jueves, 31 de octubre de 2013

Desprovisto de palabras


When he breathed his last breath, it was he,
my father
Sharon Olds, The exact moment of his death

I

Alguien debería enseñarnos a escribir elegías porque tarde o temprano se necesitan. O leerlas con frecuencia para recordar que “nuestras vidas son los ríos / que van a dar en la mar”. Así pues, en los primeros años de nuestra vida deberíamos memorizar, por ejemplo, las coplas de Manrique desde el
Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
como pasa la vida,
como se viene la muerte
tan callando;
recitar, hasta el cansancio, del primer verso hasta el final…

Y convendría, quizá, tener como libro de cabecera un poemario de Jaime Sabines, un conjunto de versos para meditar como dicen que en otros tiempos se hacía, antes de dormir, con el mítico y legendario libro de Tomás de Kempis. Un golpe nocturno de poesía que nos salve: una palabra que trascienda el tiempo. Sería bueno, pues, leer “Algo sobre la muerte del mayor Sabines” porque
No lo sabemos bien, pero de pronto llega
un incesante aviso,
una escapada espada de la boca de dios
que cae y cae y cae lentamente.
Y he aquí que temblamos de miedo,
que nos ahoga el llanto contenido
que nos aprieta la garganta el miedo.
En fin, algo deberíamos aprender para decir cuando el momento llega, desde lo más nuestro, “¡Qué horrible es la orfandad”, como lo dice Federico Corral Vallejo (18).

II
Desprovisto de equipaje es el título del poemario que Federico Corral Vallejo acaba de publicar en Ediciones Sediento (México: 2013), un libro que se inserta en la tradición poética que contempla la muerte del padre y busca en la palabra sentido -ya para la muerte misma, ya a la supervivencia- a sabiendas de que –como dijera el existencialista cristiano- “en la muerte de las personas que amamos, experimentamos nuestra propia muerte”. No es extraño entonces que el poema “Más allá del dolor”, con el que inicia esta obra del poeta y ensayista nacido en Chihuahua, adopte como epígrafe los versos de Bonifaz Nuño “Nunca pensé que el amor / doliera tanto…” para escribir e inmediato
Nunca pensé
que la muerte de mi padre
me doliera tanto (11).
En efecto, el amor y la muerte a veces se confunden, precisamente porque duelen tanto.
III
En una especie de Anábasis y Anagnórisis, los poemas nos van llevando del deceso al descubrimiento, del fin al inalcanzable origen, pasando por la agonía. Retorno –éste- solo posible gracias a la fuerza creadora de la poesía. Revisión y reconstrucción es este recorrido que incluye por el recuento de los parientes que
Con la mirada vidrios
guardaron su orgullo
en su respectiva almohada
y dentro de sus ojos
el alma se acurrucó en silencio.
Golpe de recuerdo es cada verso sobre el funeral que se va poblando de imágenes y aromas:
rosas
dalias
margaritas
violetas
y azucenas
arco iris de sex-appeal
vistieron de luto
con sensuales escotes
y mini minifaldas (13).
Y cuando el sufrimiento llega a la cumbre irrumpe el humor negro, como el luto, grato como el bálsamo:
Nunca el adiós
fue más concupiscente. (13)
Breve pausa que devuelve entre el dolor la conciencia:
Algo bueno hizo mi padre
para no estar sólo [sic]
en el abismo del sepulcro. (16)
IV
“Esperando”, el segundo poema, se concentra en la proximidad de la muerte del padre: “enamorado saxofonista / compositor de corridos / y hacedor de hijos” (30). Y sus versos vibran hasta recrear ese momento en que el tiempo se estira y se encoje según extraños e inexplicables caprichos. Esa etapa en que todo pasa tan rápido y a la vez tan lento. Ese tiempo hueco, sin tiempo, donde la eternidad y la finitud se acarician. La vigilia en que uno quisiera que ocurra lo inesperado sin poder evitar el trago amargo. El poeta espera. ¿Pero qué espera? El milagro o una llamada que venga a negarlo.
V
Después del funeral, la muerte y la agonía, emerge el recuerdo a contraluz porque “la muerte / es un fósforo encendido” (38) y en ese destello la figura paterna se afianza:
Los ojos de mi padre
no gozaron de ningún privilegio
aún y cuando:
mi padre fue:
semental de pura sangre
gallo de pelea
y toro de lidia (38).
La contemplación alcanza el máximo cuando “palpita la vida en este verso / la muerte enmudece / y resucita la palabra” (39); sólo entonces el poeta puede realizar un ajuste de cuentas con su progenitor. “Siempre quise que mi padre / fuera mi héroe” escribe. Y luego apunta:
Ahora sólo quiero
que sus restos
maquillen el rostro
del mañana… (39)
VI
Se requiere de oficio, horas de lectura y largos ratos junto al escritorio, para dejar que la poesía encuentre su cause, para que las palabras hallen su ritmo, para atrapar las imágenes justo cuando saltan, para no perder el sentido y la fuerza… Más aún para indagar el misterio de la vida y su contraparte y llamar “lágrimas” a las lágrimas cuando son sólo eso y “escamas / en las peceras de mis pupilas” cuando hace falta la metáfora. Ya se sabe que no es sencillo hacer pasar lo difícil por fácil, pero Federico Corral Vallejo lo logra.
Su ausencia
es una línea leve
descalcificado hueso
buscando hacer tierra
con un trozo de carne… (46)
Y luego, escribe en otra parte:
El otoño prematuro
ha descargado sobre la tierra
todas las hojas muertas (51).
Siempre con simplicidad:
No entiendo por qué
cuando la gente expira
se vuelve un ángel de inmediato
basta que un puño de tierra
escriba el epitafio
y la balanza se incline al vo (52).
Yo tampoco lo sé, pero así es… Aunque viéndolo con calma, no se puede sacar agua limpia de un charco. Algo de divino, angelical y trascendente debe haber en cada quien.
Hacia el final de este ajuste de cuentas, encontramos poeta frente al límite. La poesía es –ya se sabe- revelación en el doble sentido: manifestación y descubrimiento por un lado, cubrir nuevamente un velo, por otro.
Sabes padre
la ausencia
también posee tu rostro
tras una máscara
que por razones impropias
la escritura calla. (64)
Justo ahí, en el límite, el autor da vuelta a la página, se presenta con su “Retrato escrito” y firma con un buen ánimo, lo cual siempre se agradece.
Hoy cumplo la edad de Cristo
treinta y tres veces he renacido
sabiendo que he de morir
Los mismos años
tengo
viviendo
conmigo
y aún no me conozco
[…]
Soy poeta
narciso y vagabundo
además de diabético
sufro dislexia soberbia egocentrismo
confirmo me llamo Federico
Corral Vallejo (70)
VII
Antes de concluir, vuelvo al tercer poema. Por este poemario se puede ir y venir, o viajar de atrás para adelante porque, a fin de cuentas, el en el principio está el fin y viceversa. Vuelvo porque estos versos han quedado girando en la tierra de los afectos.
Mis ojos todavía
guardan
las cuentas
las tablas
los cuentos
y las notas musicales
-lecciones-
con que mi padre
tarde a tarde
me atrapaba… (39-40)
Sin duda, la poesía y el dolor por la pérdida del padre hermanan.


Estas notas fueron leídas en la Casa del Escritor (Puebla) el 16 de octubre de 2013.

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