lo general irrecuperables. Casi siempre... porque en estos días, mientras pensaba cómo abordar la relación entre el autor y la crítica tuve un sobresalto nocturno. A very bad dream. Una broma de mal gusto en los míticos terrenos de Morfeo; de esas que no se le desean a nadie. Serían las tres de la mañana cuando escuché con claridad una voz cansada pero autoritaria que repetía como alma en pena, una y otra vez, que "[e]s un secreto a voces que la crítica es el punto flaco de la literatura hispanoamericana". Respiraba profundo, hacía una pausa, e insistía: "la crítica es el punto flaco de la literatura hispanoamericana". Como inspiración, como frase inicial, como punto de partida para un ensayo no está mal. Sobre todo, porque es –en principio- un diagnóstico vigente, sí: "la crítica es el punto flaco de la literatura hispanoamericana". Pero esta aseveración deviene horror en el instante en que uno cae en cuenta que la frase fue escrita hace más de cuarenta años, en Corriente alterna, por Octavio Paz (39).

*


En sus reflexiones "Sobre la crítica" publicadas en 1967, Paz explica que esta situación no tiene que ver con la ausencia de "buenos críticos". Que los había y los hay. A Anderson Imbert, Rodríguez Monegal, Carballo y Sucre, mencionados por el poeta y ensayista se pueden añadir Ángel Rama, Fernández Retamar, Sarduy, Lezama Lima, Jitrik, José Miguel Oviedo, Carlos Rincón. ¿Y Trejo Fuentes, Domínguez Michel, o Yúdice? Sí. ¿Y Escalante, Prada? También. Además de los independientes dispersos, enredados o colectivos, los académicos de las revistas universitarias con sus grados y posgrados, y por supuesto -dicho sea sin ironía-, las nuevas glorias de la intelectualidad mexicana, cuyos nombres van engrosando el catálogo del Fondo Editorial Tierra Adentro.


¿Entonces? ¿Por qué, si los críticos pululan, la crítica es un punto flaco de nuestra literatura? Para el autor de El arco y la lira la causa está a la vista:


carecemos de un 'cuerpo de doctrina' o doctrinas, es decir, de ese mundo de ideas que, al desplegarse, crea un espacio intelectual: el ámbito de una obra, la resonancia que prolonga o la contradice. (Paz, 2009: 39)


Esta precisión, si bien define el problema, no explica por qué habiendo críticos –incluso buenos críticos- hay ausencia de crítica. Aventuremos entonces una explicación. Gérard Genette desconfía de la crítica que realizan los creadores. En el ámbito literario esto tiene mucho sentido: la crítica de un escritor puede tratar de autojustificar su propuesta estética, o bien, modelar su obra según determinados presupuestos teóricos; en ambos casos estaría tratando de hacer explícitas las relaciones de su propuesta con un marco de referencia en el cual cobra sentido y adquiere valor. Es decir, una forma de autopromoción que puede sesgar el juicio –dejémoslo como posibilidad- mediante estrategias tan básicas como el elogio de las afinidades y la exclusión de las diferencias. Juego inevitable, a fin de cuentas, porque la literatura es un campo de coincidencias y oposiciones. Con esto no se está diciendo que el creador en su faceta de crítico carezca de lucidez (sólo se apunta que existe también el interés). Hay, desde luego, reflexiones serias y profundas en trabajos como los de Benedetti, Vargas Llosa o el mismo Octavio Paz, quien a su vez reconoce a Borges como un autor capaz de llevar la crítica al nivel de la creación literaria. Acto seguido, apunta que si se prescinde de estos ejemplos, y se pasa a "la crítica como alimento intelectual, [entonces], la escasez se vuelve pobreza" (Paz, 2009: 40).


Hay que añadir otro riesgo ligado a la crítica realizada por los creadores: la supeditación del juicio estético a la adquisición de capital simbólico. El aplauso a cambio de un lugar en la mesa. La crítica puede convertirse en moneda de cambio para ingresar y ascender en un determinado campo literario. Pierre Bourdieu en Las reglas del arte explica el funcionamiento del campo, un plexo de relaciones que posee una dinámica interna y goza de reconocimiento social, en donde la obra adquiere valor. El campo literario es pues, aquello a lo que tangencialmente se alude cuando de habla de grupos (instituidos o no, autonombrados o identificados por el nombre de una publicación). La importancia del campo literario es que además de permitir el acceso al capital simbólico, éste puede convertirse en capital económico. O sea, la crítica puede estar subordinada directamente al deseo de pertenencia a un grupo, e indirectamente a la búsqueda de una posición en el mercado librero, cuando no a gozar del escaso presupuesto gubernamental.


Nada de lo anterior es censurable. Si lo fuera, Octavio Paz (que bastante bien conocía en la práctica lo que Genette y Bourdieu explican teóricamente) lo habría hecho notar. Se consignan aquí estos dos riesgos a modo de explicación, o si se quiere, de mera especulación sobre las razones por las que habiendo tantos y tan buenos críticos, la crítica –entendida como perspectiva y relación de obras- no goza cabal salud. Al autor de Pequeña Crónica de Grandes Días lo que le preocupa es, en todo caso, que la crítica ha descuidado su función creadora: la de "inventa [r] la literatura". Lo atribuye en parte a que "Es más fácil el entusiasmo que el juicio, la repetición que la crítica" (Paz, 2009: 41), además de la carencia de una teoría literaria propuesta desde Hispanoamérica. Resultaría un dato curioso que un personaje cosmopolita pugnara por la reivindicación regional, pero es gracias a su visión universal que advierte esta dependencia de teorías predominantemente europeas. Las cosas no han cambiado mucho, acabo de mencionar aquí a dos franceses que gozan de buena fama en los estudios literarios; y al hacerlo se ha relativizado la autoridad y actividad crítica de Paz dada su condición de creador. Pero tiene razón: seguirnos dependiendo de teorías importadas.

Ahora bien, a la distancia geográfica y lingüística habrá que sumar los ritmos lentos y semilentos de las instituciones culturales (no sólo públicas). La obra de arte literaria de Roman Ingarden, en donde se postula que una obra de arte literaria presupone un lector esteta, tuvo que esperar 38 años antes de su publicación en español. No cabe duda que la obra crítica requiere lectores críticos (y pacientes).



La ausencia de una teoría literaria hispanoamericana no se resuelve con la publicación de manuales titulados Teoría literaria, en los que se resumen, a veces al más puro estilo de Pedro Henriquez Ureña, Las corrientes literarias…
o se presentan las notas personales, al amparo de Roland Barthes, más o menos sistematizadas. Estos esfuerzos son valiosos, didácticamente loables y propicios para la obtención de reconocimientos y estímulos en universidades. La expectativa de Paz, si entiendo bien, iba más allá. Pienso que se refiere a la concreción de un proyecto como el de Alfonso Reyes, quien se había propuesto deslindar la literatura y la no literatura, sin "entrar en la intimidad de la cosa literaria" pero buscando "fijar sus coordenadas, su situación en el campo de los ejercicios del espíritu; su contorno, y no su estructura" (Reyes, 1997. 30). En su empeño intelectual, Reyes deslinda, en perspectiva fenomenológica, la teoría de la crítica:


Pedir a la teoría literaria una crítica concreta sobre tal o cual obra es pedir recetas culinarias a la química. La teoría es la contemplación más desinteresada frente a la postura activa y su totalidad, entendida ésta como rumbo mental, como sesgo noético y contenido noemático, como agencia del espítritu. (30)

Además, el poeta y narrador es consciente de que "el estudio del fenómeno literario es una fenomenología del ente fluido", de modo que las "conclusiones tienen un carácter de aproximación y tendencia; gracias a eso serán rigurosas" (Reyes, 1997: 31). Las páginas de El deslinde y Apuntes para la teoría literaria dan cuenta de la magnitud del proyecto esbozado por el ilustre pensador mexicano que nació en 1889 (hace 120 años) y murió en 1949. Desde luego, es un empeño arcaico, pero vale la pena la mención a manera de homenaje luctuoso a Alfonso Reyes, a medio siglo de su muerte, y para tener una idea del vacío al que aludía Octavio Paz, quien, ya observaba a fines de los años 60 que para la valoración de la obra literaria, en lugar de generar una teoría suficiente, se incorporaban conceptos como el "éxito" que mucho tiene que ver con los negocios y poco con la estética (Cfr. Paz, 2009: 41-42). Eran los tiempos del Boom latinoamericano. ¿Qué diría hoy de aquellos que juzgan una novela como buena porque está en la mesa de novedades de una librería, porque está en la lista de los más vendidos de otra, o porque la recomienda Jordi Rosado en televisión?

*


Por supuesto, las circunstancias no son exactamente las mismas que consideraba Octavio Paz. Reyes tenía claro que el fenómeno literario fluía. Fluye. Si me he referido a ellos es porque sus planteamientos apuntan hacia una posible relación fecunda entre la teoría y la obra, mediada por la crítica. Fecundidad siempre deseable… Evocarlos es una forma de aferrarme a la esperanza. Y sin embargo, es difícil reciclar El deslinde ahora que en lugar de leer a Kant, Husserl y Heidegger se prefiere a Lyotard, Vattimo y Derrida. ¿Cómo postular criterios universales cuando son bienvenidas la fragmentación, la diferencia y la pluralidad? A falta de una ciencia de la literatura, en el sentido moderno, tal vez sólo nos quede el goce estético, el divertimento, cuando no el puro entretenimiento. ¿Cómo ejercer la Crítica desde la Teoría –con mayúscula- en estos días que lo in, lo que está de moda, lo políticamente correcto es hablar en perspectiva? En fin, tal parece que en las últimas décadas, la Cultura se ha dividido en muchas culturitas. La Literatura en múltiples literaturitas. La Teoría en pequeñas teorías. ¿Por qué –entonces- la crítica no habría de dar paso a las critiquitas? ¡Y todos contentos! ¿Todavía hay alguien que busque la obra de arte perdurable?


Se proyecta y deconstruye. Se abandona. La palabra sigue en juego, sí. Aunque el Autor ha muerto, los escritores sobreviven. Hay impulsos creativos (no se discute), en la medida en que hay nostálgicos que buscan la huella de lo humano. Existe también el deseo de contextualizar y hacer inteligibles estos intentos; y sin embargo, a pesar de la investigación seria y la reflexión, tal vez el teórico literario también ha muerto. Se critica desde el poder y la marginación, pero en un descuido, sin que nos diéramos cuenta, posiblemente el crítico también haya muerto.


*

Comencé refiriendo una pesadilla, termino con una anécdota no menos estremecedora. Hace unos meses escuché a un escritor de provincia decir que su libro, publicado y presentado unos días antes de nuestra conversación, "ya había muerto", y que era tiempo de comenzar a escribir otro. No hubo tiempo para el sepelio de su novela, pero eso es lo de menos. Frente a esta conciencia de fugacidad y finitud (por no decir desprecio de su propia obra), ¿vale la pena postular una teoría literaria?, ¿es admisible la crítica?


¿Y si también muriera el lector? ¿Ya está muerto?


Vamos. Lo nuestro es puro simulacro.



Fuentes referidas


Paz, Octavio. Corriente alterna. México: Siglo XXI, 2009.


Reyes, Alfonso. "El deslinde". Obras completas de Alfonso Reyes XV. México: Fondo de Cultura Económica, 1997.