En la actualidad es cada vez más frecuente escuchar conversaciones, o
al menos referencias, a los portafolios electrónicos. Sin duda, para algunos
artistas, publicistas o constructores es muy importante poner al alcance de sus
posibles espectadores, consumidores o clientes una muestra significativa de sus
trabajos anteriores para que tengan una relativa certeza sobre lo que pueden
esperar de ellos. En la misma línea, varias universidades permiten el acceso,
desde su página web, a los portafolios electrónicos de sus profesores en los
que queda la constancia de su trayectoria y logros académicos.
Pero los portafolios profesionales no son los únicos. Existen también
los portafolios escolares cuya utilidad en el proceso formativo está ahora
fuera de toda discusión, sobre todo, en modelos educativos que han apostado por
la gestión de aprendizajes a través de competencias. Y es que sin evidencia -ya
se sabe- no hay competencia. Sin evidencia puede haber capacidad, talento,
habilidad, destreza, imaginación, conocimiento; pero no competencia. Más aún,
gracias a las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) los
portafolios electrónicos resuelven en gran medida el problema del
almacenamiento y manejo de estas muestras del desempeño escolar.
Ahora bien, para que un portafolio -electrónico, impreso o mixto-
funcione adecuadamente es importante que se inserte en un programa o proyecto
escolar. No basta con recopilar trabajos. En este sentido, me parece importante
recuperar algunos fundamentos y estrategias de un libro sobre el tema que marcó
una época. Me refiero a Una introducción
al uso de portafolios en el aula de Charlote Danielson y Leslye Abrykub
(México: Fondo de Cultura Económica, 2004), publicado originalmente en inglés
en 1997 y dos años después en español. En el texto se establece, de entrada,
que
En primer lugar, los portafolios
consisten en colecciones de la tarea de los alumnos: una serie de trabajos
producidos por cada uno de ellos. Segundo, las colecciones son deliberadas y no
azarosas. [...] Y tercero, la
mayoría de las descripciones de los portafolios incluyen la oportunidad que
tienen los alumnos de comentar su trabajo o reflexionar sobre él. (10.11)
Y una vez definido el término, se establece una tipología básica con
tres clases, a saber, los portafolios de trabajo, de presentación y de
evaluación.
Los portafolios de trabajo “sirven como depósito de reserva” para
evidencias que posteriormente pudieren incluirse en algún portafolio de los
otros tipos. Su función principal es guardar o recopilar el trabajo de los
estudiantes. Y de este modo, tanto el profesor como el alumno “tienen pruebas
de los puntos fuertes y débiles en el alcance de los objetivos del aprendizaje”
e “información extremadamente útil para diseñar la enseñanza futura” (16).
Ahora bien, el uso de los portafolios de presentación, de exhibición o
de los mejores trabajos es quizá el “más gratificante” de los portafolios
porque en él los alumnos recuperan “sus mejores trabajos, los que los
enorgullecen”. Su función es “demostrar el nivel más alto de realización
alcanzado por el alumno”, o dicho de otra manera, su carta de presentación,
como si estuviera diciendo: “Este soy yo. Esto es lo que puedo hacer”. (19)
El tercer tipo de portafolios corresponde a los de evaluación
diagnóstica, cuya función es “demostrar y documentar lo que los estudiantes han
aprendido” (27) y en consecuencia, el proceso de selección de evidencias es
mucho más controlado ya que las evidencias deben corresponder al logro de
expectativas.
En todo caso, uno de los méritos de los portafolios es que “permiten a
los estudiantes documentar aspectos de su aprendizaje que no surgen con
claridad en las evaluaciones tradicionales” (27). Y el potencial aumenta en la
medida en que evidencian el trabajo interdisciplinar o la especialización en un
área de conocimiento o tema de estudio y se combina con la creatividad
personal, sin olvidar que “la magia de los portafolios no radica en
ellos mismos, sino en el proceso puesto en marcha para su creación y la cultura
escolar en la que se valora el aprendizaje documentado” (32).
Con lo escrito hasta el momento, queda clara la utilidad del
portafolio escolar ya que en él convergen el proceso educativo y sus productos.
¿Pero cómo realizar un portafolio? La propuesta de Danielson y Abrulyn no se ha
modificado significativamente en trabajos recientes sobre el tema. Seguimos
hablando de cuatro momentos: recolección, selección, reflexión y proyección. (34)
Al hablar de la primera etapa, y dando coba al humor, las autoras nos
recuerdan que “en un ámbito tradicional, los maestros asignan tareas, los
alumnos las cumplen (al menos eso es lo que esperan los maestros), las
devuelven a aquellos, quienes las corrigen (o se corrigen en la clase)” y hasta
aquí todo marcha bien; pero, lo profesores “las entregan nuevamente a los
alumnos, que, o bien las tiran, o bien las llevan a su casa (donde posiblemente
las tiren)”. Es obvio que la recolección es
fundamental para la elaboración de un portafolio porque rompe con este ciclo
evitando que se pierdan las evidencias, pero además, le recuerda a los alumnos
que “pueden aprender por el hecho de guardar y revisar sus tareas”. (35) Esto,
desde luego, no significa que deba archivarse absolutamente todo.
La selección corresponde al
examen de lo recolectado “para decidir qué transferir a un portafolio de
evaluación o presentación más permanente”. Cada elección implica una valoración
formativa que le permite al estudiante reconocer sus logros así como los
aspectos que puede mejorar, trascendiendo la preocupación por cumplir con la
sola entrega de un determinado número de tareas. (39) En este tenor, debe
“demostrar toda la gama de metas de aprendizaje definidas en el programa” e
incluso elementos “insatisfactorios”. (41)
Si la recolección es
indispensable para que las evidencias no se pierdan y la selección implica un juicio personal cercano a la autoevaluación,
la reflexión es “un componente
esencial” toda vez que en ella “los alumnos expresan (habitualmente, por
escrito) su pensamiento sobre cada elemento de sus portafolios” (43), lo cual
constituye -diríamos echando mano del tecnicismo- una oportunidad para la
metacognición. Y esto es ya un cambio respecto a la educación tradicional.
Genera un ambiente distinto. Además de que “una de las mayores diferencias
entre las aulas que usan portafolios y las que no lo hacen es el grado de
reflexión de los alumnos sobre su trabajo”. (44) Al mismo tiempo, es útil para
el profesor porque al conocer “los motivos de sus elecciones” halla “valiosas
revelaciones sobre sus maneras de conocer” (45-46).
Finalmente, la proyección es
“una mirada hacia adelante y la fijación de metas para el futuro” que pasa por
la comunicación, ostensión o muestra de los trabajos que dan cuenta del trabajo
personal o colectivo (49).
Volviendo a los beneficios de los portafolios, las autoras señalan que
“se ha comprobado que los
portafolios ejercen una gran influencia sobre la cultura escolar, ya que tocan
áreas situadas en el corazón mismo de la escuela y su misión: la evaluación, la
comunicación con los padres, el desarrollo profesional y la investigación
acción” (53), lo cual pocas veces se logra con pruebas e informes
tradicionales. Obviamente un portafolio es más elocuente que una boleta llena
de números o letras; pero no sólo eso: en una clase que los utiliza “los
elementos de un proceso educativo están ´más entrelazados” (63) a tal grado que
se convierte en “una herramienta que redunda en grandes beneficios para [el
alumno[, y no una actividad concebida para “tranquilizar a otros”. (65)
Es importante, para lograr este grado de aprovechamiento, tener en
cuenta que “si bien los comentarios y las críticas de otros pueden ser valiosos
en este proceso, la propia aptitud para controlar y manejar el
autoperfeccionamiento es lo más importante para alcanzar la excelencia” (66).
Al alumno le corresponde tener en cuenta ciertos parámetros de calidad al mismo
tiempo que va del mero cumplimiento hacia aptitudes cognitivas complejas,
pasando por la corrección. Cuando se llega a este nivel, está claro que “uno de
los enormes beneficios de un programa de portafolios es que permite compartir
la responsabilidad del aprendizaje... ¡Con los mismos estudiantes!” (71) Así
pues, conforme se avanza en el nivel educativo, el portafolio escolar se irá
aproximando al portafolio profesional. Sin embargo, “Si los educadores
introducen los portafolios en una clase tradicional y los alumnos los llenan
con guías de actividades y ejercicios prácticos, poco se ganará que sea de
naturaleza educativa”. (91)
Esto nos dice que la implementación de portafolios educativos no está
exenta de desafíos y cuestiones que van de lo práctico hasta la logística. Hay
que determinar su “finalidad, la estandarización, la selección del contenido,
la documentación, el acceso y almacenamiento y la revisión por parte de la
familia”. (92) Es importante, pues, que al ir señalando las características del
portafolio no se incurra -al privilegiar un aspecto- una contradicción con el
propósito del curso o que por la forma se sacrifique el contenido.
Y en el caso específico de la evaluación diagnóstica, en función del
tamaño de la institución es probable que se tengan que capacitar y formar
evaluadores, calificadores o certificadores que realicen esta tarea a gran
escala. Y para ayudarles en su labor se requieren criterios claros, por una
parte, y que los portafolios se encuentren organizados y estandarizados, ya que
no se pueden comparar peras con manzanas.
Cuando se implementa un sistema de portafolios es importante recordar
que su uso en el aula “representan un cambio considerable en la práctica
corriente en la mayoría de las clases” (114) y que lo más conveniente es
iniciar poco a poco, previendo algunas de las dificultades que se presentarán y
evitando hacer alardes que terminan en promesas incumplidas... Idealmente, hay
que generar espacios y momentos “durante el día laboral normal” para que “los
maestros que usan los portafolios en sus clases [puedan] compartir sus
resultados y frustraciones”, incluyendo desde “cuestiones de administración
hasta la resistencia de los alumnos”(119). Y en este punto, las autoras son muy
puntuales, al recordarnos que “cualquier proceso de enseñanza se fortalece con
las conversaciones y los encuentros profesionales, pero un nuevo enfoque
requiere el mayor de los respaldos”. (123)
En cuanto al manejo de los portafolios las autoras -recordemos el año
de publicación- nos dicen que “los maestros deben encontrar formas de manejar cantidades
de papel y proyectos aún más grandes” (125) con lo cual el primer problema
logístico es “el depósito” para carpetas o cajas (126), asunto que se resuelve
fácilmente cuando se trata de un portafolio digital, también considerado por
las autoras:
Algunos editores comerciales tienen hoy
en venta programas para guardar electrónicamente el trabajo de los alumnos.
Este método tiene la ventaja evidente de permitir que enormes cantidades de
papel se guarden en un espacio muy pequeño. Para el almacenamiento a largo
plazo y el mantenimiento del trabajo de los estudiantes en un archivo, bien
vale la pena explorar las posibilidades de este sistema. (129-130)
Aunque, a su juicio
Su principal defecto, sin embargo, es que
la mayoría de los alumnos, maestros y padres valoran la experiencia de mirar la
labor concreta del estudiante, sostener el papel en sus manos y comparar entre
sí dos trabajos. (130)
En fin, el soporte y el espacio requerido para almacenar los
portafolios es sólo el principio. Es importante decidir quién es el propietario
de las evidencias, si su uso es exclusivo para la clase o queda abierto a otros
espacios, habrá que establecer los mecanismos para que los profesores del
siguiente curso lo reciban y puedan dar seguimiento al desarrollo de sus estudiantes.
Y entre todos estos desafíos hay que incluir la organización: “Sin una
estructura, un portafolio consiste meramente en una elección de trabajos, y un
lector no tendrá idea de cuál es su contenido o su significado”. (134)
Así pues, en un portafolio debe existir una sección para documentos y
trabajos, debidamente fichados y etiquetados para que el “lector [pueda[
navegar con facilidad a través de él y comprender el sentido de cada elemento”
(137). Ha de distinguirse además el contenido de la reflexión donde “los
alumnos indican por qué seleccionaron un trabajo, qué muestra sobre ellos, que
les gusta de él y qué cambiarían si tuvieran la oportunidad de rehacerlo”
(138), de preferencia haciendo explícitos los “indicadores para el
establecimiento de metas” y dando oportunidad a los “comentarios de otros
públicos”. No pueden faltar una introducción y una portada. Todo esto señalado
en un índice.
Con todo esto, queda suficientemente claro que los portafolios
educativos trascienden la mera recopilación de trabajos o tareas e implican una
planeación seria, un acompañamiento permanente a los alumnos, amén de
“numerosos detalles prácticos y logísticos”,
pero “cuando están bien organizados e integrados en la cultura de la
escuela, los portafolios hacen una contribución sustantiva a la realización del
alumno, ya que lo comprometen más responsablemente en su aprendizaje y aumentan
el orgullo que siente por su trabajo” (147).