lunes, 29 de junio de 2009

Ensayar el ensayo

No hace mucho tiempo, durante la entrega de calificaciones parciales, un alumno se acercó y me propuso: “Profe: déjeme un ensayo para recuperar nota. Se lo entrego mañana”. Asombrado, pregunté: “¿Y sobre qué puedes entregarme un ensayo para mañana?” “No sé, de lo que usted me diga”. Sopas. O mi alumno era un genio que por modestia no mostró sus competencias durante el periodo evaluado, o no tenía una idea clara de lo que es un ensayo. ¿Tanto hemos abaratado el concepto?

Días después escuché a un colega decir que el ensayo es “lo más fácil, de los trabajos académicos”. ¿Lo más fácil? No me imagino a Octavio Paz escribiendo El laberinto de la soledad o El arco y la lira porque es “lo más fácil”. ¿Tendríamos que aceptar que Alfonso Reyes o Jorge Luis Borges se fueron por lo fácil? ¿Podemos ver a Vargas Llosa escribiendo La orgía perpetua en una tarde, para conseguir un punto extra? Entonces, para evitar que mis alumnos “compren barato”, les recomiendo la lectura de Pensar el ensayo de Liliana Wieinber (México: Siglo XXI, 2007). Un libro sobre el ensayo donde se afirma que el que escribe ensayos "es un especialista en esa actividad humana por excelencia que es el acto de entender el mundo, dotarlo de sentido, ponerlo en valor”. Un ensayo viene a ser el resultado de una “experiencia intelectual” que “retrabaja conceptos y símbolos”. Es mucho más que un conjunto de opiniones; se trata de “articular saberes, decires, tradiciones, discusiones, y captar no sólo conceptos sino estructuras de sentimiento que se dan en el seno de la vida de una cultura”.

Siguiendo a Liliana Winberg, desde una primera aproximación queda claro que el trabajo intelectual del ensayista no se limita uso de información para generar conocimiento, ha de expresar también la manera en que se produce ese conocimiento, de forma creativa, con una voz peculiar, razón por la cual “el ensayo entra en diálogo con otros géneros como la narrativa, la poesía, el teatro”. Se trata, para decirlo con sus palabras de “un estilo del pensar” y “un estilo del decir” escrito en presente. Y en ese sentido, no es extraño que el ensayo reclame la responsabilidad del autor, cuya honestidad y buena fe se presume. Y sin embargo, delimitar el ensayo no es tarea fácil.

Las frecuentes dificultades para ofrecer definiciones acertadas del ensayo se deben atribuir entonces no sólo a cuestiones intrínsecas del género y al complejo modo de articulación que establece entre distintas órbitas (la tensión entre opacidad y transparencia, subjetividad y objetividad, totalidad y fragmento, certeza y duda, ética y estética, etc.), sino también a los diversos modos de lectura e interpretación a que ha sido sometido así como a las diversas modalidades de lectura. (21-22)

El libro de Liliana se divide en tres partes. Abrir el ensayo confronta al lector con la obra de connotados ensayistas. Pensar el ensayo resalta los rasgos peculiares del ensayo, esbozados en la primera parte. Y finalmente, Fronteras del ensayo es un reconocimiento de dos grandes ensayistas latinoamericanos.

Abrir el ensayo comienza con una referencia al personaje bíblico que derrotó con una honda al Filisteo. Luego explica: “Al equiparar el ensayo con la mirada, la mano y la onda de David, he anticipado mi estrategia interpretativa, y me apoyo en una síntesis de orden cognoscitivo, ético y estético a la vez”. (27) Esto, se afirma sin dejar de lado lo que considera una premisa (ley) sine qua non del ensayo: “un contrato de intelección: el que piensa escribe”. (30) Integrar estos tres órdenes es la prueba más clara de que un ensayo no puede ser lo más fácil: generar conocimiento y presentarlo con rectitud y belleza, integrando las paradojas inherentes, puede ser, al contrario, lo más complicado en el ámbito académico. Deseable, desde luego que sí. Hacer que el resultado tenga un tono coloquial y haga ver los problemas con claridad es más bien el resultado de cierta genialidad por parte del ensayista que de la simplicidad del género.

Weinberg apunta, a propósito del inicio de los ensayos, que además de centrar el tema “sellan un pacto de lectura, dan la tonalidad, la tónica, el estilo, anticipan las reglas, las leyes, la modalidad interpretativa a seguir”. (34) Y agrega que pueden ser más efectivos cuando la anécdota origina es parte del saber común y desde una observación inicial el autor se expone como “narrador-intérprete”. Lo cual es muy importante, porque ensayar

consiste precisamente en alcanzar una configuración siempre abierta al filo del presente: se trata de la paradójica tarea de poner límite, cierre, estructura, marco temporal y espacial a alguno que es por naturaleza ilimitado, abierto, informe, presente y referido a una situación pura. (50)

Sin caer en lugares comunes, como aquello de que una característica del ensayo es la presencia de digresiones, Liliana Weinberg va desentrañando y articulando las reflexiones de otros, por ejemplo, “la paradoja y la ironía”, señaladas Huxtley, y la relación “conocimiento y entendimiento”, en el sentido que el mismo autor de Un mundo feliz propone: “el conocimiento representa la integración de lo nuevo a lo ya sabido, mientras que el entendimiento representa una apertura a lo novedoso y desconocido. (58)” Consigna también que para Woolf “El principio que controla [al ensayo] es simplemente que debe dar placer [...]. Todo en el ensayo debe estar dirigido a ese fin.” (61) Y aquí podemos agregar un orden más para complicar el ensayo: articulados en torno a la personalidad del autor (“la más peligrosa y delicada de las herramientas”) se relacionan conocimiento/entendimiento-ética-estética-erótica (o al menos, sensualidad), porque “El ensayo nos despierta y nos devuelve a un mundo de sensaciones intensas”. (62) Pero la subjetividad inherente al ensayo, manifiesta en el tono confesional, no se opone al rigor:

Insistimos: el ensayista es así el protagonista de un viaje intelectual que lo lleva a internarse de lo conocido a lo desconocido, midiendo sus fuerzas –como el héroe un poco valentón y desmedido de los relatos tradicionales- con el rasero sin fondo de la imaginación. (91)

Otro elemento de los que se resaltan en Pensar el ensayo es la dimensión comunicativa de este género. En el ensayo hay un movimiento de ida y vuelta. Es un fenómeno de lectoescritura: “El ensayo es de algún modo hijo de la lectura, surge a partir de su ejercicio”. (107) Pero además,

Puede también en muchos casos lograr el ensayista un tono de informalidad y confianza tales que él mismo, el autor del texto comentado y el lector encuentren un nuevo espacio simbólico para la chprla íntima e informal entre amigos. (108)

En ese sentido, el leguaje apela a su carácter instrumental y al mismo tiempo lo trasciende. “[...] el ensayo no es sólo el despliegue del texto sino la postulación de un recinto simbólico donde se reúne una serie de lectores dispuestos a dialogar y debatir en una atmósfera de sentimientos y opiniones plurales”. (113) Otra vez, el que piensa escribe. El que toma la palabra se erige hermeneuta de su tiempo. El ensayista es un artista: crea. Y así: “El ensayo es, en su más alta expresión, trabajo artístico sobre el lenguaje, voluntad de estilo, poética del pensar”. (121)

Este recorrido cristaliza, como definición velada en la primera página de Pensar el ensayo, la segunda parte del libro. Me parece tan valiosa que no puedo evitar la cita:

Nos referimos particularmente al ensayo como forma de indagación del mundo a partir de un yo, como trayectoria abierta a partir de la elección de un punto de vista que se constituye así a la vez en un punto de partida, como viaje de exploración intelectual a través del mundo y el lenguaje, como representación artística de un proceso de representación intelectual, como presentación ostensible de una puesta en perspectiva que tiñe la mirada del autor a la vez que el mundo por él mirado, así como participación responsable con el lector de esa visión personalizada de los más diversos temas y problemas. El ensayo es un interpretar activo necesariamente traducido en un cierto orden textual, que hace a la vez del lenguaje y de la prosa su instrumento de expresión y su materia de indagación. (125)

Dicho lo cual, se entienden con claridad las tensiones fundamentales de las que se habla en el libro, a saber: que el ensayo se escribe en prosa, pero no es prosaico pues intenta “convertir el lenguaje en materia de reflexión y trabajo artístico”. (127) Que escribe un “yo pensante” que intenta comprender en un discurso coherente el universo, de por sí abierto. O que la observación del mundo es válida por tratarse, precisamente, de una cuestión de perspectiva.

Así pues, y teniendo en cuenta que el ensayo queda inserto en un juego hermenéutico que admite la autocontradicción para esbozar escenarios o conclusiones aceptables, se entiende que las tensiones devengan paradojas, en el sentido en que hoy se definen, esto es, como “un círculo vicioso que implica interpretaciones, actos o indicaciones mutuamente excluyentes, que lo fuerzan a salir de ese círculo para construir una respuesta más satisfactoria y poderosa que abra hacia otras vías de solución del problema”. (136) En esta lógica, Liliana apunta algunas como

La paradoja de la representación que consiste en que el ensayo no está en lugar de un aspecto del mundo re-presentándolo, sino que es el proceso de representación el que destaca. O dicho de otra forma: “el ensayo produce y reproduce”. La paradoja del punto de vista, toda vez que “el ensayo remite así a la vez al mundo y a la mirada”. (137) La paradoja de la situación, puesto que “El ensayo articula un punto de vista de arranque, frecuentemente teñido por la presencia del autor, quien dota el texto del propio estilo deber y presentar las cosas, pero a la vez aspira a alcanzar un punto de llegada afín a una mirada general o incluso universal”. (138)

Asimismo tenemos la paradoja de la particularidad puesto que la generalidad se contempla desde la particularidad. La paradoja de la enunciación, toda vez que “la actividad conduce al texto y el texto remite a la actividad que lo construye”. (139) La paradoja del lector, quien es “al mismo tiempo un cómplice y un rival, un objeto a seducir y un antagonista a convencer” (140) ligada a la paradoja de la destinación, según la cual el ensayo termina por ser “una forma privada de vivir lo público y una forma pública de vivir lo privado”. Y por último la de la tipicidad, pues “Cada ensayo es un ejemplar que repite e imita el carácter exclusivo e inimitable del modelo”. (142)

Con todo lo dicho, estamos ya muy lejos de la definición compartida por muchos estudiantes universitarios para quienes el ensayo, dicen, “es una opinión, con mis palabras”. Aciertan en la dimensión subjetiva, pero pierden sacrifican toda la arquitectónica intelectual que garantiza una aproximación profunda al tema. Se ignora, pues que,

El ensayo mira, dice y evalúa, anuncia en el acto mismo de entender y entiende en el acto mismo de enunciar; al mirar crea un punto de vista que remite al mundo a la vez que al ojo que mira, de tal modo que es un él fundamental la subjetivización de la perspectiva y, más aún, el carácter ostensible con el que el sujeto transmite mucho más que una opinión o un punto de vista: presenta su propia y plena experiencia de mundo. (147)

Es una autoexposición que no termina con la escritura, demanda la lectura. Y en el mejor de los casos se convierte en diálogo. En aproximación en el sentido de que ensayista y lector se comparten la experiencia de ser intelectual y sentimentalmente prójimos, habitantes del mismo espacio vital, porque “El ensayo es la consumación estética del acto de entender y de leer el mundo”. (152) Esta dimensión dialógica se comprende mejor si consideramos que:

Quien participa en procesos comunicativos adopta una actitud performativa o realizadora, que a su vez lleva a adoptar una determinada disposición ante las pretensiones de validez (verdad, corrección normativa, sinceridad), que formula el hablante en espera de una respuesta afirmativa o negativa por parte del oyente. (155).

Desde luego, si la producción del ensayo es compleja, durante el proceso comunicativo el lector debe estar habituado a leer en varios niveles. Ha de estar dispuesto al diálogo, a confiar en “estilo libre, exploratorio, abierto” del autor.

La lectura del ensayo es una experiencia catártica y participativa de la cual salimos enriquecidos, mejorados, de modo tal que resulta a la vez profundamente ética y estética. La lectura del ensayo es además una experiencia límite en que lo nombrable colinda con lo innombrable, lo asible con lo inasible, lo legible con lo ilegible, y constituye uno de los encuentros humanos más intensos y perfectos, al que nunca podremos abarcar totalmente. (169)

Durante la última parte, Fronteras del ensayo, la autora propone un recorrido por las páginas de Jorge Luis Borges y Octavio Paz. Por su prosa llena de poesía y erudición, por su agudeza intelectual y la facilidad de palabra, en fin, por la obra ensayística de dos grandes. Con esto queda claro lo que es un ensayo y se demuestra que el ensayo es un género exigente. Mucho. Demasiado. A tal grado que para concluir se sugiere una última contradicción:

tal vez la mayor paradoja resulte en que buena parte de la crítica haya desconocido su complejidad y haya preferido pensarlo como superficialidad, ligero, errático, asistemático, no comprometido con la cosa, abierto temática y estilísticamente a cualquier impulso de una subjetividad caprichosa. Nada más alejado del ensayo que esto último: en su dimensión como poética del pensar, en su capacidad de ofrecernos nuevos miradores para entender el mundo, en su más profunda ley intelectiva, el ensayo se nos muestra como la más íntima forma de vivir lo social y la más pública de dar a conocer nuestro singular modo de sentir el mundo. (213)