martes, 1 de julio de 2008

Sobre los talleres de escritura

Los talleres de redacción que he coordinado en los últimos años han sido la oportunidad de conocer a estudiantes universitarios preocupados por no saber cómo iniciar su tesis, jubilados bien dispuestos para compartir generosamente su experiencia; jóvenes narradores y poetas esperando que alguien les confirme el valor de su escritura, profesores y profesoras de redacción en busca de estrategias para revertir los efectos del mensajero instantáneo y el celular, investigadores del SNI y alumnos de bachillerato, periodistas, amas de casa. Y entre más heterogéneos han sido los grupos, mejores los resultados.

Debo admitir, desde luego, que más de cinco participantes se han sentido defraudados en este lustro. Y es que en cada taller hay por lo menos un participante que quiere la receta infalible para no equivocarse o el truco para la redacción fecunda e impactante; o bien, el nostálgico de las memorizaciones que no se cansa de repetir que antes de p y b se escribe m pero termina siempre en extrañas “convinaciones”; y de cuando en cuando, se acerca también algún masoquista del lenguaje deseoso de que el mundo le señale públicamente sus errores. Casi lo olvido, también han llegado quienes confían en mejorar su redacción viendo como los otros mueven la pluma o acomodan los dedos sobre el teclado.

Los cambios se producen cuando los participantes descubren la relación que pueden establece entre ellos y el lenguaje. En ese sentido, me parecen muy claras las palabras de Silvia Adela Kohan en su Taller de escritura: el método. Un sistema de trabajo para escribir y hacer escribir (Barcelona, Alba editorial, 2004): “El taller de escritura pone en movimiento el deseo de escribir y el proceso de escritura.” Eso es lo valioso. Después de todo, si repetir planas y planas o memorizar reglas les sirviera, la mayoría de ellos no habría sentido la necesidad de incorporarse al grupo. Pero si antes no les sirvió, durante el taller, menos. No estoy diciendo que la corrección haya dejado de ser importante. Desde luego que lo es, y mucho. Pero, debe ser lo menos preocupante del proceso.

Por ello, estoy de acuerdo con Silvia Adela cuando afirma que “los talleres de escritura tienen al menos dos puntos en común: el rechazo de la escritura dependiente de las normas establecidas y el trabajo en grupo. Para los componentes del grupo, el taller constituye a menudo un momento privilegiado de la semana o del mes. Aunque las motivaciones no sean las mismas, todos, incluido el coordinador, comparten la alegría del encuentro.”

Desde luego, el taller no es un lugar para la exhibición. Por eso, no admito más arrogancia que la mía; ni me gustan los juicos morales (bien/mal) sobre los textos o sus autores. Por ello, a manera de homenaje a Sócrates, prefiero las preguntas que la censura y los taches. En fin, considero más útil que los participantes reconozcan que escribir no es un acto inocente, que asuman sus intenciones y que realicen sus objetivos con la palabra como instrumento infalible. Que escriban pensando en las características de su lector; que lean reconociendo los significados por su contexto y situación. En ese sentido, el taller es como dice Kohan: “un lugar de juego revelador” y “un territorio para la libertad.”

Sí. Hay muchas coincidencias con su método. Afortunadamente lo leí después de mi experiencia como coordinador, o moderador, o espectador. De no haber sido así, probablemente lo habría adoptado sin mayor variación, pero hay dos cosas que me alejan de ella. Primero, que yo no le pido a mis participantes que escriban bajo consigna, no les doy un tópico. Disfruto que escriban lo que se les ocurra, lo que les interese o estén dispuestos a compartir. Y segundo, que para ella, se debe escribir mientras sesiona el taller a fin de no caer en la tertulia. Yo creo que escribir en casa, o en la oficina o en el parque, es decir, fuera del espacio y el tiempo del taller, es más práctico y ofrece al participante una mayor libertad para explorar.

1 comentario:

  1. Pienso que el ejercicio de la escritura debe apoyarse en una buena oralidad (que se adquiere con hábitos de lectura) así, el alumno puede contextualizar situaciones y escribir coherente mente noticias, crónicas, historias, etc.

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