miércoles, 23 de abril de 2014

Carnal cuerpo celeste

Para un lector, hombre, un libro firmado por una mujer lleva implícita la promesa de mostrar el mundo con otros ojos, desde una perspectiva radicalmente distinta, desde una condición que por naturaleza o por construcción social es prácticamente inaccesible. Uno aspira a encontrarse con Ella habitando su universo, o con las formas que dibuja para representarlo, al menos. Y eso es seductor, tiene su fascinación, tiene su encanto: cada página atisba la alteridad, más allá de las cuestiones de género. Y tratándose de poesía las expectativas sobre la re-velación aumentan ante la inefable búsqueda. Ella y la imagen. Ella y el ritmo. Ella y el sentido. Ella polisemia, polifonía, policromía. Y si, además, el título alude al cuerpo es inevitable sentir el vértigo ante el abismo que deriva ya en la actitud mística del monje contemplativo que palpa en visiones la maravilla, ya en el morbo mundano de quién pregunta intrigado “¿te gustó?, mi vida”, como queriendo saber de qué está hecho el aire compartido. Quizá para una lectora sea más fácil reconocerse durante la lectura o seguir el texto con una mirada a ratos crítica, a veces cómplice. Quizá (enfatizo el adverbio de duda). En todo caso, cabe recordar que cada punto de vista es –según el dicho popular- la vista desde un punto. O sea: desde un sitio, desde una edad, desde una condición socioeconómica, desde un momento en la propia historia amorosa… Y en ese instante esa voz otra es la que uno quiere escuchar.

Con la luna en el ombligo de Gloria Mejía (Puebla, BUAP, 2013) es un poemario de versos libres en el que la lengua retorna al origen de la palabra: vuelve a ser carne sensitiva y sensible. El signo que designa… O mejor dicho, es un poema de dos partes y muchos fragmentos donde la voz, a veces voluptuosa, en ocasiones nostálgica, pero siempre la misma des-cubre al cuerpo gozoso y jadeante en pleno balbuceo. Ese estado/instante en que “los cuerpos renuncian a los versos / para amarse entre las sombras”. Ese “algo más” que trasciende en esencia, pero prosigue en el tiempo y el espacio, a la “lujuria desmedida” que, dicho sea de paso, parece ser una condición sine qua non para “llegar hasta la luna” (10). Ese suspiro en que se ahoga el latido intenso, el golpe profundo, el espasmo breve en el tiempo e incompresible como la eternidad. Esa chispa incontenible que sólo se puede recordar y desear.

Desde los primeros versos, el lector descubre que en la poesía de Gloria Mejía el cuerpo vuelve a ser geografía donde el fuego se enciende, quema y confunde, donde las montañas recobran su carácter sagrado, donde el bosque incita con sus aromas y perfumes, donde la sed se abreva en fuentes de aguas transparentes, donde abundan los lugares comunes. Y qué bueno, porque en algún sitio hay que coincidir cuando se trata de amar. Además, para referirse al amor y a los actos amorosos no siempre viene bien el furor iconoclasta de la vanguardia, la violencia contra la forma o el afán innovador. A veces, basta escribir que los cuerpos “buscan en la(s) llamas penetrarse / poseerse” (21) para acompañarlos entre quejidos y revuelo de palomas hasta el agotamiento, el suspiro y el reposo.

Conforme se adentra en el libro acariciando página tras página, el lector descubre esa voz otra, lírica, que sabe lo que quiere y no conoce la sumisión ni la censura. E incluso prescinde de la metonimia y la metáfora cuando no hacen falta. Se sabe dueña del momento y no duda en mostrarse dominante, segura y desafiante. Tiempo habrá para esperar y desesperar, pero cuando Eros es pródigo Ella conjuga el imperativo con maestría: “Dame de tu ser / como si fuera el agua de los ríos”, dice y agrega:
Bebe de mí y sacia tu sed entre mis senos,
ven con el aire a la orilla de la arena
donde tu fuego y mi fuego
arderán para no extinguirse. (22)
Y no es para menos la exigencia vehemente cuando se infiere de los versos que el orgasmo tiene una dimensión cósmica. Cuando el cuerpo que se abre y el que entra hallan correspondencia en la luna y la tierra, en el litoral y la mar, en el sonido y su ausencia. Cuando ya se sabe que el tiempo puede suspenderse para que lo más humano brote de la animalidad desnuda.

Decía Octavio Paz que el hombre busca en la mujer el origen y su destino: para Él Ella es “vientre y tumba”. ¿Y la mujer? ¿Qué busca la mujer en el hombre? Supongo que algo parecido cuando leo que Gloria ha escrito “Mi piel viene de una semilla, de la tuya, / incontrolables noches te ha seguido” y continúa “Sintiendo en ella los orgasmos del pasado que se prendieron / en tantos mares de barcos sin regresos”. Deseo seminal, Nostalgia de la líquida blancura. Al final, no hay más que el derroche biológico. Y en el mejor de los casos  -pienso- la consciencia de la belleza y fragilidad humana: Habitamos la frontera entre el Ser y el No ser, entre el Estar y la Ausencia. Transitamos entre dos abismos (el polvo del que venimos, el polvo al que retornamos). Y a veces el verso es la única huella de nuestro oficio amoroso, lo que queda de esa lengua que recorre y da forma al mundo, el borroso testimonio de la vida... Porque ya no está aquello que se alude cuando se escribe
Entraste en mí como una mañana de octubre,
haciendo penetrar el viento
y barriendo los íntimos rincones…
O cuando se apunta
Entraste como lo hacen en el puerto los marinos.
Bebiendo sin pudores, ni miedos,
sin importar esas noches de diluvios. (26)
Ya no está eso y sin embargo permanece imborrable la huella.

Cada verso es un breve testimonio de la vida. “Aprendí de ti lo que era el deseo / que despedaza la piel”. Un tweet, diríase en jerga cibernética, donde reverbera el afecto. “Mi cuerpo te amaba y se entregaba, / mientras el tuyo navegaba en otros mares” (27). La grandeza de lo breve. Un destello intenso que persigue rítmicamente al que le antecede para provocar un efecto estrobótico:
Volveré a amarte.
Una y otra vez.
Porque mi piel te clama,
como lo hace mi sexo recalcitrante. (28)
Cada verso es como una nota en un Post it que se deja en el refrigerador para que no se olvide algo importante. “Me consumo en tu recuerdo / mientras mis manos juguetonas / recuperan tu ausencia” (29), un garabato al vuelo que intenta decir “Me haces el amor entre los cuartos menguantes de las lunas. / Me tocas, / me recorres”, un paño suave para secar la humedad sexual de las flores.

Pero Con la luna en el ombligo no sólo expresa y muestra el revoloteo de aguas y el cardumen que enfurece. No sólo recuerda el vuelo de las “mariposas de obsidiana” y el tacto gozoso de las estrellas y la luna entre las sábanas o el silencio oscuro lleno de palabras. No sólo es deseo y nostalgia. Cuerpos que se entre ven, se entre gustan, se entrelazan. Encuentro y transmutación de identidades. Lubricidad y néctar. “Cuerpos tendidos (que) se relajan”… Tras el deseo siempre hay más y en ese sentido el poemario de Gloria Mejía no es sólo expresión liberadora que conduce a través de los míticos mares e introduce gozosamente en la tierra prometida; es, sobre todo,  traducción de emociones y búsqueda de sentido, como puede verse en el poema que abre la segunda parte.

Ella cierra los ojos y se entrega
Él la toma con cuidado para hacerla suya
Ella reconoce su piel
Él la toca lentamente
Ella se apodera de sus labios
Él responde al calor de su cuerpo
[]
Ella moja su historia
Él se reencuentra en ella
Ella y él se hacen uno
Él y ella se consumen solos (53)

Esta tra-ducción deviene diá-logo y encuentro. Coincidencia y conciliación de contrarios que se confirma con sendos poemas de Manuel Espinosa Sainos, escritos en lengua originaria y que hacen las veces de epígrafe para cada una de las partes del libro: Pero que no sólo dan la pauta para la lectura, sino que se incorporan y encajan de manera perfecta para darle sentido y unidad al corpus.

Con la luna en el ombligo de Gloria Mejía nos invita a escuchar el rugido de la pasión femenina en la voz suave y sensual de quien cuenta con absoluta naturalidad que su cuerpo se abre a la trascendencia y asume el placer se posarse en el cuerno de la luna. Esa voz otra que acaricia y conversa. Su erotismo –sin pudor, pero sin exhibicionismo- es una recreación del espíritu a través del ser amado que se moldea y moldea del limo primigenio, del humus que nos nutre, del polvo que somos, que hemos sido, que seremos.
Tierra de hambre.
Tierra de orgasmos.
Tierra entregada a la desolación.
Tierra protectora como madre poseída sin reposo.
(…)
Tierra fúnebre
Tierra de amantes
Tierra de dos. (55)

Pero sobre todo, es un universo poético que invita a ser recorrido con delectación pues ofrece las imágenes necesarias y el ritmo adecuado para recorrerse bien. 

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