Para un
lector, hombre, un libro firmado por una mujer lleva implícita la promesa de mostrar el
mundo con otros ojos, desde una
perspectiva radicalmente distinta, desde una condición que por naturaleza o por
construcción social es prácticamente inaccesible. Uno aspira a encontrarse con Ella habitando su universo, o con las
formas que dibuja para representarlo, al menos. Y eso es seductor, tiene su
fascinación, tiene su encanto: cada página atisba la alteridad, más allá de las
cuestiones de género. Y tratándose de poesía las expectativas sobre la
re-velación aumentan ante la inefable búsqueda. Ella y la imagen. Ella y el
ritmo. Ella y el sentido. Ella polisemia, polifonía, policromía. Y si, además,
el título alude al cuerpo es inevitable sentir el vértigo ante el abismo que
deriva ya en la actitud mística del monje contemplativo que palpa en visiones
la maravilla, ya en el morbo mundano de quién pregunta intrigado “¿te gustó?,
mi vida”, como queriendo saber de qué está hecho el aire compartido. Quizá para
una lectora sea más fácil reconocerse durante la lectura o seguir el texto con
una mirada a ratos crítica, a veces cómplice. Quizá (enfatizo el adverbio de
duda). En todo caso, cabe recordar que cada punto de vista es –según el dicho
popular- la vista desde un punto. O sea: desde un sitio, desde una edad, desde una
condición socioeconómica, desde un momento en la propia historia amorosa… Y en
ese instante esa voz otra es la que
uno quiere escuchar.
Con la luna en el ombligo de Gloria
Mejía (Puebla, BUAP, 2013) es un poemario de versos libres en el que la lengua
retorna al origen de la palabra: vuelve a ser carne sensitiva y sensible. El
signo que designa… O mejor dicho, es un poema de dos partes y muchos fragmentos
donde la voz, a veces voluptuosa, en ocasiones nostálgica, pero siempre la
misma des-cubre al cuerpo gozoso y jadeante en pleno balbuceo. Ese
estado/instante en que “los cuerpos renuncian a los versos / para amarse entre
las sombras”. Ese “algo más” que trasciende en esencia, pero prosigue en el
tiempo y el espacio, a la “lujuria desmedida” que, dicho sea de paso, parece
ser una condición sine qua non para “llegar
hasta la luna” (10). Ese suspiro en que se ahoga el latido intenso, el golpe
profundo, el espasmo breve en el tiempo e incompresible como la eternidad. Esa
chispa incontenible que sólo se puede recordar y desear.
Desde los
primeros versos, el lector descubre que en la poesía de Gloria Mejía el cuerpo
vuelve a ser geografía donde el fuego se enciende, quema y confunde, donde las
montañas recobran su carácter sagrado, donde el bosque incita con sus aromas y
perfumes, donde la sed se abreva en fuentes de aguas transparentes, donde
abundan los lugares comunes. Y qué
bueno, porque en algún sitio hay que coincidir cuando se trata de amar. Además,
para referirse al amor y a los actos amorosos no siempre viene bien el furor iconoclasta
de la vanguardia, la violencia contra la forma o el afán innovador. A veces,
basta escribir que los cuerpos “buscan en la(s) llamas penetrarse / poseerse”
(21) para acompañarlos entre quejidos y revuelo de palomas hasta el
agotamiento, el suspiro y el reposo.
Conforme se
adentra en el libro acariciando página tras página, el lector descubre esa voz otra,
lírica, que sabe lo que quiere y no conoce la sumisión ni la censura. E incluso
prescinde de la metonimia y la metáfora cuando no hacen falta. Se sabe dueña
del momento y no duda en mostrarse dominante, segura y desafiante. Tiempo habrá
para esperar y desesperar, pero cuando Eros es pródigo Ella conjuga el
imperativo con maestría: “Dame de tu ser / como si fuera el agua de los ríos”,
dice y agrega:
Bebe
de mí y sacia tu sed entre mis senos,
ven
con el aire a la orilla de la arena
donde
tu fuego y mi fuego
arderán
para no extinguirse. (22)
Y no es para
menos la exigencia vehemente cuando se infiere de los versos que el orgasmo tiene
una dimensión cósmica. Cuando el cuerpo que se abre y el que entra hallan
correspondencia en la luna y la tierra, en el litoral y la mar, en el sonido y
su ausencia. Cuando ya se sabe que el tiempo puede suspenderse para que lo más
humano brote de la animalidad desnuda.
Decía Octavio
Paz que el hombre busca en la mujer el origen y su destino: para Él Ella es “vientre
y tumba”. ¿Y la mujer? ¿Qué busca la mujer en el hombre? Supongo que algo
parecido cuando leo que Gloria ha escrito “Mi piel viene de una semilla, de la
tuya, / incontrolables noches te ha seguido” y continúa “Sintiendo en ella los
orgasmos del pasado que se prendieron / en tantos mares de barcos sin
regresos”. Deseo seminal, Nostalgia de la líquida blancura. Al final, no hay
más que el derroche biológico. Y en el mejor de los casos -pienso- la consciencia de la belleza y fragilidad
humana: Habitamos la frontera entre el Ser y el No ser, entre el Estar y la
Ausencia. Transitamos entre dos abismos (el polvo del que venimos, el polvo al
que retornamos). Y a veces el verso es la única huella de nuestro oficio
amoroso, lo que queda de esa lengua que recorre y da forma al mundo, el borroso
testimonio de la vida... Porque ya no está aquello
que se alude cuando se escribe
Entraste
en mí como una mañana de octubre,
haciendo
penetrar el viento
y
barriendo los íntimos rincones…
O cuando se
apunta
Entraste
como lo hacen en el puerto los marinos.
Bebiendo
sin pudores, ni miedos,
sin
importar esas noches de diluvios. (26)
Ya no está eso y sin embargo permanece imborrable
la huella.
Cada verso es
un breve testimonio de la vida. “Aprendí de ti lo que era el deseo / que
despedaza la piel”. Un tweet, diríase en jerga cibernética, donde reverbera el
afecto. “Mi cuerpo te amaba y se entregaba, / mientras el tuyo navegaba en
otros mares” (27). La grandeza de lo breve. Un destello intenso que persigue
rítmicamente al que le antecede para provocar un efecto estrobótico:
Volveré
a amarte.
Una
y otra vez.
Porque
mi piel te clama,
como
lo hace mi sexo recalcitrante. (28)
Cada verso es
como una nota en un Post it que se
deja en el refrigerador para que no se olvide algo importante. “Me consumo en
tu recuerdo / mientras mis manos juguetonas / recuperan tu ausencia” (29), un
garabato al vuelo que intenta decir “Me haces el amor entre los cuartos
menguantes de las lunas. / Me tocas, / me recorres”, un paño suave para secar
la humedad sexual de las flores.
Pero Con la luna en el ombligo no sólo
expresa y muestra el revoloteo de aguas y el cardumen que enfurece. No sólo recuerda
el vuelo de las “mariposas de obsidiana” y el tacto gozoso de las estrellas y
la luna entre las sábanas o el silencio oscuro lleno de palabras. No sólo es
deseo y nostalgia. Cuerpos que se entre ven, se entre gustan, se entrelazan.
Encuentro y transmutación de identidades. Lubricidad y néctar. “Cuerpos
tendidos (que) se relajan”… Tras el deseo siempre hay más y en ese sentido el
poemario de Gloria Mejía no es sólo expresión liberadora que conduce a través
de los míticos mares e introduce gozosamente en la tierra prometida; es, sobre
todo, traducción de emociones y búsqueda
de sentido, como puede verse en el poema que abre la segunda parte.
Ella
cierra los ojos y se entrega
Él
la toma con cuidado para hacerla suya
Ella
reconoce su piel
Él
la toca lentamente
Ella
se apodera de sus labios
Él
responde al calor de su cuerpo
[…]
Ella
moja su historia
Él
se reencuentra en ella
Ella
y él se hacen uno
Él
y ella se consumen solos (53)
Esta tra-ducción deviene diá-logo y encuentro. Coincidencia
y conciliación de contrarios que se confirma con sendos poemas de Manuel
Espinosa Sainos, escritos en lengua originaria y que hacen las veces de
epígrafe para cada una de las partes del libro: Pero que no sólo dan la pauta
para la lectura, sino que se incorporan y encajan de manera perfecta para darle
sentido y unidad al corpus.
Con la luna en el ombligo de Gloria
Mejía nos invita a escuchar el rugido de la pasión femenina en la voz suave y
sensual de quien cuenta con absoluta naturalidad que su cuerpo se abre a la
trascendencia y asume el placer se posarse en el cuerno de la luna. Esa voz otra que acaricia y conversa. Su erotismo
–sin pudor, pero sin exhibicionismo- es una recreación del espíritu a través
del ser amado que se moldea y moldea del limo primigenio, del humus que nos nutre, del polvo que
somos, que hemos sido, que seremos.
Tierra
de hambre.
Tierra
de orgasmos.
Tierra
entregada a la desolación.
Tierra
protectora como madre poseída sin reposo.
(…)
Tierra
fúnebre
Tierra
de amantes
Tierra
de dos. (55)
Pero sobre
todo, es un universo poético que invita a ser recorrido con delectación pues
ofrece las imágenes necesarias y el ritmo adecuado para recorrerse bien.