domingo, 23 de noviembre de 2008

Los fantasmas y la vida

¿Y si el amor fuera sólo eso? Una espera ilusionada en donde la otredad es la tierra prometida: siempre deseada, dolorosamente inasible; pero real. Una intuición confiada, generosa, desprendida; pero de suyo incierta. Un sueño con los ojos abiertos, una dulce caída que no termina por ser conciencia, una inmensidad de cielo, pero breve maravilla.

Y si el amor fuera el nombre de lo indecible, la insinuación de lo sagrado bajo la piel de una mujer, un destello de gracia e inocencia al fin y al cabo traicionadas, porque es –en ciertos días y precisas noches, se admita o se niegue- lo que todos “quisiéramos sentir” pero llega siempre imprevisto, invisible, imperativo, para alejarse dejando sólo huellas de extrañeza, ecos de nuestra propia nada, rosas secas sobre las sábanas donde floreció la locura, voces de nostalgia, cenizas de dolor y amargura…

Y si el amor se acaba después “[d]e nuestras noches largas, / de muchos sueños compartidos / de esperanzas en el mañana” como confiesa José Gerardo Landero Ordaz en uno de sus poemas, incluidos en Los fantasmas de mi vida (Puebla: edición de autor, 2008)... ¿Y sí fuera así? ¿Escribir o describir el beso y la caricia, entonces, para qué?

La poesía, que una mañana presagia el encuentro, que celebra el cruce nocturno de miradas, viene al día siguiente para salvarnos de la propia muerte, asiste a curarnos del desamor, acude a tonificar las fibras más íntimas de la humanidad amenazada al tiempo que nos lleva a desandar los pasos. La poesía nos hacer perseverar en la existencia, tal como lo sugiere Gerardo en su ópera prima, cuando en la última página sentencia: “Te voy a arrancar de mi alma / porque has empezado a arruinar mi vida”. La poesía que es voz del deseo, canto del furor divino, descubrimiento de uno mismo, también es conjura y exorcismo: re-velación de fantasmas.

Y doy por hecho que no han sido pocos los fantasmas con los que ha tenido que luchar Gerardo, a quien conocí en uno de mis talleres de redacción, para compartir un poemario que fue escrito hace treinta y tres años y que ahora, revisitado, adopta la forma de libro en el que se incluyen, como lo afirma él mismo, con razón, en la “Bienvenida”, “[o]raciones / que salen del fondo de(l) corazón”.

En sus palabras se contemplan diversas caras de esta realidad tan contradictoria como humana. Hay que decirlo: su poesía constituye un atrevimiento. Sí. Porque para hablar del amor hay que explorarlo y exponerlo exponiéndose a sí mismo. Porque otros ya lo han intentado y podríamos con facilidad repetirlos. Porque en un mundo complejo, apuesta al lenguaje inmediato, directo y sencillo. Tan fácil como decir “Te amo / Con mis cinco sentidos, / con esas letras / que tú has encendido”. Pero sobre todo es atrevido porque a partir de hoy tendrá que pagar el precio de exhibir lo que había convertido en un secreto: los reflejos de mí mismo.

Hilvanando confesiones, ruegos y nostalgias nos permite acompañarlo y ser testigos de la expectativa en que puede “mirarte sin que tú ni yo sepamos / que nuestras miradas serán la flama / que incendie nuestras almas”, lo mismo que trasladarnos del desencanto de la realidad del sueño al sueño de la realidad en que es preciso volver a "despertar / y luchar por alguien que es desconocido, / que es invisible, que ha estado ahí”. En fin, esta poesía es un vaivén en busca de lo Infinito. No es extraño, entonces que la búsqueda de amor derive en sentimiento religioso. De hecho, según Robert Graves, el autor de La Diosa Blanca, en lo sagrado está el origen no sólo de la poesía, sino del lenguaje.

El tono y el sentimiento de la oración es innegable:
Quiero pedirte algo especial
quiero poner en tus manos a la persona
de la que algún día estaré enamorado,
con quien compartiré mi vida entera.


Y hasta el ritmo anafórico, al estilo de las letanías, viene al poema:
Te pido que la bendigas, la cuides y la ayudes,
dondequiera que ande.
[...]
No permitas que nada dañe
su capacidad de amar.
[...]
Dondequiera que se encuentre,
bendícela y llénala de amor.

Y si en estos versos hay conciencia de que el amor es una forma de estar ante lo sagrado, su encarnación, la forma palpable de lo divino, el contacto con la trascendencia no puede ser para el poeta otra entidad que la mujer.
La mujer cuando aún no llega a nuestra vida.
La mujer cuando es el ángel que llena las noches placenteras de felicidad.
La mujer ida que vuelve como recuerdo al mirar su rastro indeleble.
La mujer, de un rango superior, en quien se reconoce la acción de Dios. Diría que es un ánimo erótico y místico, pero sobre todo reflexivo, el que lleva a Gerardo a imaginar sonrisas, ojos y “bocas pequeñas que se antoja morder”. Una poesía que busca el origen de las palabras porque sabe
que todo es
pequeño en comparación a lo que
significa

Y si hay atrevimiento, como antes dije, es porque hay valentía. A lo único que teme, es que el amor sea devorado por el olvido.

¿Pensarás en mí?
¿Seré algún día tu recuerdo?
[...]
Y así,
¿Pensaré yo en ti?

¿Y si el amor fuera sólo un destello? ¡Queda la poesía para conservar su huella!


* Este texto fue leído en la presentación del libro, en marzo de 2008.

martes, 11 de noviembre de 2008

México –la nación/narración- en dos novelas de Carlos Fuentes

De la transparencia a la voluntad y la fortuna

A Carlos Fuentes, en su cumpleaños 80


Suena actual eso de que “nuestra borrachera con el petróleo ya debe acabar” porque “no poseemos las capacidades para conducir exploraciones permanentes y a gran escala”. Este argumento bien pudo ser sostenido -con otras palabras- en un debate reciente:

Poco a poco, disfrazadas pero seguras, las compañías extranjeras tendrán que regresar a darnos su saber técnico y su dinamismo. De lo contrario, tendremos que seguir un proceso de industrialización lento, frenado por el afán patriotero de gritar que el petróleo es nuestro. El bienestar definitivo del país [...] está por encima de cualquier satisfacción patriotera. (La región más transparente, RT)

Diríase hoy que el bien del país está por encima de cualquier discurso populista. Sin embargo, la cita es vieja; forma parte de la conversación de Federico Robles, durante una cena con su esposa y su invitado, Ixta Cienfuegos, hacia el final de La Región más transparente, novela ambientada a mitad del siglo pasado y publicada en abril de 1958. En el texto, no hay coincidencia ni don de profecía, sino sensibilidad y reflexión.

Se puede simpatizar o no con Carlos Fuentes, se puede cuestionar su imagen de intelectual cosmopolita, ligado al poder y favorecido por la economía de mercado, se puede leer y criticar con frecuencia y abundancia porque es un autor prolífico y polémico, se le puede reconocer como pilar del boom latinoamericano. Lo que no se puede, es negar su inteligencia y su importancia en la cultura de este país. En ese sentido, cobra relevancia su obra, puesto que, como bien dice Jorge Volpi en La imaginación y el poder, a propósito de Cambio de piel, “Fuentes asume la ‘preeminencia del texto’ como postulado central de su estética: nada hay fuera del México de sus novelas”. Así de fuerte: la realidad es literaria. Y ahí reside su importancia: donde la mentira novelesca deviene realidad legible, comprensible, palabra sobre nuestra cotidianidad. Lo cual resulta interesante en el ámbito artístico, no así en la política pues, como afirma un personaje de Fuentes en su más reciente novela, “En México, en toda la América Latina, tomamos la retórica por realidad. Progreso, democracia, justicia. Nos basta pronunciarlas para creer que son ciertas. Por eso vamos de fracaso en fracaso.”

Desde luego, hablar aquí de toda su obra, distribuidas en series ligadas a diversos enfoques sobre tiempo, resulta difícil. Por ello, propongo la lectura –en dos momentos- de un par de novelas para rescatar la visión de Fuentes sobre este país inconcluso, desde la ciudad capital. Elijo, pues, La región más transparente (abril de 1958) y La voluntad y la fortuna (VF) publicada en agosto de 2008. Entre ambas, hay más que medio siglo de distancia. Hay más que un cambio de estética. Hay más que unos juegos olímpicos y dos mundiales de futbol. Entre el 1958 y el 2008 están los ineludibles 1968, 1988, 1994 y 2000, años que alguna huella debieron dejar en esta nación/narración.

Primer momento
Comienzo con una breve revisión histórica para que el contraste resulte de mayor utilidad. El inicio del siglo XX en México, para decirlo con un lugar común, representa un cambio de época y una época de cambios. La llamada Revolución es una transición violenta de un periodo con estructuras claras a otro distinto pero también claramente estructurado y que bien puede resumirse con las palabras que Fuentes pone en boca de Antigua Concepción, en La voluntad y la fortuna:

En 1910, Madero traicionó a don Porfirio que se creía presidente de por vida. En 1913, Huerta mandó matar a Madero, en 1919, Carranza mandó matar a Zapata. En 1920, Obregón mandó matar a Carranza. En 1928, Calles se hizo el distraído mientras asesinaban a Obregón.

Hasta que finalmente llegó la “paz social”, basada en el cambio de gobierno cuyo principio –otra vez las palabras de Volpi- era “la repartición equitativa y sexenal del poder entre un mismo grupo y sólo en ocasiones entre distintas generaciones de ese mismo grupo”. El mecanismo fue la revolución institucionalizada, de manera que siempre hubiera algo que prometer. Y esto se trasluce en el cinismo de Federico Robles:

-Pueden criticarnos mucho. Cienfuegos, y creer que el puñado de millonarios mexicanos –por lo menos la vieja guardia, que por entonces se formó- nos hemos hecho ricos con el sudor del pueblo. Pero cuando recuerda uno a México en aquellas épocas, se ven las cosas de manera distinta. Gavillas de bandoleros que no podían renunciar a la bola. Paralización de la vida económica del país. Generales con ejércitos privados. Desprecio de México en el extranjero. Falta de confianza en la industria. Inseguridad en el campo. Ausencia de instituciones. Y a nosotros nos tocaba, al mismo tiempo defender los postulados de la Revolución y hacerlos trabajar en beneficio del progreso y el orden del país. No es tarea fácil conciliar las dos cosas. (RT)

Fue en el sexenio de Manuel Ávila Camacho cuando, dada la estabilidad, surge un nuevo proyecto que apostaba a la industrialización como garante del desarrollo. El país cambia “a pasos agigantados”: la vida urbana se consolida. El campesino deja de esperar una buena cosecha y empieza a soñar con irse a la capital. Cincuenta años más tarde, el sueño será cruzar la frontera de cristal. A mitad del siglo XX se populariza la cultura con la aparición de la radio y los periódicos. Mientras que ahora todo es digital. Pero sigamos en 1950. México –dice José Joaquín Blanco- deja de ser un país de masas para convertirse en “un país de anuncios publicitarios donde el indio, el naco, el pachuco o el simple ciudadano, se traviste de burguesito adecentado y consumidor de productos eléctricos”. Este ambiente de modernización puede verse reflejado en el mosaico de personajes que integran el universo de La región más transparente, pero de una manera clara emerge cuando Robles –el político- se dirige a Manuel Zamacona:

-A ustedes los intelectuales les encanta hacerse bolas [...]. Aquí no hay más que una verdad: o hacemos un país próspero, o nos morimos de hambre. No hay que escoger sino entre la riqueza y la miseria. Y para llegar a la riqueza hay que apresurar la marcha hacia el capitalismo y someterlo todo a ese patrón. Política. Estilo de vida. Gastos. Modas. Legislación. Economía. Lo que usted diga. (RT)

Con la llegada de la «modernidad» el mexicano se desgarra entre el pasado inasible y la búsqueda de un nuevo lugar en la sociedad, donde se mezclan ahora los poderosos, los burgueses, los inteligentes, los extranjeros, los guardianes y los revolucionarios, con el pueblo. Es en ese contexto en el que la novela de Carlos Fuentes nos recuerda que “aquí nos tocó. En la región más transparente del aire”. En el ombligo de un mundo donde convergen muchos Méxicos o en un México donde cada ombligo es el centro de universos que se confunden. Un lugar donde no hay tragedia, un país que siempre ”anda a la caza de un redentor”. El que hoy cumple ochenta, entonces era un joven de treinta años, que osaba atreverse.

Por otra parte, en el ámbito literario, hay que situar la novela en una búsqueda de alternativas para la expresión, toda vez que el realismo luce agotado. Las vanguardias influyen, desde luego, en La región más transparente que ha llegado a ser considerada como un ejercicio cubista, pues comparte con la pintura de Matisse y Picasso “la intención de someter la realidad a una descomposición analítica, tendiente a revelar su estructura más que sus apariencias” (Eugenio Núñez). La incorporación de técnicas cubistas en el campo de la narrativa fue implementada por la llamada “Generación Perdida” norteamericana, con Scott Fitzgerald y Jonh Dos Passos a la cabeza. Pero también Joyce y Faulkner echaron mano de estos recursos, a saber: el encabalgamiento de sus monólogos, la ruptura sintáctica y el simultaneísmo.

La novela de Fuentes es un collage –o colaje, para decirlo en español- que presenta una visión panorámica de las clases sociales de México, encabalgando y contraponiendo las historias de varias familias dentro de sus respectivos mundos o ambientes. Es, se dice en Los escritos de Carlos Fuentes de Raymond Leslie Williams, "la primera crítica de Fuentes al proyecto nacional de industrialización y modernización de México que había venido desarrollándose en el país desde el decenio de 1940” (53).

Los personajes, de suyo diferentes, participan e interactúan. Pero ¿cuál es el protagonista? A pesar de la peculiaridad de Ixta Cienfuegos, la multiplicidad de voces apunta hacia lo que Bajtin considera una novela polifónica, en tanto los discursos no concluyen en un mismo punto. No hay acuerdo. Sin embargo, hay que considerar que la ciudad, en la medida que subsume las voces que contiene, deja de ser un escenario y se instaura como personaje. Ixta Cienfuegos, es una figura ambigua, que dicho en palabras Joseph Sommers: “no es solamente la encarnación de la metrópoli monstruosa, con todo su dinamismo, su sufrimiento y su viciosa humanidad. También encarna los valores y Mitos del México indio, particularmente el extemporáneo sentido de traición y la compulsión para restablecer los vínculos con el pasado por medio del sacrificio”. Así, Ixta es el rostro humano de la ciudad.

Fuentes incluye en medio de la narración algunas viñetas o descripciones de la nueva ciudad. Los pasos de los personajes nos hacen recorrer el Distrito Federal, de la fortaleza roja de las Vizcaínas al témpano de cemento y baratijas de San Juan de Letrán [...], de Meave al Barba Azul a la Bandida [...] al museo de cortinas de hierro que a esa hora es Madero, museo roto por la espera profunda y olorosa a claveles en San Francisco, por el olvido enhiesto del Palacio de Iturbide (...) Sanborn’s, High Life, Maria Pavignani, Pastelandia, Merican Book, cine Rex, Mazal, Kodak, RCA, Calpini...

La novela sigue un ritmo desigual: se alternan escenas largas y prolijas que abundan en detalles con capítulos rápidos, breves, escuetos, de dos o tres páginas. Lo que parece claro es que la fragmentación de la obra, gracias al alarde de recursos literarios vanguardistas, le permite a Fuentes –ya desde entonces- jugar con el tiempo: juntar a vivos y muertos, personajes reales y ficticios, presentar acciones simultáneas o hablar del presente pero recuperando el pasado, así como establecer comparaciones y contrastes. Pero si el uso de recursos narrativos, incluido el pastiche, es sorprendente, no es menos el manejo del lenguaje que va de lo coloquial (rayando en lo grotesco) a lo poético (construyendo metáforas exquisitas) Se léxico es abundante y el tono irónico. Aunque en México no hay tragedia, lo sabemos, el drama no desaparece. La noche se hace espesa y seguimos soñando.

Segundo momento
Ahora bien, 1950 puede considerarse, sin dejar de ser una fecha arbitraria, la frontera que separa al México tradicional, rural y revolucionario, del proyecto de un México moderno, industrializado, urbano y esnobista. El fracaso de este proyecto ya no resulta tan lejano, de hecho, vivimos hoy los efectos de ese sueño irrealizado: No es difícil identificar los sucesos que han desenmascarado la falacia del progreso infinito con recursos limitados, las empresas que darían empleos y terminaron contaminando el ambiente, o la democracia promovida desde el poder: en el año de la paz murieron estudiantes en Tlatelolco, reprimir y coptar no fue suficiente para mantener indemne al sistema político, el descontento se manifestó en las urnas a pesar de la generosidad de papá gobierno, las instituciones perdieron credibilidad, comenzó a sospecharse la intervención del gobierno en asuntos electorales, un candidato progresista del partido oficial fue asesinado en campaña, el peso, a pesar de ser defendido perrunamente, se devaluó y se sigue devaluando, surgieron movimientos armados de reivindicación, llegó a la presidencia un partido de oposición…

Si en La región más transparente, el enriquecimiento se veía como una utopía posible, como parte de la dinámica social: “los nuevos ricos de hoy serán la aristocracia de mañana, como la aristocracia de hoy fueron los nuevos ricos de ayer.” En La voluntad y la fortuna, queda claro que la riqueza se acumula en las manos de unos cuantos. Y como ejemplo, en el ámbito de la telefonía y las comunicaciones está Max Montoy, “un ser de otra estirpe”, frente a quien “los millonarios de antes son unos pordioseros”. (VF) Los logros económicos, el bienestar social, la celebrada democracia, se tornan increíbles para la mayoría de la gente, como explica Jericó a Josué: en

un país de más de cien millones de habitantes que no puede darle trabajo, comida o educación a la mitad de la población, un país que no sabe emplear a los millones de obreros que necesita para construir carreteras, presas, escuelas, viviendas, hospitales, para preservar los bosques, enriquecer los campos, levantar las fábricas, un país donde el hambre, la ignorancia y el desempleo conducen al crimen y una criminalidad que lo invade todo, el policía es criminal, el orden se desintegra [...], el político es corrupto, hace agua la trajinera, vivimos en un Xochimilco sin María Candelaria o Lorenzo Rafael o puerquitos que nos salven.

La ciudad, el personaje de La región más transparente, se nos muestra en La voluntad y la fortuna cambiada, rota, divida. Crece, aumentan sus conflictos. Se multiplica como las bacterias, por partenogénesis, sólo que “la ciudad privilegiada se aislaba como un perla en la ostra (la costra) urbana.” (VF) En contraparte, la otra ciudad, periférica, marginada, resulta fea, aunque trata de arreglarse con espectaculares:

El anuncio comercial era el único adorno del periférico. Un mundo de satisfactores, si no a la mano, sí a la vista del consumidor. Una sucesión de imágenes del deseo, porque ninguna de ellas correspondía ni a la realidad física, ni a la posibilidad económica, ni siquiera al maquillaje síquico de los capitalinos”. (VF)

La capital, metáfora del país, ahora predominantemente urbana, intenta destruirse a sí misma sin lograr aniquilarse:

Cambia mucho pero no muere nunca. Su fundación es peculiar: una laguna (que ya se secó), una roca (que se convirtió en barro residencial), un nopal (que sirve para cocinar papeados y rellenos), un águila (especie en extinción) y una serpiente (lo único que sobrevive). (VF)

El mundo, antes transformado por “ideologías” o principios, hoy es transformado por el deseo. En La voluntad y la fortuna el número de personajes –cuyas voces van de la reflexión filosófica a la sociológica- disminuye. El conflicto se concentra en la relación entre el poder económico y el poder político. El crimen infiltrado. No pueden faltar, como en toda buena novela, las historias de amor/desamor y los rostros de la ciudad, en donde, claro, hay que darle un espacio a los emos, cuya presencia en la novela permite otro contraste: la juventud de los cincuenta podía ser frívola, ignorante, superficial, pero algo tenía que decir sobre México. Ahora, los de negro sustituyen bajo su fleco un sufrimiento con otro sufrimiento y se consuelan con el mamaseo. Pero, ¿cuál será su palabra sobre México? En el fondo, para Fuentes, el país sigue siendo “una masa de chingados y encima nosotros una minoría de chingones” (VF), donde “Nada es más admirado que [...] el gran chigón” (RT). Habitamos un lugar donde la gente “se engaña a si misma”. (VF) México parece, a fuerza de decepciones, resignado a que todo salga mal. “Por algo celebramos a los derrotados y detestamos a los victoriosos”, dice Josué Nadal en La voluntad y la fortuna, emulando al intelectual Manuel Zamacona de La región más transparente: “No ha habido un héroe con éxito en México. Para ser héroes, han debido perecer: Cuahtémoc, Hidalgo, Madero, Zapata. El héroe que triunfa no es aceptado como tal: Cortés”. Por eso, si como señala Raymond L. Williams, en La región más transparente, los “personajes y una nación [están] colocados en la situación de escoger entre diversas opciones de importancia histórica”, podemos sugerir que en La voluntad y la fortuna, los personajes han de construir su destino, que “no es la fatalidad. Es sólo la voluntad disfrazada. Es el deseo final” que se mezcla con la suerte o el azar, y que es posible mientras no contradiga al poder.

Estéticamente, La voluntad y la fortuna se aleja del vanguardismo experimental y puede catalogarse sin problema como narrativa del posboom, para utilizar el término de Donald L. Shaw. Es un relato mucho más espontáneo, con sabor a cotidianidad, que da paso a la fantasía –no cualquier cabeza cercenada puede narrar durante 560 páginas-, se construye sin mayores pretensiones y está dispuesto a captar sólo fragmentos de la realidad, Aunque también puede etiquetarse como literatura posmoderna, en la lógica de Raymond Leslie Williams. Hay lugar para la paradoja y la contradicción. No intenta una visión totalizante. Es profundamente histórico y político, pero proyectado en un mundo de ficción donde es posible hablar con muertos y profetas bíblicos, e incluso ponerse un tanto apocalíptico.

Coda
Para concluir diré que hasta aquí, sólo me he permitido sugerir como homenaje la lectura de dos novelas de Carlos Fuentes, cuyo contraste nos permite, además de disfrutar su literatura, apreciar dos modelos estéticos, y entendernos como parte de México, esta nación/narración, de un pueblo donde todas las historias confluyen porque todos los tiempos son unos, como dice en En esto creo:

Pueblo de todas las historias, México sólo reclama con fuerza, con ternura, con crueldad, con compasión, con fraternidad, con vida y con muerte, que todo suceda , de una santa vez, hoy, ya, ese ya que es a la vez suspiro, exclamación, lápida y convocación: ya me vine. Ya estuvo suave. Ya se murió. Ya nos juntamos.

Y ahora sí. Ya terminé.


* Este texto fue leído el 11 de noviembre de 2008 en el aula Germán List Arzubide del Colegio de Linguísitca y Literatura Hispánica de la BUAP, en un Homenaje a Carlos Fuentes organizado por la Dirección de Literatura de la Secretaría de Cultura del Gobierno del Estado de Puebla y la Facultad de Filosofía y Letras de la universidad.

domingo, 9 de noviembre de 2008

La nostalgia del mítico jardín

Si bien, los conceptos de Oriente y Occidente son construcciones teóricas cuestionables que simplifican en extremo la pluralidad y la complejidad cultural, no por ello dejan de ser útiles y reveladores de un conflicto de intereses y discursos dominantes que siguen lógicas distintas y apuntan en sentidos diferentes. El debate sobre la relación de ambos proyectos de civilización nos concierne. Nos reclama, si no una posición, al menos una palabra. Y en ese sentido, El jardín devastado de Jorge Volpi (México: Alfaguara, 2008) es una muestra de que el tema puede abordarse con lucidez, de forma narrativa, literaria, estética:

A sus seguidores el Profeta –la paz sea con él- les prometió un jardín donde gozar los eternos placeres de la carne.
El paraíso de los cristianos es, en contraste, puro y anodino: luz y perpetuo celibato.


No se trata pues de un estudio sobre el problema (aunque subyace el análisis serio de la cuestión). Es más bien la confluencia de tres historias importantes –la del narrador, la de Ana y la de Laila- cuyos fragmentos –acaso, fractales- se mezclan de tal forma que el lector advierte de inmediato y con facilidad los contrastes al mismo tiempo que puede delinear las principales características de cada proyecto. Esto es planteado, desde luego, con una buena dosis de ironía: “La alabanza al Clemente, al Misericordioso, que creó la guerra, la desolación y la locura.”

En Oriente, suceden los días de Laila, hija de un doctor, de nombre Karim. Desde niña tuvo buen oído y se le apoyo para que tocara la Flauta, sin embargo, “creció en la zozobra [...], con la certeza de que la calma era un cristal que siempre terminaba por quebrarse”. Cuando se casó, su corazón “se sintió apaciguado” y tuvo a su hija Fariza. La estabilidad, duró poco.


En Occidente, trascurre la vida de Ana, hija de Esther Reyes y Joaquín Sandoval, “un marxista resignado a ser pragmático”. Estuvo casada con un amigo del narrador pero antes de cumplir los tres meses “ya se habían separado”.


El narrador, aunque occidental, trata de colocarse en el centro (ya como simple perspectiva, ya como alternativa al conflicto). Geográficamente se mueve entre las ciudades norteamericanas de Atlanta y Harvard, por un lado, y por el otro, la capital de su patria, “amasijo de hienas y fantasmas”, donde se cometió, hace tiempo “un fraude sarnoso, descarado”. Lo que le confiere cierta neutralidad es que creció en una “burbuja” y sigue observando el mundo desde ella. Admira, por ejemplo “el trayecto del segundo avión y el inverosímil desplome del vidrio y el concreto” -en aquel imborrable septiembre- sin “alegría ni tristeza”.


Ana y Laila sufren mientras el narrador, desde un ambiente académico, intenta escribir sobre la humanidad, esa “pesadilla de verse tantas veces repetido” que conduce al odio para con lo humano. A Ana, pese a la vida cómoda, le duelen sus frustraciones e intenta suicidarse sin éxito en una tierra de políticos mediocres y pérfidos. Laila, en cambio, aferrada a la vida padece la violencia del Halcón, del cowboy y sus mercenarios, contra el Abominable. Camina descalza hacia Bagdad con la existencia doblemente amenazada, por la guerra y por la sentencia de un Djinn que había sido enterrado por los peshmergas tres días antes y que ella desenterró en Mosul. Bajo tierra, el genio arabesco decidió matar a quien lo rescatase, pero conmovido por las lágrimas de la mujer que buscaba a sus hermanos, movilizados por la guerra, como en los cuentos y algunos chistes, le concede tres deseos, pero con la advertencia: “ al final no he de faltar a mi palabra”.

Diversos momentos de estas tres historias, entretejidas con acertadas reflexiones van estableciendo una serie de identificaciones que al final pueden servir como un mapa inicial para adentrarse en las implicaciones del encuentro/choque de dos civilizaciones, cuyos mitos fundantes se originaron en la misma zona geográfica pero han tomado rumbos que se antojan irreconciliables. Aquí van algunas:

Laila/Oriente/ Islamismo
Búsqueda y aproximación/Movimiento hacia el otro
Mito y fatalidad

Ana/Occidente/Cristianismo
Huída y distanciamiento/Movimiento desde el otro
Racionalidad y desencanto

Narrador/Centro/Ateísmo
Regreso e inmovilidad/Desinterés por el otro
Irracionalidad y odio



Acerca del estilo de Volpi, podemos decir que en este libro, las oraciones son cortas. Los párrafos, breves. La claridad, deslumbrante. A veces da la impresión de que se está revisando un cuaderno de notas, de postales (dirían los poetas), con lo cual se acelera el proceso de lectura sin sacrificar la tensión narrativa. El placer de la lectura, habrá que decirlo, se incrementa con el diseño editorial de esta primera edición, elegante desde sus pastas duras.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Revuelo sobre el mar de la poesía

Hay un acuerdo más o menos implícito (si no queremos llamarle conciencia) de que frente el poema se impone el silencio. Que tratar de explicarlo, parafrasearlo, contextualizarlo o cualquier otro intento de mostrar el sentido que entraña, resulta insuficiente. Y sin embargo, a veces dan ganas de analizar los textos poéticos a la Beristáin, con esquemas métrico-rítmicos, recuento de nexos o adjetivos, amén de interpretaciones magníficas y novedosas de las obsesiones del autor y sus influencias; o bien, se antoja verificar que además de las figuras retóricas, el texto cumpla con las condiciones ineludibles de las que habla Silvia Adela Kohan en su Cómo se escribe poesía: composición, ritmo, discurso, economía de lenguaje y tensión creativa, dominio del espacio y trabajo de la palabra. O elucubrar con las imágenes que evoca, convoca y provoca la musicalidad del verso. En otras ocasiones basta con leer o escuchar y concluir con un simple me gusta, o cualquier otra valoración subjetiva en la muy personal escala que va del chafa hasta el chido. En este ánimo, he leído con placer el Pleamar en vuelo de Rubén Márquez (México: Alforja, 2008), un poemario de sobra grato, cuyos rumores dicen de la sacralidad de lo inmediato y lo profano, porque a fin de cuentas los extremos se tocan en algún punto del viaje…

Rubén Márquez es un poeta que apela a los sentidos, al gusto que toca, a la mirada que se pierde en un remolino de colores, sonidos y aromas. Los lleva al extremo, pues sabe que sólo en el cuerpo la palabra -el verbo- puede alcanzar su dimensión cósmica.

me encuentro frente a ti
y giran las palabras

dice en alguna parte,

Y somos dos astros fragmentados
dos trozos perdidos sin perderse
dos palabras disueltas.

en otra,

Copulando
En el corazón del átomo
Somos lusol y luzaurora
Vediazulenando en el centro del espacio

El sujeto lírico viaja por la sensualidad, capturando postales de sentimientos/sensaciones, llevado siempre por el oleaje del deseo. Pleamar en vuelo erotiza el universo, con voces que pasa por el beso, a veces discreto, en ocasiones descarado e impúdico. Besos que traen a la mente una lejana antropofagia. Gritos del deseo extremo de poseer la alteridad, incorporar la carne ajena al propio misterio, deglutirla, ser lo mismo sin dejar de ser distintos (porque si no, qué sentido tendría).

Y los besos se escurren
por tu cuerpo
y sus galaxias
*
Y mis labios se posan en la leve sombra
de un vuelo de luciérnagas

E insiste el poeta: “Muerdo el olor de tu sexo”, “Nuestro beso revienta el viento en llamas”, “devoro los labios lentamente sin tocarlos”, “Un beso violento volteando los planetas”. Mientras sigue “La música musitando musas” a través de recurrencias de sonidos, de esas que cuando suenan chido se llaman aliteraciones, y cuando tienden a lo chafa se les clasifica como cacofonías:

un sonido lambo lumbo
como la palabra limbo
Y el catálogo de ecos dispersos en los poemas se alarga: “tu figura femenina”, “un grito grisilento de corales”, “mi lengua de ola / navegará salada por tus sales”, “un llanto en amarillo”, “una luz ausente de las partículas”, “revienta la vela del relámpago”, “mi merluza marina”, “una sílaba saliendo de la boca”. Pero no se trata de un simple juego fonético/fonológico. Hay más que rima interna y metonimia. Es co-incidencia, no en el sentido de casualidad, sino de correspondencia, como puede verse/oírse en los siguientes versos tomados al azar, de poemas distintos:

y alucina calcinando

la verdad del verde

Andan/nadan

Así, el poemario deviene re-velación de verdades tan evidentes que deslumbran, aseveraciones que parecen absurdas porque nos muestran la paradoja contemporánea, porque nos devuelven la responsabilidad de ponerle nombre a todo lo que hay en el paraíso (que por alguna razón ya no nos pertenece), porque de tan simples se tornan complicadas, porque algo suena después de darle vueltas.

Hay un sitio azul dentro del azul
o
y en medio de todo
hay un sol prendido de la noche
y
En medio de tu cuerpo
Un caracol inventa la poesía.

Rubén Márquez se nos presenta en su primer libro como uno de esos poetas que no le temen a la repetición (de sus maestros, de sí mismo, de los sonidos), es de esos poetas que se atreven a contar historias (así como era en el principio), al balbuceo (anterior a toda palabra), de los que parodian y reciclan, reclaman (porque el lenguaje es de todos y ningún verso le pertenece a quien lo escribe… lo que se publica se hace público).

En este intento de tenerte
leo a Neruda y a Oliverio
comparto orgasmos
abordo barcos
y la espuma

En fin, es un poeta que escribe lo que le exige la palabra. El canto XXVIII -concierto de líquidas y nasales- está escrito con 44 palabras, 17 de ellas son luna con adjetivos que la muestran poliédrica en vez de esférica; a fin de cuentas, 36 eles (l). ¿Muchas? No, si consideramos que antes de que acabe el poemario queda espacio para libélulas salvajes, una líquida lunábida, largos alaridos, lenguajes de tu lengua, la orilla del abismo, la luz del aire danzando en la marea. No, si pensamos que exigencia ineludible del poeta es decir algo con las palabras precisas, las necesarias, ni una más ni una menos. No, si el lector afortunadamente está a salvo de la perniciosa elefobia o miedo a las eles. No, si nos damos cuenta de que,

A la deriva
siempre a la deriva
divisamos la poesía.