lunes, 30 de agosto de 2010

La nostalgia erótica de la muerte


"En el enamoramiento y en el amor se manifiesta una buena porción de estupidez" escribe Patrick Süskind en su ensayo Sobre el amor y la muerte (México: Planeta, 2007). Y para muestra, recomienda volver a las cartas de amor escritas por uno mismo algunos años después: "A uno le parece casi incomprensible que un ser humano, aunque sólo sea medianamente inteligente, haya podido estar nunca en condiciones de sentir, pensar y escribir semejantes tonterías". (38) Y sin embargo, se sienten, se piensan, se escriben porque expresan la tensa relación entre Eros y Thánatos, en algún momento de la propia historia. Quizá por eso, quien ama con vehemencia y delirio piensa de forma profunda y recurrente en la muerte. Tanto se ha dicho al respecto que, en el prólogo a la edición española, Miguel Sáenz, apunta que "hace falta coraje para escribir sobre el amor y la muerte, y hace falta talento para decir algo nuevo al respecto". (XII)

El ensayo comienza con una paráfrasis sobre la cuestión agustiniana del tiempo: si no me preguntan sé qué es, pero si me preguntan… "nos metemos en un lío" (5). La muerte y el amor son misterios a los que nos referimos por aproximación. Hablamos desde una inminencia ignorante: ambos tienen un halo de misterio. Nos duelen pero bien a bien no sabemos qué son, de qué están hechos. Y curiosamente, "el no-saber, el no-sé-qué-significa-eso es el impulso primario que echa mano por primera vez al estilete, la pluma o la lira" (6). Así pues, de entrada está claro que cualquier explicación por valiosa y acertada que sea, resultará "insuficiente". Dicho lo cual, el autor de El perfume propone tres ejemplos para la reflexión sobre el fenómeno amoroso. Primero: la pasión desenfrenada de dos jóvenes dentro de un Opel que aprovechan el cambio de luces en el semáforo para "aproximarse con un movimiento brusco y volver a mirarse y besarse como si aquello fuera un milagro" (15) que da paso a una aparente felación cuyos detalles evita el autor anotando que "[t]odo observador objetivo tenía que llegar a la conclusión de que la pequeñita se merecía algo mejor que aquel espantoso granuja" (16-17). Segundo: el aislamiento de "una pareja recién casada" (ella de setenta y el veinte años menor) durante una cena a la que fueron convidados y cuyo comportamiento semejaba "dos monitos jóvenes" que "parecían estar unidos como Filemón y Baucis". Y por último: las notas de un escritor alemán quien refiere en su diarios que a mediados del siglo pasado, durante un viaje con su esposa y su hija volvió a sentirse conmovido por el deseo como no lo había sentido en los últimos veinticinco años, y entre cuyos párrafos salpica palabras como distracción, "esperanza nerviosa", "sufrimiento a todas horas", rematando con un "Estoy próximo al deseo de morir, porque no soporto más [...] la añoranza de este divino muchacho" (31). ¿Son pues, estos tres casos, una ilustración del amor? Al respecto, Süskind señala que los del automóvil, "todavía son jóvenes muy jóvenes, no tienen veinte años y, en consecuencia, son eróticamente estúpidos" (20). A los recién casados la reunión "les parecía una torturadora pérdida de tiempo y una distracción superflua que les impedía saborear los ojos del otro y saciarse con su vista" (25), lo cual parece una forma de ebriedad, pero "¿es la embriaguez más noble que existe?" (26), se pregunta; "raya en lo demencial", responde. En cuanto al abrumado escritor, el problema está en que se trata de una pasión unidireccional. ¿Pero hay en ellos amor? "Sabido es que no se puede sostener una conversación normal con un enamorado, y mucho menos sobre el objeto de su amor" (39), dice el autor y añade: "El amor se paga siempre con la perdida de sensatez, con el autosacrificio y la minoría de edad resultante". (41) Y he aquí lo paradójico: "Todo esto es extraño e irritante, porque sin embargo se considera al amor como lo mejor y más bello que puede ofrecer el ser humano y que le puede acontecer". (42)

¿Y qué decir de la consigna romántica según la cual, en nombre del amor vale la pena matar(se) o morir? Es comprensible.
Se entiende. Se entienden ambas posiciones: la que busca la muerte como única liberación posible de la insoportable pena de amor, y la, igualmente caballeresca, que acepta la muerte como riesgo necesario en la persecución del objeto erótico, sobre todo en tiempos y crisis en que puñales y pistolas estaban a la orden del día. (51)
La pasión amorosa y el abismo mortal están íntimamente ligados. Eros y Thánatos son dos caras de la misma moneda. No es extraño que "la lengua francesa [produjera] el concepto de la petite morte como sinónimo del orgasmo" (53) o que "Kleist, en sus últimas cartas, con el suicidio claramente a la vista, estallaba literalmente de alegría y excitación erótica". (54) Ejemplos literarios y literales de la relación Amor/muerte abundan, no sin variantes:
y donde Kleist abre heridas, excita y se comporta estridentemente, Goethe nos arrulla con su plenitud de armonías y su aire de serena sabiduría de la edad, para apartarnos de la terrible fascinación que, como a Kleist, le preocupa: la nostalgia erótica de la muerte. (63)
De los ejemplos cotidianos e históricos, pasa Süskind a los literarios, sin perder de vista las repercusiones que han tenido la mitología, la vida/muerte y la literatura en la cultura occidental. Nos lleva de la Salomé de Wilde a las cuitas del joven Werther, De Tristán a Isolda al Banquete de Platón. Hasta situarnos "al comienzo de la historia de los que no quieren aceptar la muerte a causa del amor" (68). Nos presenta pues a Orfeo, "sin lugar a dudas, el hombre más completo". (98) De forma breve se resume y comenta el mito de quien movido por su amor y gracias al "poder de su arte" logró descender al inframundo para rescatar a su joven esposa, muerta a causa de una mordida de serpiente. (69) No es extraño que en este punto se le compare con Jesús, quien rescata de la muerte a su amigo Lázaro. Orfeo y Jesús comparten el título de Buan pastor, tuvieron una muerta por demás cruel, desafiaron a la otra vida, sí, aunque el paralelo es inexacto, desde luego:
el descenso de Orfeo al submundo no debe interpretarse en modo alguno como una empresa suicida –no era Werther, ni Kleist, ni mucho menos Tristán-, sino como una empresa sin duda arriesgada, pero totalmente orientada a la vida y que incluso lucha desesperadamente por la vida… (81)
Jesús afrontó la muerte para salvar al mundo, Orfeo, para rescatar a la mujer amada (Cfr. 88).Uno contaba con el apoyo del Padre, el otro no tenía sino sus propios medios: "su lira, su voz y su lastimera canción". Con ello argumenta y logra que le devuelvan a Eurídice, con la sabida condición de no mirar hacia atrás (donde camina ella) hasta estar seguros en la tierra de los vivos.
Y, en la euforia de su dicha, se pone otra vez a cantar, naturalmente no una canción lastimera esta vez, sino un himno jubiloso a la vida, a Eurídice. Y se embriaga tanto con la belleza de su propio canto que subestima el peligro a que está expuesta aún su empresa, quizá no le va ya… porque el peligro viene de él mismo. (90)
El desenlace, de sobra conocido, "nos conmueve hasta hoy –dice el ensayista- porque es la historia de un fracaso". (95) En ese sentido y en términos de Eros/Thánatos, Jesús, "tal vez fuera realmente sólo un dios", mientras que Orfeo se nos revela plenamente humano.

jueves, 12 de agosto de 2010

La gran tentación, deseos de experimentar y conocer


Es indudable que los prontuarios resultan de gran utilidad para quienes inician, o desarrollan, actividades que demandan técnicas y procedimientos ya sistematizados. De hecho, muchos productos vienen acompañados de manuales y guías que pretenden optimizar los recursos. En la práctica, sin embargo, los usuarios hacen a un lado este apoyo, desperdiciando así el potencial de su adquisición. ¿Cuántos teléfonos celulares –por ejemplo- terminan su vida útil sin que el dueño conozca la totalidad de sus funciones? El subempleo de un producto disminuye en la medida en que se conocen y dominan modelos anteriores. Por el contrario, cuando alguien no está habituado a la manipulación de determinados dispositivos o al ejercicio de ciertas tareas, el instructivo se presenta como una necesidad. Lo mismo ocurre con los protocolos de seguridad… Pienso en esto mientras hojeo Cómo organizar un trabajo de investigación de Bernardo Martínez Aurioles y Eduardo Almeida Acosta (México: Universidad Iberoamericana Puebla – Universidad Madero, 2006). Se supone que las instituciones de educación superior son comunidades donde se gestiona y construye el conocimiento, pero hay algunos estudiantes –pocos, imagino- que no viven la investigación –con rigor metodológico- como parte de su vida cotidiana. Para ellos (¿para nosotros, debo decir?) revisar esta guía resulta –sin duda- recomendable.

En el Prólogo, el Mtro. Guillermo Hinojosa R. de Universidad Iberoamericana Puebla, apunta que la investigación científica no es un trabajo "como cualquier otro" para aquellos que "gustan de ejercer sus talentos, para quienes disfrutan de la lectura y el razonamiento". Es una actividad "placentera" que implica también "algunos aspectos fastidiosos". (11) Por un lado están la curiosidad, la apasionada búsqueda del conocimiento, la seducción de probar; por otro, los trámites, las formas y los formatos. Lamentablemente en muchos casos, los cursos y talleres que pudieron ser el inicio de gratificantes experiencias científicas han privilegiado las inevitables "partes fastidiosas": Así, "en lugar de estimular el gusto por el trabajo inteligente e imaginativo, muchos profesores de metodología, con sus exigencias formales, hacen que los estudiantes se sientan incapaces para la investigación" (12). Y como en cierto modo, la percepción es realidad, viene bien la pregunta del Mtro. Hinojosa:
Por qué no facilitar a los principiantes que encuentren problemas e imaginen soluciones, que hagan especulaciones teóricas, que intenten hacer hablar a los datos, que participen en las discusiones con expertos, que muestren su talento y que vean sus nombres publicados en reportes de investigación en los que colaboraron. Esto debería ser el trabajo de quienes se encargan de formar nuevos investigadores ya sean asesores de tesis, coordinadores de seminarios o jefes de investigación, en lugar de ser menos inspectores de usos y costumbres metodológicas. (13)
 


En cuanto a la organización de un proyecto de investigación –materia del libro-, los autores lo presentan en diez pasos, a saber: elección del problema, formulación de la pregunta de investigación, establecimiento de los objetivos, formulación de hipótesis, proyecto de investigación, acopio de información, procesamiento de investigación, elaboración del reporte de investigación, revisión del borrador e impresión del texto. Nada nuevo, se dirá. Nada que no se haya dicho. Nada que no se encuentre en cualquier otro manual. Cierto. Quizá lo peculiar está en las preguntas de las que se habla en la cuarta de forros, mismas que, por una parte dosifican la información y, por otra, sirve como check list del proceso. Asimismo, estas cuestiones siguen un diagrama de flujo (17) que permite situarse con claridad en la etapa del proceso en la que uno se encuentra.
Así, de forma muy sencilla, el novel investigador descubre si el problema que desea investigar es interesante, útil e importante. Mide sus fuerzas, se confiesa si tiene tiempo, recursos e información para abordarlo. Enfoca el problema, se establece metas, propone respuestas o soluciones posibles hasta llegar a la hipótesis. En este punto, se revela una característica del quehacer científico:
La honestidad intelectual del investigador debe prevalecer sobre sus ambiciones, intereses, orgullo, etcétera. Por lo tanto, invalidar la hipótesis no se considera un fracaso. Al contrario, los resultados, cualesquiera que sean, si se han logrado con trabajo honesto y dedicado, contribuirán al desarrollo del conocimiento. (26)

Se describe luego el Proyecto de investigación, Plan de trabajo o Protocolo de investigación, señalando su importancia: permite "enfrentar cualquier trabajo de manera sistemática y ordenada" (27). O dicho de otra manera, poner por escrito el proyecto "redituará en menor esfuerzo y economía de tiempo" (27). No está de más acotar que esto sucede siempre y cuando el investigador realiza seriamente el trabajo intelectual y no se limita a llegar un esquema.
En cuanto al acopio de información, se aborda el tema de la confiabilidad de las fuentes. Al respecto se dice que "Cuando la información es generada por una fuente reconocida por la comunidad científica por la calidad e imparcialidad de su trabajo y es posible confrontarla cualitativa o cuantitativamente, podemos considera que es confiable" (37). En ese sentido, se añade que las citas textuales deberán usarse "únicamente cuando se considere que el autor lo ha dicho de una manera brillante y no vale la pena alterarla". Pero, ¿qué se puede hacer cuándo no hay información suficiente? En ese caso, sugieren, "recurrir a los expertos" ya que "a través de entrevistas, por ejemplo, se puede obtener aquella información necesaria para estructurar el marco teórico, determinar las categorías o técnicas de análisis de información, etcétera" .(39)

Para el "análisis y a la interpretación de la información", se sugiere el Método Trascendental de Bernard Lonergan (1994): Atender los datos – Entender los datos –juzgar la veracidad de lo entendido –Decidir. resumido en el siguiente cuadro. Si bien, lo mejor es remitirse a la fuente, cabe señalar que Martín López Calva en su Pensamiento crítico y creatividad en el aula desarrolla y caracteriza este proceso.
Al final queda la etapa de redacción del borrador, revisión e impresión de la versión final, señalando un aspecto importante del proceso.
Cuando se es el autor de un texto es muy fácil estar viciado por el proceso de redacción, por ello es recomendable que, una vez terminada la redacción, se dejen pasar por lo menos 72 horas antes de revisarlo. De esta manera se minimiza la posibilidad de leer de memoria. Para reforzar una buena revisión es necesario adoptar el papel de lector externo, analítico, crítico. Y nunca está de más solicitar a otra persona que lea el texto antes de entregarlo. (53)
El subrayado es mío, sólo para que no se olvide que conviene dejar reposar el texto tres días antes de la última revisión.