"En el enamoramiento y en el amor se manifiesta una buena porción de estupidez" escribe Patrick Süskind en su ensayo Sobre el amor y la muerte (México: Planeta, 2007). Y para muestra, recomienda volver a las cartas de amor escritas por uno mismo algunos años después: "A uno le parece casi incomprensible que un ser humano, aunque sólo sea medianamente inteligente, haya podido estar nunca en condiciones de sentir, pensar y escribir semejantes tonterías". (38) Y sin embargo, se sienten, se piensan, se escriben porque expresan la tensa relación entre Eros y Thánatos, en algún momento de la propia historia. Quizá por eso, quien ama con vehemencia y delirio piensa de forma profunda y recurrente en la muerte. Tanto se ha dicho al respecto que, en el prólogo a la edición española, Miguel Sáenz, apunta que "hace falta coraje para escribir sobre el amor y la muerte, y hace falta talento para decir algo nuevo al respecto". (XII)

¿Y qué decir de la consigna romántica según la cual, en nombre del amor vale la pena matar(se) o morir? Es comprensible.
Se entiende. Se entienden ambas posiciones: la que busca la muerte como única liberación posible de la insoportable pena de amor, y la, igualmente caballeresca, que acepta la muerte como riesgo necesario en la persecución del objeto erótico, sobre todo en tiempos y crisis en que puñales y pistolas estaban a la orden del día. (51)
La pasión amorosa y el abismo mortal están íntimamente ligados. Eros y Thánatos son dos caras de la misma moneda. No es extraño que "la lengua francesa [produjera] el concepto de la petite morte como sinónimo del orgasmo" (53) o que "Kleist, en sus últimas cartas, con el suicidio claramente a la vista, estallaba literalmente de alegría y excitación erótica". (54) Ejemplos literarios y literales de la relación Amor/muerte abundan, no sin variantes:
y donde Kleist abre heridas, excita y se comporta estridentemente, Goethe nos arrulla con su plenitud de armonías y su aire de serena sabiduría de la edad, para apartarnos de la terrible fascinación que, como a Kleist, le preocupa: la nostalgia erótica de la muerte. (63)
De los ejemplos cotidianos e históricos, pasa Süskind a los literarios, sin perder de vista las repercusiones que han tenido la mitología, la vida/muerte y la literatura en la cultura occidental. Nos lleva de la Salomé de Wilde a las cuitas del joven Werther, De Tristán a Isolda al Banquete de Platón. Hasta situarnos "al comienzo de la historia de los que no quieren aceptar la muerte a causa del amor" (68). Nos presenta pues a Orfeo, "sin lugar a dudas, el hombre más completo". (98) De forma breve se resume y comenta el mito de quien movido por su amor y gracias al "poder de su arte" logró descender al inframundo para rescatar a su joven esposa, muerta a causa de una mordida de serpiente. (69) No es extraño que en este punto se le compare con Jesús, quien rescata de la muerte a su amigo Lázaro. Orfeo y Jesús comparten el título de Buan pastor, tuvieron una muerta por demás cruel, desafiaron a la otra vida, sí, aunque el paralelo es inexacto, desde luego:
el descenso de Orfeo al submundo no debe interpretarse en modo alguno como una empresa suicida –no era Werther, ni Kleist, ni mucho menos Tristán-, sino como una empresa sin duda arriesgada, pero totalmente orientada a la vida y que incluso lucha desesperadamente por la vida… (81)
Jesús afrontó la muerte para salvar al mundo, Orfeo, para rescatar a la mujer amada (Cfr. 88).Uno contaba con el apoyo del Padre, el otro no tenía sino sus propios medios: "su lira, su voz y su lastimera canción". Con ello argumenta y logra que le devuelvan a Eurídice, con la sabida condición de no mirar hacia atrás (donde camina ella) hasta estar seguros en la tierra de los vivos.
Y, en la euforia de su dicha, se pone otra vez a cantar, naturalmente no una canción lastimera esta vez, sino un himno jubiloso a la vida, a Eurídice. Y se embriaga tanto con la belleza de su propio canto que subestima el peligro a que está expuesta aún su empresa, quizá no le va ya… porque el peligro viene de él mismo. (90)
El desenlace, de sobra conocido, "nos conmueve hasta hoy –dice el ensayista- porque es la historia de un fracaso". (95) En ese sentido y en términos de Eros/Thánatos, Jesús, "tal vez fuera realmente sólo un dios", mientras que Orfeo se nos revela plenamente humano.