sábado, 21 de marzo de 2009

Café con Morelos

Esta semana me encontré en el quiosco de periódicos un ejemplar de Charlas de café con... José María Morelos de Pedro Ángel Palou. (México: Grijalbo-La jornada, 2009). El libro forma parte de una serie de conversaciones sostenidas por distinguidos escritores e historiadores con personajes emblemáticos de la historia de México, gracias a la mezcla de investigación y ficción. Esta colección se presenta como parte de la celebración del bicentario del levantamiento independentista y el centenario del inicio de "la bola" desatada en 1910 por los antirreeleccionistas, mejor conocida como Revolución mexicana.

En la primera entrega de las charlas, corresponde al escritor poblano, como buen anfitrión, hacer los honores al Generalísimo. Sucede en el relato que, por los días en que estaba terminando de escribir Zapata, se presenta el Siervo de la nación en casa del escritor. De hecho, lo despierta con un extraño olor, “un fuerte tufo a tierra húmeda, o a guano”. Se muestra “contundente aunque pequeño, con su uniforme militar y su mascada de seda en la cabeza” para involucrar, en una última batalla, al autor de Morir es nada:

-Usted, Palou, me conoce de sobra como para presentarme. Así que abreviemos. He venido a pedirle que cuente mi vida.
[...]
Morelos caminaba por mi estudio, ojeaba los libros y esperaba una respuesta.
-Me toma usted por sorpresa, padre –le dije-, ahora mismo estoy terminando…
Me interrumpió:
-Lo sé, lo sé. Sólo por eso he venido a verle. Usted termine lo que tenga que terminar, he esperado ya bastante. Luego comenzaremos con lo mío, ¿de acuerdo?

Y mientras tanto, José María Teclo, hijo de Juana Pérez Pavón, instala una tienda de campaña en el jardín del narrador, quien acepta el papel de amanuense para recuperar la biografía “que los libros oficiales y los biógrafos le escatimaron”. Los doce capítulos de la charla se presentan como el resultado de una larga entrevista, ya porque era la condición impuesta por el proyecto editorial, ya porque es una estrategia que enfatiza el ambiente de intimidad (además de que el diálogo supone la correspondencia entre el tiempo de la historia y el tiempo del relato). Se cumple también la condición del café por medio, aunque no se excluye un buen tequila.

El trato entre los interlocutores siempre recurre a la forma respetuosa del usted. Llama la atención, sin embargo, la manera en que el narrador va cambiando la forma de dirigirse a Morelos: pasa del título padre a llamarlo por su nombre, pasando por el reconocimiento de general. Y paralelamente al incremento de la confianza avanza de las preguntas ordinarias a las personales, lo que le lleva a indagar si quien naciera el 30 de septiembre de 1765 se llegó a sentir culpable de haber traicionado el celibato o si le dolió la excomunión. Paradójicamente, conforme transcurren las páginas, la imagen contundente de Morelos se va decolorando hasta desvanecerse, lo mismo que el olor a recién desenterrado.

Como en la mayoría de los libros de Palou, no podía faltar su firma, o sea, el triángulo subyacente de sus obsesiones literarias: dolor-memoria-escritura (acaso sean más, pero con esas tres basta ). Recordemos que en este libro es Morelos quien pide que se cuente su historia (por ello recurre a un escritor). Sabe que tiene poco tiempo porque su memoria “también se acerca a la muerte”. Luego le dirá que le “da mucha tristeza ver en lo que se ha convertido México”, “México es una vieja y profunda herida que arde con un fuego ciego y secreto”, que “el que no olvida tampoco perdona”, y en un momento de cólera expresará: “¡Hay tanto dolor en mis huesos!”. Dolor, memoria y escritura se entrelazan, como puede verse en la página 52:

Porque eso sí se lo puedo decir sin duda alguna: amé mi curato, amé a mis feligreses como a mis propios hijos.
-En todos los libros de historia se cuentan sus afanes en Carácuaro, general. De eso puede estar tranquilo.
-¡Los libros de historia, Palou, no sirven para nada, se afanan en encontrar una continuidad allí donde no hay sino saltos para atrás, nuevos dolores de cabeza! ¿Cuántas veces hemos sido derrotados en México?, ¿las ha contado acaso?
-No se me ha ocurrido.
-Pues haría mejor que inventándose cuentos y novelas. Este país es una herida, una cicatriz que supura, un fracaso.

Pero así como es posible afirmar que Pedro Ángel Palou es un escritor tan obsesivo como prolífico, también hay que apuntar que es un autor versátil, capaz de reinventarse a sí mismo como escritor en cada libro. No hay que olvidar que este es el segundo título que el doctor en Ciencias Sociales le dedica al insurgente cura de San Agustín Carácuaro. El anterior fue Morelos. Morir es nada (México: Planeta, 2007). En ambos se hallan datos biográficos comunes: el nacimiento, el abandono de su padre, la muerte de su madre, el mecenazgo de José María Izazaga en Apatzingán, sus estudios en el seminario de Valladolid donde conoció a Miguel Hidalgo como rector, aspectos de su vida amorosa y otros sentimientos, la presencia de Hermenegildo Galeana y Mariano Matamoros, ecos de Valladolid, Huetamo, Acapulco, Puebla, Cuautla (donde, por supuesto, no podía faltar una página dedicada al niño artillero), testimonios documentales. Pero los contrastes son evidentes. A la brevedad de la charla se opone la extensión de la novela. A la voz masculina de Morelos y Palou en un libro se enfrenta el tono femenino de Jerónima, narradora del otro. Al lenguaje contemporáneo de la entrevista, se contraponen los giros arcaicos que intentan anclar y ambientar Morir es nada en el siglo XIX. A la perspectiva histórica, una visión intimista. A la celebración del héroe, la recuperación de una personalidad compleja. Al estratega, el hombre.
Pero volviendo a la charla con Morelos, es interesante la lectura a contrapelo que realiza Palou, como sugiere Walter Benjamin. Así, el defensor del sitio de Cuautla nos refiere la traición que experimentó Hidalgo:

¡Cuánto dolor habría sentido mi viejo rector al ver que Aldama, Allende y Abasolo abjuraron y lo acusaron de haberlos engañado! Luego lo apresaron y lo condujeron a juicio. El 31 de julio de 1811 fue fusilado.

Una versión muy diferente de los discurso oficiales y la sabiduría contenida en las láminas y planillas que venden en las papelerías, donde los buenos son siempre amigos y merecen salir juntos en la foto (o al menos ser pintados en el mismo mural). En esta lógica, es posible preguntarnos por la situación actual después de casi dos siglos:

México se desangra, nos estamos volviendo a matar entre hermanos, sólo que ahora no hay nada noble que justifique esta cacería de bestias. (147)

A un diagnóstico tan desolador sólo se puede sobrevivir con humor y con ironía. No es extraño por tanto que al conversar sobre el sitio de Cuautla, quien fuera degradado y declarado hereje cuente que “los cañonazos y balazos no cesaban. Aun así la mayoría de las veces atinaban a caer en los que ya estaban muertos.” Y en ese sentido puede leerse uno de los últimos diálogos, cuando Morelos asume el final de su participación en las batallas, diciendo que “La lucha de independencia seguiría”. Y Palou pregunta:

-¿Y siguió?
-No ironice.

Esta pregunta, perdida en la página 146 no es inocente. La respuesta de Morelos no la resuelve ni la elimina, sólo muestra la sagacidad del autor que conoce el poder corrosivo de la ironía (en el mejor sentido de la expresión). El sentido profundo no está en lo que se dice. Un escritor irónico requiere lectores irónicos.

El libro incluye con una cronología mínima y, por supuesto, los Sentimientos de la nación, que todo mexicano bien nacido debe leer.

sábado, 14 de marzo de 2009

Batalla con Bonfil

Comentarios tardíos al México Profundo

Cursábamos el bachillerato cuando nuestro profesor de historia sugirió la lectura de un libro de Guillermo Bonfil Batalla. Siguieron las recomendaciones en otras circunstancias y no faltó quien nos dijera «Hay que leerlo, está buenísimo». En todo caso la lectura de México profundo. Una civilización negada (México: Grijalbo, 2000) adquirió durante mucho tiempo la categoría de 'tarea pendiente'; pero como «no hay deuda que no se pague, ni plazo que no se cumpla» finalmente llegó a nuestras manos. Ya porque el mexican best seller sigue gozando de buena fama, ya porque recordamos el destino trágico de Edipo y comprendimos que no es bueno desafiar a los dioses (de cualquier modo habrá de cumplirse el oráculo), hemos leído finalmente el libro como quien se abandona a la fatalidad.

Desde las primeras líneas sentimos cierta desconfianza por cuanto Bonfil escribe (o mejor dicho, escribió hace ya algunas décadas). Para pronto, sostiene la muy discutible tesis de que, las identidades que prevalecen en pugna dentro del país son el resultado del encuentro violento de dos civilizaciones diferentes «nunca fusionadas aunque sí interpenetradas» (la occidental y la mesoamericana) así como de los siglos de dominio colonial. En otras palabras, el autor propone y opone la existencia de un México imaginario y un México profundo: «La coincidencia de poder y civilización occidental, en un polo, y la sujeción y civilización mesoamericana en el otro» (11); los malos (imaginarios) ostentado el poder, por un lado, y los buenos (profundos, ¿reales?) con el rostro negado, por el otro.

No discutimos aquí la existencia de una confrontación histórica. Todo encuentro es escenario de la violencia, sea entre individuos o entre pueblos o como quiere el antropólogo, entre civilizaciones. Lo que despierta nuestras sospechas es la mágica simplificación de la complejidad. Sabe que existen múltiples etnias con peculiaridades que las distinguen y hacen diferentes entre sí, pero opta por lo fácil, por la generalización y se conforma con el planteamiento bipolar de la situación. En su favor hay que apuntar que la aparición del libro se remonta a 1987, y en su contra, que ha aceptado las reediciones y reimpresiones (que no son pocas).

Por otra parte, los adjetivos empleados al momento de acotar sus conceptos operativos y la falta de correspondencia entre ellos aumentan la desconfianza: profundo e ideal no mantienen ningún tipo de relación evidente. Se encuentran en un desnivel conceptual irreconciliable. ¿Es eso lo que Bonfil desea plantear? Consultemos las entradas en el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia Española y permítasenos transcribirlas a continuación, para que el atento lector juzgue si existe o no correspondencia terminológica:

Profundo. (Del lat. Profundus). Adj. Que tiene el fondo muy distante de la boca o borde de la cavidad. // 2. Más cavado y hondo de lo regular. // 3. Extendido a lo largo, o que tiene gran fondo. Selva profunda. // 4. Que penetra mucho o va hasta muy dentro. Raíces profundas. // 5. Intenso, o muy vivo y eficaz. Sueño profundo. // 6. Difícil de penetrar o comprender. Concepto profundo. // 7. Dicho del entendimiento, de las cosas a él concernientes o de sus producciones: extenso, vasto, que penetra o ahonda mucho. Talento, saber, pensamiento profundo. // 8. Dicho de una persona: Cuyo pensamiento ahonda o penetra mucho. Filósofo, matemático, sabio profundo. //9. Humilde en sumo grado. Profunda reverencia. // 10. m. Parte más honda de una cosa. // 11. Lo más íntimo de una persona. // 12. poét. Mar. //13-14. poét. Infierno.

Ideal. (Del lat. idealis). Adj. Perteneciente o relativo a la idea. // 2. Que no existe sino en el pensamiento. //3. Que se acopla perfectamente a una forma o arquetipo. // 4. Excelente, perfecto en su línea. // 5. m. Modelo perfecto que sirve de norma en cualquier dominio. //. Pl. Conjunto de ideas o de creencias de alguien. Siempre luchó por sus ideales.


Hasta aquí la digresión sobre sutilezas léxicas. Es posible que el empleo de tales adjetivos responda a la sola preocupación de construir categorías de análisis, o que se deba a limitaciones lingüísticas insignificantes y que, en consecuencia, estemos apuntado un problema de tantos que los filósofos del lenguaje deseaban disolver. Volvamos entonces a lo que nos interesa.

Es en la Introducción donde el autor, tras señalar que a cada una de estas civilizaciones corresponde un proyecto civilizatorio, un paradigma y un futuro, define lo que para él es cada uno de estos Méxicos, cuyas relaciones han sido conflictivas durante los cinco siglos que lleva su confrontación. El México imaginario, es un «país minoritario que se organiza según normas, aspiraciones y propósitos de la civilización occidental, no compartidos por el resto de la población nacional» (10), mientras que, el México profundo, negado y excluido, es la encarnación de la civilización mesoamericana, que resiste a las clases dominantes; es el universo de «lo indio», «lo que realmente forma el patrimonio que los mexicanos hemos heredado» (12). Lo rescatable en las palabras preliminares, a más de las definiciones, es la intención de suscitar una reflexión sobre la innegable existencia de civilizaciones diversas en México (que para él son dos) y su criticable propuesta de «formular un nuevo proyecto de nación».

De ningún modo pretendemos descalificar gratuitamente el prestigiado trabajo de tan insigne autor. Nada más lejos de nuestro deseo. Líbrennos los dioses de semejante aberración. Sabemos bien que Guillermo Bonfil Batalla merece todo nuestro respeto y cariño, que con su postura crítica ha marcado un hito en la antropología mexicana, que tomó parte en el movimiento del 68 siendo profesor de la ENAH (y fue cesado de su cátedra, aunque la recuperó muy pronto, en tiempo de Echeverría), que mereció la Presea Manuel Gamio como premio a su trabajo en pro del indigenismo, así como el reconocimiento internacional. Pero ya que la ignorancia es atrevida (dicho sea por nosotros) y contando con que en un ambiente académico la confrontación enriquece, nos atrevemos a señalar los puntos que nos parecen débiles. Hagamos pues un recorrido por La civilización negada, Cómo llegamos a donde estamos y Proyecto nacional y proyecto civilizatorio, que son las tres partes en las que el antropólogo del CIESAS divide su trabajo.

En la primera parte sostiene que «la civilización mesoamericana es una civilización negada, cuya presencia es imprescindible reconocer» (21). En su opinión, esta unidad mesoamericana es un continuo cultural, producto del contacto intenso y prolongado entre las etnias, el desarrollo de elementos culturales compartidos, el hecho de experimentar un solo proceso histórico y compartir una cosmovisión, traducidos en formas de organización social concretas. Es obvio que tales características de la civilización son aplicables, en abstracto, a los europeos (o al mundo judeocristiano, si se prefiere). ¿Qué los distingue? Un accidente geográfico, nada más. Pero Bonfil insiste en tomar partido y señalar insistentemente quienes son los chicos buenos de la película: la vida en Mesoamérica, según él, está marcada por «la coherencia y la unidad», mientras que los occidentales tienen «formas de vida disímiles y contradictorias». Considere nuestro lector el peso de tales afirmaciones. Y diga si no es cierto lo que ha escrito Xóchitl Medina González en la revista Nexos: «Llama mucho la atención la benevolencia de los juicios que hace Bonfil sobre el pasado prehispánico. La visión no se aleja mucho de la apreciación romántica dada hace ya bastantes años por Eric S. Thompson, Miguel León Portilla y Laurette Séjourné».
De un lado tenemos, entonces, un círculo perfecto y del otro un cuadrado (conviene no olvidar esta comparación que, aunque burda, puede resultar útil a la hora de las conclusiones). El autor juega con un maniqueísmo impresionante a lo largo de la primera parte. Para los buenos, el paraíso, es decir, el campo; para los malos, el averno, o sea, la ciudad. Éstos, los sanguinarios; aquellos, tan pacíficos que ni San Francisco de Asís los hubiera podido igualar. Unos con un tiempo lineal orientada a la catástrofe, otros con una vida cíclica que se renueva a sí misma...

Sospechamos que un análisis con tal enfoque puede ser, si no tendencioso y sentimentalista, sí muy limitado. Y la misma Xóchitl Medina González confirmó hace mucho tiempo nuestras sospechas al señalar que numerosos estudios que ofrecen una visión diferente de la realidad social de los pueblos latinoamericanos han sido despreciados por Bonfil, quien «prefiere dar una imagen optimista de las sociedades mesoamericanas y evitar destacar las contradicciones sociales, las pugnas políticas internas y las que existieron entre los distintos grupos, por más que todos tuvieron un tronco cultural común.»

Comprendemos que «el rechazo a lo indio nos cierra la posibilidad de entender formas diferentes de vida y alternativas» (45), pero no nos parece, en principio, que la «indianidad» sea una condición superior, y que el haber crecido al amparo de la civilización occidental nos envilezca.
Que no se abuse de nuestra ingenuidad. En Europa, antes de la llamada modernidad, el tiempo también era circular, ¿vamos a decir por eso que Europa fue mesoamericana durante siglos, o que no era occidental? No. (En este caso, la contraposición sería entre modernidad y premodernidad, no entre Occidente y Mesoamérica). Que si en la dominación azteca «no hubo ningún intento por imponer la lengua de los vencedores», muy bien, ¿acaso no era esta la política del imperio romano? (nada más occidental). La diversidad lingüística de las provincias romanas bien pudo influir como factor en la caída del imperio; el uso corriente del latín es posterior al año 313 de nuestra era, y cobró fuerza gracias a la Iglesia; aún en este caso, nunca se anularon las lenguas vernáculas, de otro modo ¿cómo explicar el origen de las lenguas romances? ¿por mera degradación del latín?. En fin. No discutimos las diferencias y semejanzas entre unos y otros, aunque ni ‘unos’ ni ‘otros’ dan cuenta de los sujetos como tales, irreductibles de suyo a dos categorías. Sabemos que en el fondo, todos los hombres somos iguales (y sirvan los arquetipos para probarlo), aunque no todos somos iguales (contamos con una identidad étnica donde nuestra existencia cobra sentido), pero, a fin de cuentas, no hay dos hombres iguales. También el antropólogo lo sabe, pero no le parece importante, porque según él, «el problema está en la estructura dual, asimétrica, que subyace en el fondo de esa pluralidad» (Bonfil: 96), de ahí su insistencia en volver a donde ve el origen del problema: la Colonia.
La segunda parte trata de explicarnos cómo llegamos a donde estamos. Aquí nos dice que el desarrollo histórico de la civilización mesoamericana se vio interrumpido por la llegada de los españoles. Esto desencadena un proceso de desindianización, es decir, la ruptura del «mecanismo de identificación» (Bonfil: 94), por una parte, y una dinámica de resistencia «como lucha incesante de los grupos sometidos por conservar y ampliar los ámbitos de su cultura» (Bonfil:110). En su análisis, Guillermo dirige su crítica principal al proceso de conquista y colonización, desde los efectos de las pestes del siglo xvi, pasando por la Independencia hasta la Revolución. Sostiene firmemente que «el orden colonial es por naturaleza excluyente: descansa en la incompatibilidad entre la cultura del colonizado y el colonizador» como si no supieramos que esa es la dinámica del poder, presente desde el mítico Caín (si no es que antes, con aquello de las restricciones y expulsiones del paraíso) hasta la justicia infinita de Bush, pasando por la división de los andróginos, las cadenas de prometeo, el castigo de Sísifo, los innumerables crímenes políticos y genocidios... Momento, dirá nuestro lector, esta serie de datos no hacen más que corroborar la lógica sacrificial de occidente. Cierto. ¿Y qué nos dirá de los designios de Huitzilopochtli o las creaciones sucesivas del mundo en los mitos mayas, donde los dioses «deshicieron su obra y su creación» cuantas veces algo no se ajustaba su proyecto? No es extraño, por tanto, que «si el México profundo resultaba ser la negación radical del México imaginario», el indio, sujeto concreto, se convirtiera en el enemigo a eliminar, y a su vez, se desindianizara para salvar la vida. La lógica del poder prevalece al margen de las variantes históricas y geopolíticas. Al respecto, nuestro autor insiste en que «Esta cuestión debe verse con la óptica del oprimido, desde su realidad profunda, porque los cambios, por importantes que parezcan desde la perspectiva de quien domina, no lo son necesariamente para quienes padecen la dominación» (Bonfil: 181). Y viene entonces a nosotros la pregunta: ¿Él escribe desde esa óptica o es un occidental dedicado a decirle a los occidentales cómo deben verse a sí mismos los negados (léase indígenas)? Dejaremos la pregunta a ver quién quiere responderla.

Con todo, los mecanismos de exclusión inherentes al poder, han mermado significativamente al México profundo, pero no lo ha exterminado por tres razones que advierte Bonfil, a saber: la resistencia, la innovación y la apropiación, de las cuales se afirma en el libro: «El ejercicio cíclico de tales prácticas es, por una parte, una afirmación periódica de la existencia del grupo, una manifestación colectiva de su permanencia simbólica que se expresa simbólicamente en el cumplimiento de “la costumbre”» (Bonfil: 192). En el marco de la resistencia, conviene resaltar un aspecto: la resistencia lingüística, pues: «La preservación de la lengua propia tiene importancia fundamental para que se mantengan los códigos más profundos que expresan una manera de ver y entender el mundo».

La tercera parte del libro señala la necesidad de «echar a andar un nuevo proyecto nacional», Bonfil señala que no habrá futuro posible si no volvemos a nuestros orígenes y revitalizamos las potencias del México profundo, porque dice, y está convencido de que: «el problema central sigue siendo el mismo: la incapacidad de reconocer y aceptar al otro». Bien, parece que desde que el hombre pisó la tierra el problema no ha cambiado. Pero el autor de México profundo, en un acto de ilusionismo, y aprovechando el posible cansancio de su lector, pone una trampa, casi imperceptible, en uno de sus párrafos finales. Observemos.

Hay otra alternativa, que parte precisamente del reconocimiento y la aceptación de la civilización mesoamericana con todas las consecuencias de que ello implica. Este sería un proyecto organizado a partir del pluralismo cultural y en el que ese pluralismo no se entienda como obstáculo a vencer sino como contenido del proyecto» (Bonfil: 232).

No juzgaremos de utópica la propuesta (por no decir imposible), eso le toca al distinguido lector. Pero díganos si no es una salida fácil: durante 232 páginas abstrae la diversidad cultural para poder sostener la bipolaridad Occidente-Mesoamérica, y de pronto, sin nada más que un punto y seguido, fundamenta el proyecto en el pluralismo cultural y no en la síntesis una civilización dual, como sería de esperarse. Esto no deja de ser llamativo: pocas veces encontramos en un párrafo dos cláusulas que bien pueden corresponder a libros entre los cuales no hay nada que ver.

¿Qué pensaría el atento lector, si después de todo lo escrito en las páginas anteriores concluimos este ensayo diciendo, sin argumento de por medio, que tiene razón Roger Bartra cuando sugiere que estamos atrapados en «La jaula de la melancolía»? ¿No es similar lo que nos hace Bonfil Batalla al plantear el problema en términos de choque de civilizaciones y resolverlo (sin tratarlo) desde el multiculturalismo?

Basta. Ya le permitimos jugar con adjetivos que no tienen relación directa, ya lo dejamos dividir a los mexicanos en civilizaciones (como si existieran de un lado los occidentales puros y del otro los indios puros, sólo con posibilidades de interpenetrarse), ya consentimos que su propuesta de un nuevo proyecto sea como la cuadratura del círculo o la circunferencia del cuadro, ya recurrió a argumentos inconsistentes para ensalzar un pasado inalcanzable y desdeñar lo que para muchos es el único mundo conocido (o que nos conviene conocer), ya lo dejamos buscar las causas del ocultamiento del México profundo en la Conquista y la Colonia (cuando Florescano, ha señalado que este fenómeno se da hasta el siglo XIX con el triunfo de los liberales y la instauración de México como Nación), ya toleramos la inconsecuencia de querer rescatar algo que se afirma presente a lo largo de cinco siglos (si está presente, no hay que rescatarlo; y si no está, ya ni llorar es bueno). Eso y más podemos permitirle a un antropólogo ilustre, pero ese último intento de sorprendernos con sus dotes de ilusionista lo juzgamos metodológicamente incorrecto.

En fin, si su deseo era provocar-nos la reflexión sobre estos problemas, estando o no de acuerdo, sostendremos que el libro cumplió cabalmente su propósito. Nos incluimos en el grupo de los que no están de acuerdo. La cuestión indígena nos importa tanto como a él, pero disentimos de su método y rechazamos su visión melosa del mundo que trae a la imaginación ciertos curas predicando la instauración de la justicia social cuando todos se confiesen y comulguen. Puede ser, pero la idea no nos gusta. Preferimos la postura de Gonzalo Aguirre Beltrán, otro antropólogo connotado en este país, quien nos ha dicho que

Si el indio ha de salir algún día de su escala actual (será) necesariamente a través de su integración de un sistema capitalista o socialista que supere sus limitaciones. En las circunstancias actuales no veo otra manera —a no ser la de aislarlos en las cárceles de las reservaciones para que permanezcan incontaminados— de lograr la descolonización del indio y su liberación.

Suena cruel. ¿Dónde queda el otro? ¿Y el respeto a la diferencia? ¿Y todas las cuestiones éticas? Tan importante es responder las preguntas, como urgente es actuar para que, cuando lleguen las respuestas, todavía exista la razón que las origina. Porque, como ha dicho Vargas Llosa: «o los integramos o los vemos morir» (aunque de seguro se refería al Perú profundo y no a nuestros indígenas, pero para el caso, da lo mismo). Sólo esperamos no ofender sensibilidades, ni merecer el calificativo de racistas, si acaso el paciente lector se complace en la ensoñación y los discursos demagógicos o ha hecho suyo el dogma, lugar común, de que «todo tiempo pasado fue mejor». Para quienes están convencidos de que los mejor que le puede pasar a un mexicano es ser indígena (expresión viva del México profundo), Van nuestras más distinguidas consideraciones y tres ligas:

http://www.nexos.com.mx/internos/foros/cuestionindigena/mexico_profundo.asp
http://www.nexos.com.mx/internos/foros/cuestionindigena/etnia_vs_nacion.asp
http://www.nexos.com.mx/internos/foros/cuestionindigena/otra_vez_los_indios2.asp

lunes, 9 de marzo de 2009

El arte de presentar argumentos

Dice Christian Plantin en su libro La argumentación (Barcelona: Ariel, 2005) que ésta “es una operación que se apoya, sobre un enunciado asegurado (aceptado) –el argumento- para llegar a un enunciado menos asegurado (menos aceptable) –la conclusión.” Y en ese sentido, “[a]rgumentar es dirigir a un interlocutor un argumento, es decir, una buena razón para hacerle admitir una conclusión e incitarlo a adoptar los comportamientos adecuados”. O dicho de otra manera: la argumentación es “el conjunto de técnicas (conscientes o inconscientes) de legitimación de las creencias y de los comportamientos. La argumentación intenta influir, transformar o reformar las creencias o los comportamientos (conscientes o inconscientes) de la persona o personas que constituyen su objetivo”. (39-40) El valor del libro y su utilidad no están, sin embargo, en la precisión con que se define, sino en la visión general y suficiente que aporta sobre las distintas aproximaciones teóricas a un fenómeno amplio y, de por sí, complejo.

En el primer capítulo se muestra la capacidad argumentativa de las palabras, al recordar el legendario pacto de Córax con Tisisas, según el cual “[s]i Tisias gana su primer proceso, entonces paga a su maestro; si lo pierde, no le paga”. Sucede que en el primer proceso, el discípulo declara que no le debe nada al maestro, de modo que si gana no paga y si pierde, de acuerdo al pacto, tampoco paga. Córax, antepone un contra-discurso, mostrando que “todo aquello que está hecho mediante palabras puede deshacerse mediante palabras”. (7) La anécdota permite hacer un reconocimiento de lo que la argumentación “debe” a los sofistas: la antifonía (“a todo discurso le responde un contra-discurso”), la paradoja (que “despierta el pensamiento”), el recurso a lo probable, y la dialéctica (en el sentido de “diálogo razonado, conducido según unas reglas precisas”).

Después se señalan los ámbitos en que se ha desarrollado y estudiado la argumentación, a saber, la retórica y la ciencia. Cada ámbito impone características peculiares a la operación argumentativa. Así, en la retórica tradicional se distinguen cinco etapas: 1) la invención (o búsqueda mental de argumentos), 2) la disposición (o relación de argumentos), 3) la elocución (o elaboración textual), 4) la memorización y 5) la acción (o presentación en público). En la ciencia, donde el objetivo es probar o demostrar. la argumentación se vincula a la lógica y exige criterios que garanticen la verdad de las conclusiones.

Hecho este recorrido, Christian Plantin, director de investigación en el Centre National pour la Recherche Scientifique, consigna las cinco líneas de investigación en que se pueden agrupar los trabajos que sobre el tema se realizan actualmente: 1) La pragmadialéctica que “estudia la argumentación como un tipo de diálogos fuertemente sujetos a normas”. 2) Argumentación y análisis de la conversación que estudia “las interacciones verbales” en el marco de la “conversación”. 3) la pragmática lingüística “integrada” en la lengua que sigue las ideas de Ducrot, 4) la pragmática sociológica y filosofía de la “acción comunicativa” que se basa en la teoría de Habermas y pugna por una argumentación ética. Y 5) la “lógica pragmática” enraizada en los trabajos de las ciencias cognitivas. (20-21)

Todas estas tendencias comparten su interés por el mismo objeto de estudio. Lo que las diferencia –dadas las diversas características del fenómeno- es la forma en que abordan las siguientes cuestiones o dicotomías:
1) La relación Lenguaje/Pensamiento, o sea: admitir que “[l]a argumentación es una actividad lingüística que se acompaña de una actividad de pensamiento, que deja huellas de pensamiento” o asumir que “[l]a argumentación es una actividad de pensamiento que se expresa, que deja huellas en el discurso”. (29)
2) La oposición Lengua/Discurso, donde: si “[l]a lengua es argumentativa” entonces “[l]a investigación en argumentación atañe a la lingüística”; pero si lo argumentativo está en el discurso, entonces, o bien “[e]l habla es siempre necesariamente argumentativa” en cuyo caso la investigación compete a “una psicolingüística o una sociolingüística”, o bien, “[s]ólo algunos discursos son argumentativos”, y corresponde su estudio a la retórica. (29-30)
3) Su consideración como Monólogo/Diálogo, porque: si se asume como objeto “el discurso monológico” el estudio consiste en “extraer de él las estructuras”; pero si se piensa como “situación dialógica” el estudio comprenderá “el debate, la conversación”, (30) y por tanto, habrá que considerar no sólo las proposiciones, sino al proponente y al oponente.
4) La determinación de si el estudio es No normativo/Normativo. En el primer caso se podrán distinguir entre “buenas y malas argumentaciones” en la medida en que se ajustan a las reglas; pero en el segundo caso. (30)
5) La elección entre Consenso/Disenso, esto es, elegir si la finalidad es lograr el acuerdo, “la resolución de las diferencias de opinión” o si “[l]a disonancia es una condición de la renovación del pensamiento”.

En todo caso, cabe señalar que la argumentación se realiza en torno a un problema o tema sobre el que “el argumento tiene el estatus de una creencia (presentada como) compartida, de un dato fáctico (presentado como) incontestable”. Para introducir una conclusión que goce del mismo estatus se requiere de la ley de paso que permita el “salto” o salvar la “diferencia de nivel entre el enunciado del argumento y el enunciado de la conclusión”. (41-42) Pero antes de concluir, también hay que considerar la objeción o refutación del oponente: “La refutación pretende concluir el diálogo, la objeción apela a una respuesta, es decir, a la confirmación del diálogo”. (44) Otro de los obstáculos de la argumentación es la posibilidad de devenir paralogismo (“argumentación falaz”) o sofisma (argumento sujeto a los intereses o pasiones del autor).

Consideradas las generalidades referidas, Plantin señala que el análisis de cualquier argumentación debe considerar el objeto, el lenguaje y la interacción y a ello dedica los últimos capítulos. 1) Que se puede argumentar por casa o por consecuencia, que se puede argumentar por analogía pero este proceso no es concluyente, o que la argumentación por caso requiere una enumeración exhaustiva de los componentes muestra que “la argumentación manipula los objetos y las relaciones entre objetos”. 2) Que en la sintaxis de la lengua hay una “lógica lingüística”, que se puede sesgar una afirmación, disimular o forzar una conclusión, o que la palabra “descifra y orienta” manifiesta como “la argumentación asume las restricciones del lenguaje en el que se realiza”. Y 3) que la argumentación implica una “confrontación de una manera polémica o colaborativa” permite ver que “la argumentación es un proceso interactivo” en el que, para que la argumentación sea fecunda, habrá que evitar las formas “no válidas” como la argumentación ad hominem, ad verecundiam, ad ignorantiam, la argumentación por la fuerza, la carga de la prueba, la adaptación al auditorio, los estereotipos, la referencia sobre las creencias o los intereses de terceros y el ataque personal o insulto.

domingo, 1 de marzo de 2009

Amor virtual

Es indudable que internet ha implicado -desde el proyecto ARPANET hasta hoy- una serie de transformaciones cuya dimensión, si bien ha sido advertida ya por sus efectos, en realidad no ha sido comprendida en su justa medida, ya por la falta de distancia temporal, ya porque estamos inmersos en el vértigo y somos parte de los cambios. Las TICs están en boca de todos. Se habla de ventajas y de riesgos de la red, de la cibercultura, se describen algunos rasgos de las identidades virtuales; pero en esta recomposición del universo aún no hemos aislado al nuevo sujeto (o lo que haya lugar en su sitio). Nos damos cuenta de que las cosas ya no son como antes, identificamos oportunidades, usos y aplicaciones; pero no tenemos certezas del destino al que nos aproximamos. En la gran telaraña caben todas las utopías y los apocalipsis.

En este contexto, la literatura puede contribuir a una reflexión fecunda sobre lo humano en la era digital. Así, se han venido publicando diversos relatos en donde la red va ganando terreno, a veces como un simple dato de época, en otros como un medio o instrumento de comunicación. Pienso en dos ejemplos: “Subject: Ternura time” de Juan Hernández Luna, incluido en el libro Me gustas por guarra, amor (México: Ediciones B, 2005) y Cartas Astrales. Un romance científico del tercer tipo, de Julieta Fierro y Adolfo Sánchez Valenzuela. (México: Alfaguara, 2006). En el primer caso se muestra el cambio de lenguaje influido por la misma tecnología que exige nuevos verbos, entre otras cosas; en el segundo, el correo electrónico es la forma empleada para presentar o divulgar información astronómica. Las obras con presencia de internet son muchas: algunas muy experimentales otras demasiado realistas y conservadoras (casi transcripciones del archivo digital que el autor guarda en su bandeja de entrada).

Los libros más interesantes –creo- son los que indagan sobre lo que estamos siendo en relación con esta interconexión de computadoras que envían y reciben datos las veinticuatro horas del día, y en muchos casos son, además, móviles. Los textos que exploran la transformación antropológica o epistemológica en un horizonte virtual, donde lo mismo es posible la interactividad y la colaboración que el fraude y la simulación en proporciones mundiales. Los cuentos y las novelas que exploran la complejidad de nuestros pensamientos o de nuestras emociones. Aquellos relatos, en fin, que nos recuerdan que seguimos siendo humanos.

Con ideas semejantes en la cabeza, leí hace unos días El amor intangible de René Avilés Fabila (México: Axial, 2008). Y creo que es de esos libros que aporta mucho a la reflexión. Es un ejercicio literario documentado e interesante sobre las emociones, en concreto, sobre el amor en los tiempos de la red. A través de un relato casi circular, el autor de Catálogo de sorpresas y Cuentos de hadas amorosas advierte que “el género epistolar antiguo o moderno idealiza a quienes lo ejercen” y da cuenta de los fenómenos que rodean este proceso de idealización en el entorno virtual. Desde la primera página conocemos la historia: “Fátima había desaparecido luego de jugarme una broma monstruosa, despiadada, dolorosa, que tal vez yo merecía”. La maestría del escritor mexicano consiste en mantener la intriga sobre el origen y desarrollo de esa cruel jugada.

El narrador es un nostálgico del género epistolar en un tiempo en el que “[l]as cartas, por desgracia, ya no sobresaltan ni producen regocijo, no existen, nadie las escribe o son tediosos intercambios de datos, avisos, ofrecimientos comerciales, citatorios judiciales y reclamos bancarios”. Es, pues, un testigo de la sustitución/transformación de la correspondencia por un sistema electrónico de intercambio de bites, cuya principal característica es la rapidez con que se realiza la entrega, aunada a la incertidumbre del origen del texto recibido (lo mismo pudo ser escrito por un suplantador de identidad que por un robot). Y se presenta frente a lector como uno los primeros usuarios de las tecnologías de información y comunicación y pronto se encontró “navegando en un mar de estupideces, exhibicionismo y toda clase de información digerida por seres misteriosos, anónimos, por fortuna desconocidos”.

La historia relatada, como dice el mismo narrador, es simple: se trata del reencuentro “de reminiscencias cínicas” acompañado por un “intercambio de ridículos lamentos sexuales” con Claudia Villa, compañera de la secundaria. Coincidencia que fue posible muchos años después gracias a internet. La ficción trenza hábilmente la información de los archivos electrónicos con aquellos referentes palpables que denominamos comúnmente realidad y el ensayo sobre las situaciones contadas. La combinación va amalgamando oportunamente palabras como: diversión y distracción, fiasco, ocultamiento, distancia, privacidad, fatiga intelectual, conflicto, amor y magia.

En esta urdimbre textual, el escritor no pierde oportunidad para darle verosimilitud al relato y tomar distancia del narrador (el relato, desde luego, no es autobiográfico: de conformidad con las nociones básicas se la narratología se aprecia una clara distancia entre la persona que escribe y aquella entidad a la que se le confía narrar la historia en el marco de la ficción). Además, se permitirse alguno que otro homenaje. Así, cuando el narrador viaja con Claudia por Tlaquepaque encuentra a un grupo de escritores: "reconocí en el centro –dice- al poeta Rubén Bonifaz Nuño, lo rodeaban Carlos Montemayor, Bernardo Ruiz, René Avilés Fabila y Marco Antonio Campos".

Es gracias a Claudia que el narrador conoce a “una tal Fátima Moreno” cuyo intercambio epistolar o vaivén de correos electrónicos ocupa la parte central de la novela, marcada –en cuanto a la historia- por cierta obsesión y el hecho de “vivir pendiente de los correos que aparecían en la computadora” apenas distraída por una tal Marlen; y en cuanto a la técnica narrativa, cracterizada por la transtextualidad gracias a la cual es posible leer versos de Machado, Benedetti y un cuento de RAF (que son las letras iniciales del autor de la novela), entre otras citas y referencias librescas.

Desde luego, el buen humor y la crítica hacia algunos indicadores del sistema político no podían faltar en un libro del autor de El gran solitario de palacio: “Todos los gobiernos –se lee en un correo- tienden por naturaleza a conservar el orden establecido, por más que hablen de cambios” (zape al “gobierno del cambio”). Y:

Se llegó al extremo de suponer que personajes nefastos, por el solo hecho de pasar del PRI al PRD, automáticamente se convertían en izquierdistas y grandes luchadores sociales, cuando con todo rigor, amiga Fátima, sólo se trataba de oportunistas y pillos buscando acomodo dentro del poder.

Pero volvamos a los efectos de internet. Los cambios que el narrador experimenta se consignan en el relato cuando refiere todo lo que hace “por conservar el amor virtual de Fátima”. Es como asirse a la falsificación de la realidad en el desesperado intento de mantenerse a flote, en un univeso líquido. Se trata de entender la transformación de conceptos provocada por los nuevos medios de comunicación, sí. Pero además, se apunta a un proceso de adaptación en una realidad múltiple (o por lo menos doble), ahora que “es posible tener una relación en línea al tiempo que se mantiene otra en el mundo real”.

El último capítulo (una página) hace las veces de epílogo a la distancia, y le da a la novela un efecto fantástico.