"En el enamoramiento y en el amor se manifiesta una buena porción de estupidez" escribe Patrick Süskind en su ensayo Sobre el amor y la muerte (México: Planeta, 2007). Y para muestra, recomienda volver a las cartas de amor escritas por uno mismo algunos años después: "A uno le parece casi incomprensible que un ser humano, aunque sólo sea medianamente inteligente, haya podido estar nunca en condiciones de sentir, pensar y escribir semejantes tonterías". (38) Y sin embargo, se sienten, se piensan, se escriben porque expresan la tensa relación entre Eros y Thánatos, en algún momento de la propia historia. Quizá por eso, quien ama con vehemencia y delirio piensa de forma profunda y recurrente en la muerte. Tanto se ha dicho al respecto que, en el prólogo a la edición española, Miguel Sáenz, apunta que "hace falta coraje para escribir sobre el amor y la muerte, y hace falta talento para decir algo nuevo al respecto". (XII)
El ensayo comienza con una paráfrasis sobre la cuestión agustiniana del tiempo: si no me preguntan sé qué es, pero si me preguntan… "nos metemos en un lío" (5). La muerte y el amor son misterios a los que nos referimos por aproximación. Hablamos desde una inminencia ignorante: ambos tienen un halo de misterio. Nos duelen pero bien a bien no sabemos qué son, de qué están hechos. Y curiosamente, "el no-saber, el no-sé-qué-significa-eso es el impulso primario que echa mano por primera vez al estilete, la pluma o la lira" (6). Así pues, de entrada está claro que cualquier explicación por valiosa y acertada que sea, resultará "insuficiente". Dicho lo cual, el autor de El perfume propone tres ejemplos para la reflexión sobre el fenómeno amoroso. Primero: la pasión desenfrenada de dos jóvenes dentro de un Opel que aprovechan el cambio de luces en el semáforo para "aproximarse con un movimiento brusco y volver a mirarse y besarse como si aquello fuera un milagro" (15) que da paso a una aparente felación cuyos detalles evita el autor anotando que "[t]odo observador objetivo tenía que llegar a la conclusión de que la pequeñita se merecía algo mejor que aquel espantoso granuja" (16-17). Segundo: el aislamiento de "una pareja recién casada" (ella de setenta y el veinte años menor) durante una cena a la que fueron convidados y cuyo comportamiento semejaba "dos monitos jóvenes" que "parecían estar unidos como Filemón y Baucis". Y por último: las notas de un escritor alemán quien refiere en su diarios que a mediados del siglo pasado, durante un viaje con su esposa y su hija volvió a sentirse conmovido por el deseo como no lo había sentido en los últimos veinticinco años, y entre cuyos párrafos salpica palabras como distracción, "esperanza nerviosa", "sufrimiento a todas horas", rematando con un "Estoy próximo al deseo de morir, porque no soporto más [...] la añoranza de este divino muchacho" (31). ¿Son pues, estos tres casos, una ilustración del amor? Al respecto, Süskind señala que los del automóvil, "todavía son jóvenes muy jóvenes, no tienen veinte años y, en consecuencia, son eróticamente estúpidos" (20). A los recién casados la reunión "les parecía una torturadora pérdida de tiempo y una distracción superflua que les impedía saborear los ojos del otro y saciarse con su vista" (25), lo cual parece una forma de ebriedad, pero "¿es la embriaguez más noble que existe?" (26), se pregunta; "raya en lo demencial", responde. En cuanto al abrumado escritor, el problema está en que se trata de una pasión unidireccional. ¿Pero hay en ellos amor? "Sabido es que no se puede sostener una conversación normal con un enamorado, y mucho menos sobre el objeto de su amor" (39), dice el autor y añade: "El amor se paga siempre con la perdida de sensatez, con el autosacrificio y la minoría de edad resultante". (41) Y he aquí lo paradójico: "Todo esto es extraño e irritante, porque sin embargo se considera al amor como lo mejor y más bello que puede ofrecer el ser humano y que le puede acontecer". (42)
¿Y qué decir de la consigna romántica según la cual, en nombre del amor vale la pena matar(se) o morir? Es comprensible.
Se entiende. Se entienden ambas posiciones: la que busca la muerte como única liberación posible de la insoportable pena de amor, y la, igualmente caballeresca, que acepta la muerte como riesgo necesario en la persecución del objeto erótico, sobre todo en tiempos y crisis en que puñales y pistolas estaban a la orden del día. (51)
La pasión amorosa y el abismo mortal están íntimamente ligados. Eros y Thánatos son dos caras de la misma moneda. No es extraño que "la lengua francesa [produjera] el concepto de la petite morte como sinónimo del orgasmo" (53) o que "Kleist, en sus últimas cartas, con el suicidio claramente a la vista, estallaba literalmente de alegría y excitación erótica". (54) Ejemplos literarios y literales de la relación Amor/muerte abundan, no sin variantes:
y donde Kleist abre heridas, excita y se comporta estridentemente, Goethe nos arrulla con su plenitud de armonías y su aire de serena sabiduría de la edad, para apartarnos de la terrible fascinación que, como a Kleist, le preocupa: la nostalgia erótica de la muerte. (63)
De los ejemplos cotidianos e históricos, pasa Süskind a los literarios, sin perder de vista las repercusiones que han tenido la mitología, la vida/muerte y la literatura en la cultura occidental. Nos lleva de la Salomé de Wilde a las cuitas del joven Werther, De Tristán a Isolda al Banquete de Platón. Hasta situarnos "al comienzo de la historia de los que no quieren aceptar la muerte a causa del amor" (68). Nos presenta pues a Orfeo, "sin lugar a dudas, el hombre más completo". (98) De forma breve se resume y comenta el mito de quien movido por su amor y gracias al "poder de su arte" logró descender al inframundo para rescatar a su joven esposa, muerta a causa de una mordida de serpiente. (69) No es extraño que en este punto se le compare con Jesús, quien rescata de la muerte a su amigo Lázaro. Orfeo y Jesús comparten el título de Buan pastor, tuvieron una muerta por demás cruel, desafiaron a la otra vida, sí, aunque el paralelo es inexacto, desde luego:
el descenso de Orfeo al submundo no debe interpretarse en modo alguno como una empresa suicida –no era Werther, ni Kleist, ni mucho menos Tristán-, sino como una empresa sin duda arriesgada, pero totalmente orientada a la vida y que incluso lucha desesperadamente por la vida… (81)
Jesús afrontó la muerte para salvar al mundo, Orfeo, para rescatar a la mujer amada (Cfr. 88).Uno contaba con el apoyo del Padre, el otro no tenía sino sus propios medios: "su lira, su voz y su lastimera canción". Con ello argumenta y logra que le devuelvan a Eurídice, con la sabida condición de no mirar hacia atrás (donde camina ella) hasta estar seguros en la tierra de los vivos.
Y, en la euforia de su dicha, se pone otra vez a cantar, naturalmente no una canción lastimera esta vez, sino un himno jubiloso a la vida, a Eurídice. Y se embriaga tanto con la belleza de su propio canto que subestima el peligro a que está expuesta aún su empresa, quizá no le va ya… porque el peligro viene de él mismo. (90)
El desenlace, de sobra conocido, "nos conmueve hasta hoy –dice el ensayista- porque es la historia de un fracaso". (95) En ese sentido y en términos de Eros/Thánatos, Jesús, "tal vez fuera realmente sólo un dios", mientras que Orfeo se nos revela plenamente humano.