sábado, 30 de mayo de 2015

Dime qué resuelves

Sin duda, como dice Teresita Fernández en su libro Dime qué resuelves y te diré qué aprendes. Desarrollo de competencias en la universidad con el método de proyectos (México: Universidad Iberoamericana, 2011), “el profesional ya no puede ser visto –si es que alguna vez lo fue- como una persona que sólo aplica los conocimientos adquiridos durante su etapa de estudiante. En vez de eso, debe percibírsele como un especialista que resuelve problemas y, para ello, por supuesto que necesita poseer ciertos conocimientos” (9). Es ingenuo creer que por haber dedicado un tiempo a la formación personal y haber cubierto con éxito una serie de requisitos alguien está formado y listo -de una vez por todas- para desempeñarse en el ámbito laboral. En un mundo cambiante como el nuestro donde la información aumenta exponencialmente y el desarrollo tecnológico transforma en periodos cortos la visión del mundo, un profesional debe prepararse para resolver no sólo situaciones actuales sino problemas emergentes.


La educación, compleja en sí misma, y las maneras de entenderla son afectadas por los cambios y apelan a los agentes que intervienen en los procesos educativos, colocando a los aprendices en el centro. Desde luego,  “en la medida en que el estudiante se involucre en su aprendizaje, éste será más efectivo” (10), pero no es suficiente con enfocar al protagonista, es necesario adaptar las metodologías a las nuevas exigencias e innovar en la medida de lo posible para seguir manteniendo la confianza en que la educación puede conformar la ciudadanía que las circunstancias actuales precisan. Aprender a aprender, aprender a lo largo de la vida, y desarrollar competencias son más que frases bonitas en un discurso de moda, son la expresión de un imperativo ineludible. Y en este sentido, el aprendizaje supervisado in situ, la investigación, el estudio de caso, la resolución de problemas y los proyectos siguen siendo métodos que gozan de buena salud, no sólo en el ámbito universitario.

El libro comienza presentando algunas generalidades del Método de Proyectos, también conocido como Aprendizaje Basado en Proyectos o Aprendizaje Mediante Proyectos, para no confundir sus iniciales con el Aprendizaje Basado en Problemas, aunque en este caso ambos métodos se aproximan toda vez que, partiendo de un escenario ideal, si “nos encontramos ante una situación que no presenta las características esperadas, resulta conveniente proponernos hacer algo para mejorar dicha situación. Este algo puede ser un contrapunto articulado de acciones emprendidas para lograr ciertos resultados en un tiempo establecido y que implica la utilización de determinados recursos. Así es como definimos lo que es un proyecto” (21). Por su carácter situado, se entiende por qué es ampliamente recomendado para el desarrollo de competencias.



Fuente: Otero y Otros en Gómez Fernández (2011).

Desde luego, diversos autores al describir el método de proyectos -generalmente como capítulos de libros o manuales sobre estrategias, métodos y técnicas didácticas- ponderan determinadas cualidades y aportes a la formación, señalan matices y reducen o amplían la metodología. En el caso de Gómez Fernández, las características que resalta son las siguientes:
  • Ofrece la posibilidad de que el estudiantado aprenda a aprender; le presenta la oportunidad de convertirse en motor de su propio aprendizaje.
  • Favorece que el estudiantado adquiera los conocimientos, desarrolle las habilidades , y asuma las actitudes y los valores relacionados con las distintas competencias.
  • Permite que el estudiantado se enfrente a situaciones reales o parecidas a las que probablemente deberá resolver durante el ejercicio de su profesión.
  • Supera la forma tradicional de enseñanza de transmisión de conocimientos mediante un aprendizaje significativo basado en un enfoque constructivista del aprendizaje. (22-23)
Esto es posible porque el proyecto no es una actividad aislada ni una secuencia de actividades inconexas sino un sistema de estrategias y procedimientos que suponen una intención formativa e indicadores de logro o satisfacción. En este sentido es importante recordar que un procedimiento es la realización de  acciones sucesivas sistematizadas o “determinados pasos” que conducen a un resultado predecible o al menos probable cuando intervienen diversas variables sobre las que no se tiene un control absoluto. Ahora bien, sabemos que “la palabra estrategia viene de la palabra griega estratégos que, como sustantivo, significa general y, como verbo, significa planificar la destrucción del enemigo en razón de los recursos disponibles” (23), pero no es en el sentido militar que se utiliza sino como dijera Edgar Morin: “un programa predeterminado” que surge de una decisión y permite “imaginar un cierto número de escenarios para la acción, escenarios que podrán ser modificados según las informaciones que nos lleguen en el curso de la acción y según los elementos aleatorios que sobrevendrán y perturbarán la acción” (23).

Al ser las competencias un enfoque bienvenido en el texto porque ha sido adoptado en diversos niveles educativos, la autora no omite la revisión del concepto pasando por autores como Monereo y Perrenoud, sin dejar de lado el proyecto DeSeCo ni a Gonczi, para quien, una competencia es “una compleja combinación de atributos (conocimientos, actitudes, valores y  habilidades) y las tareas que se tienen que desempeñar en determinadas situaciones”, llegando finalmente a  la definición de competencia adoptada por la Universidad Iberoamericana (2002), a saber, “la interacción de un conjunto estructurado y dinámico de conocimientos, valores, habilidades, actitudes y principios que intervienen en el desempeño reflexivo, responsable y efectivo de tareas, transferible a diversos contextos específicos” (30). Lejos de enfocarse únicamente en el saber hacer acrítico, las competencias revisadas apuntan al uso del lenguaje, el uso del conocimiento y la tecnología, las relaciones humanas en grupos heterogéneos, la cooperación y la resolución de conflictos, la autonomía y conducción de planes de vida así como de proyectos personales. Y que en el contexto educativo se transforman en un saber hacer ético.

En un segundo apartado, el libro presenta el modelo de Método de Proyectos desarrollado por la autora. En primera instancia es preciso reconocer la situación y el problema. La descripción de la situación mediante enunciados declarativos permite contrastar lo deseable contra lo no deseable, acotarla y enmarcar el problema, que es definido aquí como “un vacío, una contradicción, una confusión o un inconveniente que define las necesidades por atender”. Así, en esta metodología, “un problema que no señale algún inconveniente en una situación no se considera válido” (47). Ahora bien, no es suficiente con identificar el problema, es preciso formularlo ya describiéndolo, ya elaborando preguntas pertinentes.

Desde nuestro punto de vista, la formulación de un problema consiste en una construcción que el sujeto elabora a partir de determinada información y en función de una situación ideal [...]. El problema no existe previamente a su formulación: su existencia comienza cuando el sujeto que lo formula pone de manifiesto el vacío, el inconveniente, la confusión o la contradicción en la situación señalada. (48)

Si bien no existen reglas para la delimitación de un problema, “es posible proporcionar ciertos lineamientos que podrán aportar la argumentación necesaria para realizar una formulación más convincente” (49) y éstas son:

1.    Identificar las fuentes.
2.    Identificar el contexto.
3.    Identifica a los actores.
4.    Identificar los elementos materiales.
5.    Identificar otros elementos.
6.    Identificar los hechos.
7. Establecer relaciones.
8.    Acotación. (49-51)

En la medida en que dispongamos de fuentes confiables, conozcamos el contexto cultural, social, económico, así como el escolar, que identifiquemos a las partes interesadas (personas e instituciones involucradas) así como los materiales disponibles, y logremos distinguir los hechos de las opiniones y las inferencias, tendremos una visión sinóptica o panorámica que ayudará a analizar y sistematizar la información para formular el problema y, en consecuencia, tener pautas para la construcción de posibles soluciones.

Pero, ¿por qué partir del problema y no de la teoría?  Teresita Gómez Fernández está consciente de que “hay muchas formas de trabajar por proyectos” y las agrupa en sendos modelos:

a)   El modelo tradicional, en donde se abordan primero los aspectos teóricos y procedimentales para elaborar posteriormente un proyecto en el cual los estudiantes aplican lo aprendido, generalmente al final del curso o del tema.
b)   El modelo reciente, conocido también como americano o constructivo, en donde el proyecto es el centro de la enseñanza y en el que la adquisición del conocimiento no antecede al proyecto sino que está integrada a éste. (56)

Los defensores del modelo tradicional insistirán en que “la teoría facilita la práctica”, los defensores del modelo reciente dirán que la realidad manda, que los desafíos que se nos presentan a lo largo de la vida no derivan de nuestra síntesis teórica, que hemos llegado hasta donde estamos atendiendo necesidades más que construyendo sistemas de ideas. En el fondo no se trata de elegir entre uno u otro, aunque el modelo reciente tiene la virtud de contrastar una situación dada con un escenario deseable, hallando “algo” indeseable en la realidad e impeliendo la generación de las condiciones de posibilidad para esa nueva situación. (57)
En un tercer momento, el libro presenta las cuatro fases del Método de Proyectos, a saber:
  • Fase I. La contextualización, que consisten en “lo que tradicionalmente se considera como planeación, en donde la contextualización es un insumo importante para la planeación” (60). En el ámbito educativo, los proyectos que no hacen referencia al contexto pocas veces producen aprendizajes significativos.
  • Fase II. Diseño, que incluye la Guía Formativa del Proyecto, el documento del proyecto, la intervención pedagógica y la evaluación.

  • Fase III. Organización, que requiere la construcción de acuerdos, definición de estrategias, roles y recursos. En este sentido “gran parte del éxito depende de que cada quien cumpla con lo que le corresponde en forma eficaz” (90).
  • Fase IV. Ejecución, que no es sino la realización de las actividades proyectadas (90). 

Sin duda, el libro es de gran utilidad para quienes desean gestionar el aprendizaje mediante proyectos, ya que explica con claridad una metodología sustentada en los principios del constructivismo y que aporta al desarrollo de competencias. Pero sobre todo porque dos terceras partes del volumen corresponden a ejemplos detallados de la metodología propuesta.


jueves, 23 de abril de 2015

Las delicias de lo cruel

Hablar del cuento es referirse a un género narrativo breve cuyas raíces se remontan a un tiempo inmemorial, a la época en que el hombre empezó a ser hombre y la mujer, mujer, al instante en que el lenguaje brotó de la urgencia como una necesidad impostergable y tomamos consciencia de que estamos hechos de palabras. Construimos historias para sentir que habitamos el planeta, necesitamos otras vidas para atraer el sueño, a veces, o para perderlo, según sea el caso, anhelamos el relato para cultivar el deseo, desatar el placer, descubrir la piedad o atisbar la belleza presente en el grito de horror, en el llanto que calla frente a la crueldad, hilvanamos eso que llamamos realidad con universos ficticios y fantásticos para darle relieve y trascendencia a la vida.  Con razón y buen humor –pero sobre todo- con lucidez, alguien ha dicho que contar es el segundo oficio más antiguo del mundo. Y tiene sentido: cuando se descubrió que era posible comercializar los productos de la naturaleza, poseerlos e intercambiarlos, vender la intimidad, por ejemplo, darle gusto al cuerpo y sacarle provecho al instinto, no faltó quien se enterara y saliera corriendo con el chisme.

Hablar del cuento es aludir a una forma de expresión acotada por un conjunto de características entre las que se enlistan su carácter ficcional, el predominio de la acción, un giro o transformación súbita de un estado inicial a un estado final casi siempre inesperado, una sucesión de episodios donde importa una sola historia en la que intervienen pocos personajes, y que es, de suyo, breve. Y sin embargo, definir un cuento es como querer atrapar un pez con la mano en un río agitado, revuelto, violento. De ahí las comparaciones para deslindarlo de la novela. Se dice, pues, que la novela es como ir de vacaciones puebleando, en tanto que el cuento es como volar en avión hacia el mismo destino. Que la novela es como ganar una pelea de box por puntos y el cuento, por KO. Que la novela es como descubrir las delicias del amor, día a día, en el matrimonio, mientras que el cuento es como tener una amante. Los más atrevidos buscan definir al cuento por sí mismo como una ola que muere sobre las arenas de la playa, un asalto a plena luz del día o el amor a primera vista.


Al leer La noche de los crueles de Mariana Rergis (México: Tierra Adentro, 2014) tengo la impresión de que el cuento es más bien como un tropezón en una calle concurrida. Una caída lenta, como si el tiempo no corriera y el aire formara un colchón invisible de gases densos, como si uno flotara en un sueño líquido retando a la fuerza de gravedad sólo para darse cuenta, con el golpe, que los seres humanos no vuelan. Una caída lenta que se vive de manera distinta ante los ojos del que se aproxima al piso que ante la mirada de los testigos. Una caída lenta que sucede muy rápido. Y de la que uno se levanta impulsado por los resortes de la vergüenza y el orgullo como si no hubiera pasado nada. Como las contusiones y el roce inclemente del asfalto no dolieran, como si nadie se hubiera dado cuenta. Como si una sonrisa estúpida pudiera salvarnos del oprobio… Algo de vértigo hay en los catorce textos reunidos en el libro: campo minado en que el lector trastabilla para volver al polvo del origen. Espejos/puertas/precipicios que seducen. Narraciones intensas de las que es imposible salir indemne.

Desde las primeras páginas, la fuerza expresiva de Mariana, la contundencia de su lenguaje y su estilo subyugante conjuran mis pretensiones críticas. “Jared y los gatos”, el cuento inicial, invita a pensar en “El hombre de arena”, relato a partir del cual Freud explica su noción de Umheimlich, lo ominoso, lo siniestro, lo fantástico. Ese terreno desconocido en donde emergen y se realizan nuestros miedos, el sitio donde aparecen nuestros fantasmas, el teatro de nuestras proyecciones. En ambos casos el miedo a la ceguera que –no hace falta decirlo- para el fundador del psicoanálisis no es otra cosa que el miedo a la castración. Por otro lado, la prosa provoca pronto la simpatía: para quienes hemos tenido gatos a lo largo de nuestra vida y nos gustan, sabemos que hay pocas cosas tan placenteras como conciliar el sueño arrullados por su ronroneo o acariciar su peluda piel hasta sentir el destello divino que infirieron en ellos los egipcios. “Esa noche –escribe Mariana-, Jared sintió a Danubio acostándose a sus pies. La seguridad y el calor de su pequeña compañía lo hicieron dormirse de inmediato…” Pero también hay razones para lograr la simpatía de quienes detestan a los gatos, porque esa seguridad es aparente y, paradójicamente, entraña el peligro: “luego oyó chillidos y sintió el pleito de dos gatos arremolinándose sobre su cama. Pasaron corriendo sobre su cabeza”, continúa el relato. Y es ahí, cuando la vigilia y el sueño se confunden, que el drama comienza. La familia de Jared se deshace de Danubio pero no de los gatos del vecindario a los que el niño escucha todas las noches hasta perder el sueño. Extraña al gato, a quien su padre culpa de dejar a Jared sin un ojo. Pronto comienzan las burlas en la escuela. Se ríen del tuerto quien no tardará en transferir sus emociones a los compañeros que chillan como gatos… como esos gatos a los que teme y no lo dejan dormir.

Noche, insomnio, miedo. Degradación, dolor, muerte. Acción e incertidumbre son los tópicos abordados en estos cuentos con humor siempre grato, siempre dulce, siempre negro. Un grupo de niños con cáncer organizan una colecta para un recién llegado que no parece mejorar con la quimioterapia pero no quiere morirse sin conocer el mar. Un hermano mayor que se siente desplazado por su hermano menor al que manda a seguir un papalote, cierta tarde/noche, y que nunca regresa. Una abuela que atemoriza a su nieto contándole sus pesadillas, donde la muerte ronda pero no llega, a diferencia de la vida real donde la casa se incendia y calcina a los papás. La obsesión de la mirada y la capacidad de reconocer en los ojos las emociones convertidas en imágenes. Una madre sonámbula que carga un cencerro para advertir que ha iniciado su nocturna caminata. Encuentros nocturnos casuales en busca de un cigarro.

“Una familia de mal dormir” presenta a un grupo de insomnes a quienes además de los lazos de sangre los une la costumbre de beber ajenjo, y para quienes el anormal es un sobrino del norte que al llegar a casa no tiene problemas para dormir mismo que, después de un proceso de adaptación y cuando consigue no dormir, debe regresar con su familia pero, como un juego del destino, tiene un accidente en el viaje y termina en coma. Casi al final, hay una escena delirante, brutal e inhumana (y quizá por lo mismo tan comprensible, natural y humana) que quiero transcribir porque, en cierto modo, la narrativa de Mariana Rergis me ha traído así:

El impulso de vida se detuvo, sobre la pantalla no había más que una línea y se escuchaba un sonido agudo, intermitente. “Santiago”, dije. “Santiago”, grité. “Santiago”, y cada vez más fuerte sacudía aquel cuerpo, del que solo recuerdo el cabello rizado rebotando en cada sacudida.
Santiago seguía dormido. Todas sus historias terminaban así, las mías seguían. No lo podía permitir: empecé a darle de putazos, todos los putazos que le caben a uno en las manos. Yo lo iba a despertar porque no era justo que se durmiera y menos para siempre. (57)

Ya digo, la narrativa de Mariana como la buena narrativa breve me ha traído así. De guantazo en guantazo, golpe tras golpe por todo el cuadrilátero, putazo tras putazo, visitando una y otra vez la lona, asido a las cuerdas para no caer y sin embargo cayendo una y otra vez, de forma ritual y casi infinita, necesitado de un misericordioso réferi y su cuenta de protección, anhelante y al mismo tiempo temerosos de escuchar la campanilla que indica el final de cada cuento. Sólo para darme cuenta con una sonrisa nerviosa de que me ha vencido por KO. Y aunque nadie lo note, sé que la vida no será igual.

Y es que, vale la pena mencionarlo, el libro tiene una unidad temática dada por los juegos que se dan entre el día y la noche, la vigilia y el sueño, trastocados por el insomnio que da paso al relato fantástico donde el ser y el no ser confluyen, y en cuya tradición echa raíces este libro, cuyo lector se enfrenta a la re-velación y debe decidir si lo contado es el velo narrativo que cubre y oculta o debe creerse la historia al pie de la letra dentro, claro, del pacto que todo lector establece con el narrador de dar por cierto el universo ficcional. Emblemático es en este sentido el cuento que da título al volumen donde Amelia, que despertaba siempre a las cuatro de la madrugada por la presencia de extraños seres, aparentemente salidos del espejo, queda embarazada. ¿Cómo la virgen María?, se pregunta en la narración. Para ella está claro que el hijo que espera es obra de las criaturas que la visitan, que el bebé será alienígena, que nadie podrá creerlo, ni siquiera Fabián, un amigo que la visita… Y es ahí donde el lector vacila y se derrumban las certezas: irrumpe la fantasía.


Ya lo dije, pero insisto, y con esto termino, el humor tan escaso en nuestros tiempos es bienvenido. Se agradece su presencia en la literatura. Y más aún cuando tiene ese tono oscuro, esa delicada y deliciosa acidez, ese veneno exquisito que en las dosis exactas nos ayuda a sobrevivir al horror económico, político y social. Esa cosquilla que nos hace reír de nosotros mismos y suspirar con alivio. Se agradece pues esta prosa gramaticalmente bien cuidada pero que no sacrifica la proferencia desinhibida, desenfadada y por momentos políticamente incorrecta. Esas frases lapidarias literalmente, cuando afirma por ejemplo “Sí, ella yacía en su tumba, pero el odio no había muerto con ella”, y metafórica cuando se dice “tú no puedes ser payasa porque las mujeres no son chistosas”. En fin, ese sarcasmo casi caníbal, sin miedo, impúdico que nos deja desnudos y miserables frente al espejo contemplando nuestros deseos y nuestros miedos recorre todo el libro. Estremece a veces, sí. Pero que nos hace sonreír frente a la sangre derramada con una sonrisa nerviosa, que nos confirma que seguimos aquí, despiertos antes de la noche, y sobre todo vivos.