miércoles, 22 de junio de 2011

El espejo en que uno se refleja


A Alfredo Godínez, 
mucho tiempo después.

Por cielo, mar y tierra de Ximena Sánchez Echenique (México, Tusquets, 2010) es una novela de viaje en el espacio y en el tiempo en la que se entrelazan tres historias: la de un anciano octogenario que viaja en el Ypiranga hacia el Viejo Mundo, allá por 1911, supongo; la de Fredy, conocido por sus amigos como “El negro”, un afortunado joven que ha obtenido una beca para estudiar el doctorado en el Viejo Mundo; y la de Benigno “Pelos negros. Pelos parados. Pelos de puerco espín” (49), para quien la única esperanza de futuro está en el Otro lado.

Tres historias en las que el destino de los personajes esboza el sueño y el desencanto de muchos mexicanos porque ya se sabe que “Cómo México no hay dos” y “¡Viva México!”, pero ya vámonos que aquí no hay trabajo y cuando hay está mal pagado, que aquí la educación es un fracaso y es mejor estudiar en el extranjero, que es más vale el destierro que el encierro o el entierro… Vámonos aunque luego necesitemos un tequila para espantar la nostalgia mientras el mariachi canta la Canción mixteca o el Cielito lindo… Debo confesar que ya estoy extrapolando, porque los personajes no parten de los Estados Unidos Mexicanos sino de la Nueva República.

Tres historias que se entrelazan y coinciden en el viaje como metáfora. Por todos los medios estos personajes se alejan de la tierra en que está enterrado su ombligo. En avión, “El negro”; en barco, el anciano en quien el lector reconoce a Porfirio Díaz; en autobús, el autóctono Benigno. Por cielo, mar y tierra, según la época y las circunstancias. Aunque, también es preciso decirlo, el interés del relato no está en el periplo sino en la despedida: ese instante en que se produce el insight, como golpe de certeza, como un destello de conciencia, la “caída del veinte”, el terrible descubrimiento de que nada volverá a ser como antes. Y acaso por ello, las tres historias comienzan con un adiós.

Ahora bien, así como la novela va y viene entre dos épocas que enmarcan un siglo en el que ha pasado mucho pero en esencia no ha pasado nada, pueden proponerse también dos niveles de lectura: superficie y fondo. El de la anécdota que habré de resumir más adelante y el de la pregunta por nuestra identidad ya que entre líneas se advierten las huellas de un personaje cuya presencia se advierte pero nunca se menciona: Tezcatlipoca, señor del Cielo y de la Tierra (o más bien, del Cielo, Mar y Tierra). El destino nos devuelve inexorablemente al origen. Somos nuestras raíces parece decirnos la narradora entre líneas. Independientemente de las circunstancias socioeconómicas, heredamos una cosmovisión anclada en los antiguos mitos. Saberlo o ignóralo no implica diferencia puesto que no puede faltar el omnipresente, fuerte e invisible, el mismo que en cualquier instante revela nuestra grandeza y nuestra miseria, como dijera Ximena Sánchez Echenique, “el espejo humeante se volvió transparente y ahí nos vemos reflejados” (127).


Pero en el otro nivel, el más inmediato, el narrativo, se nos presenta a un viejo general, héroe de guerra, electo sucesivamente para gobernar tres décadas, hombre del pueblo que luchó contra los franceses en Puebla y terminó afrancesando a la gran ciudad, o sea, todo un Porfirio Díaz de ficción. “El maldito dictador” al que mostrificaron discursivamente los gobiernos postrevolucionarios, hasta que dejó de ser necesario maldecirlo, hasta que dejó de ser mal visto,  que se descubrió que era sólo “un hombre de su tiempo”. Y de hecho, no tan equivocado si pensamos que los políticos de hoy están reconsiderando la reelección (contra la que ideológicamente se opuso Francisco I. Madero, prócer independentista) porque permitiría la y la aprobación o reprobación de la gestión pública por parte de los electores, por un lado, y la profesionalización de los representantes populares, por otro. De modo que cien años después, parece que el pueblo ignorante y revoltoso estaba equivocado. En fin, un personaje histórico y también literario con claroscuros al que la autora encara, sin escribir ni una sola vez su nombre, de tú a tú, en un impostergable ajuste de cuentas.

Conocemos a un joven egresado de la Ibero, hijo de un abogado que trabaja en la Secretaría de hacienda y que vive en una colonia que bien pudiera ser la Condesa, donde “en lugar de hijos, los perros se parecen a sus dueños”, a tal grado que el lector apoyado en la intertextualidad pudiera imaginar a Fernando Vallejo caminando con su legendaria perra Bruja, por la calle Ámsterdam. Un chavo para quien “sólo un bruto se quedaría a vivir en la Nueva República si pudiera largarse a otra parte” (19), y es lógico porque en la Nueva República, que no México (ya se dijo), es un país donde “[a] un niño de ocho años pueden atropellarlo, secuestrarlo, ultrajarlo” (32) sin problemas

Y no podía faltar, acaso para establecer el contraste, un personaje de raíces indígenas, Benigno, cándido como su nombre, con su mujer embarazada y una hija, “Maite [de] cinco años y aunque apenas sabe contar del uno al veinte, es presumida y aguantadora como cualquier mujer” (40). Una niña malhablada porque su abuelo le ha enseñado ya que “tiene que acostumbrarse a que le hablen a maldiciones para no sentir feo cuando llegue al Otro Lado”, porque “allá nos hablan a chingadazos” (50), dice.

Aparecen junto a estos tres personajes principales los llamados secundarios y ambientales: familiares, el vagabundo “dueño de cuatro perros, [que] se alimenta de las sobras de las taquerías cercanas” (35), los coyotes y polleros, así como Ariosto, “un hombre de casi dos metros de estatura […] con la cara escoriada por la varicela” (44) que pudiera identificarse como contrabandista, si no como narcotraficante “y así” –como dicen ahora los jóvenes- hasta crear una atmósfera que refleja la incomodidad social y el deseo de no permanecer para siempre ahí. Demos pues la vuelta a la página y sigamos.

Página tras página predomina un tono nostálgico narrada en segunda persona: “Sí, Benigno”, le habla la narradora al personaje con la voz del oráculo, con la sensibilidad y la prudencia de una mujer: “Tal vez ésta sea la última vez que la veas así” (51). Sí. Cuando uno se despide se pone paternal o maternal, sentimental, romántico o cachondo. Cuando uno se despide brota lo cursi, se toma conciencia de que uno tiene algo de naco. Cuando uno se despide se amontonan los recuerdos y hasta los anuncios publicitarios empiezan a verse de modo distinto… Pero también se esboza un margen para el humor, un tiempo liminal para anestesiar el desgarre y la ruptura. Así, en la fiesta de despedida de Fredy, al hablar con uno de sus amigos dice: “Sí, qué ganas dan de hacer algo bueno por el país” aunque con cara de “lástima-que-me-voy-el-lunes”. Un humor que se oscurece hasta el negro más negro ya que, al parecer, lo único bueno que se puede hacer por la Nueva República es abandonarla.

Con habilidad y maestría para jugar con el lenguaje, dueña de una voz y un estilo imponente, manteniendo en todo momento la tensión narrativa y a tono con la estética de nuestro tiempo, donde no podía faltar la mixtura de géneros, Ximena nos guía con amabilidad y buen ritmo por una geografía inexistente en un viaje hacia el Otro lado, que no los United States, y hacia el Viejo Mundo, más nostalgia que Europa. Inexistente por más que su mapa “semeja un cuerno de la abundancia” (51). Inexistente porque “la Nueva República es una mera ficción” (144). O virtual, como todo lo que uno encuentra en el espejo.

Y así, mientras el lector se dirige, página tras página, hacia el desenlace de las tres historias, encuentra reflexiones ensayísticas que indagan en las sutiles distinciones entre el objeto y la cosa, la confrontación de la historia con la memoria, y el eco de poemas tan bellos como ajenos, sin arriesgar la coherencia y la convicción de que “El mundo es un lugar triste”. Tan triste, sorpresivo e inmisericorde como el final.

jueves, 5 de mayo de 2011

Hablar del blog

Mientras hay quienes ya cantan el agotamiento de la blogosfera, a causa de las redes sociales; yo creo que en el ámbito educativo no se ha explotado aún –en términos generales- todo el potencial de las bitácoras electrónicas, weblogs o blogs, como prefiera llamarles. Otro tanto podría decirse del trabajo colaborativo empleando Wikis. Ambas, herramientas de la llamada Web 2.0, término acuñado en 2004 por Dale Dougherty.


Y viene al cuento la anécdota: No hace mucho, en una reunión de trabajo, una profesora comentaba que dio a sus alumnos la opción de entregar los informes finales ya impresos, ya publicados en la red. Para su sorpresa, sólo una alumna realizó la entrega virtualmente. “¿No que son la Generación.Net?”, preguntó. “¿No que toman un curso en el que les enseñan el uso de las TICs?”, reclamaba. En ese momento, le respondí a mi colega que si quería ver los trabajos de sus alumnos en internet, sería conveniente que no les diera otra opción.
Varias cosas vale la pena aclarar. Por ejemplo, 1) que si bien cronológicamente la edad de sus alumnos corresponde a la de la Generación.Net, algunos de ellos crecieron y viven en condiciones de extrema pobreza digital. 2) Que hablar de TICs es referirse a Tecnologías de la información y de la comunicación (dos cosas) y sus alumnos toman un curso que los capacita para el uso de la tecnología, de la información y de la comunicación (tres cosas); suponer que se trata de lo mismo es un germen de confusión. 3) Que la red es más que un soporte. 4) Que si quiere que sus alumnos utilicen los blogs, debe darse a la tarea de crear una comunidad virtual. 5) Que si una característica de la web 2.0 es la producción de contenidos por parte de los usuarios, debe procurar que sus alumnos sean constructores de conocimiento y no sólo receptores de sus enseñanzas… En fin, tal vez sea conveniente empezar aclarando que es un blog.


En la Introducción de su libro, Blogs. Escriba sus comentarios, cuente sus crónicas y compártalos con su propia comunidad virtual de la colección Ciudadan@ de internet (México: Alfaomega, 2008), Rafael Chamorro Marín, recuerda que al inicio, los weblogs “se concibieron como sistemas estructurados en internet que permitían sencillamente a cualquier persona la publicación de información personal” y que se han desarrollado de tal manera que llegan a competir “contra los medios convencionales establecidos: prensa, radio y televisión” (XI). Luego, a lo largo de siete capítulos recorre el fenómeno de los blogs, explica cómo crearlos, señala la importancia de la sindicación para leer blogs, profundiza el concepto de Web2.0 y concluye con una prospectiva.
Una vez revisada la definición de blog disponible en Wikipedia, y habiendo señalado sus principales rasgos, Chamorro Marín recapitula y escribe que “un blog es un espacio personal en la web, donde se publica de forma cronológica inversa, es decir lo más reciente es lo que está más arriba en pantalla, comentarios sobre algún tema y los lectores pueden dejar comentarios” (7). Luego, pasa a las recomendaciones ya que –es sabido- muchos blogs no pasan del primer post. De ahí que para un bloguero sean indispensables la constancia, la especialización y, en cierta medida, la promoción. Acto seguido, se remite a sendas listas de consejos, una de Joi Ito y otra tomada de Microsiervos con doce consejos adoptados de Piearas Kelly. La primera lista es breve y simpática. El primer punto es contundente: “Probablemente seas estúpido” dice, aunque luego lo matiza: “Bueno, tal vez no estúpido, pero como mínimo ignorante”. Y en consecuencia, viene la sugerencia: “sé humilde y no intentes escribir cosas concluyentemente sabias. Empieza discusiones en las que alguien más listo que tú pueda intervenir fácilmente” (12). El segundo punto sigue la misma línea: “Necesitas ayuda para pensar”, lo cual recuerda que el conocimiento es social. El siguiente punto reclama la toma de partido. Luego viene la importancia de los vínculos, al grito de “Vincula todo lo que puedas. Trata de participar en la conversación, en lugar de pontificar” y por último:


Escribe pronto, escribe mucho. No esperes a que tus ideas estén maduras o completas. Cuando sientas algo de inspiración, sácala por la puerta rápidamente, después ya actualizarás la entrada o escribirás otras a medida que la historia se desarrolla. (13)


En el segundo capítulo, se explica cómo crear un blog. En ese sentido, el libro Blogs desde cero. ¡Publique y difunda sus ideas online! de Fernando Casale, publicado por Users (Buenos Aires: 2010), está –lógicamente- más actualizado. Ambos consideran Blogger y Wordpress como las principales opciones, insistiendo en la facilidad para crearlos. En el primer caso hay que acceder a Blogger y crear una cuenta de Google (empresa propietaria), elegir del nombre y seleccionar una dirección URL y seleccionar una plantilla. Tan fácil como llenar formularios y elegir opciones.  Concluido el registro con éxito, se accede a un panel de control con diversas pestañas: Creación de entradas, comentarios, configuración, diseño, con ayuda de las cuales podemos gestionar nuestra información.


En Wordpress, el proceso de creación y de administración es similar. Habrá que dirigirse a la dirección http://wordpress.com, elegir el idioma y crear una cuenta. En el mismo formulario se elige la dirección URL. Y luego se elige una plantilla. Desde el escritorio, podrá gestionarse la información.


Como podernos ver, el problema no está en la creación del espacio, sino en la gestión periódica del mismo, el valor de los contenidos, la calidad de las referencias y vínculos que se establecen, así como la interacción con otros cibernautas. Al respecto, Chamorro Marín, apunta que: “Los comentarios normalmente son una de las tareas diarias de un blog que puede dar más trabajo y es obligatorio, si queremos que nuestro blog sea reconocido, el contestarlos y tenerlos al día” (55). Por su parte, Casale no pierde la oportunidad para decirnos que “si nuestro contenido resulta atractivo para otras personas, veremos cómo el blog incrementa sus visitas y comentarios a lo largo del tiempo”. De este modo, continúa: “Si nos tomamos en serio la tarea de bloguear, un par de años después tendremos un pequeño medio de comunicación con miles de lectores que cada día se conectan con nosotros para ver qué tenemos que decir o mostrar”. Y en ese caso, lo mejor es no depender de sitios gratuitos. Llegado a este punto, lo recomendable es hacerse de un dominio, contratar un proveedor de hosting e instalar una plataforma como el mismo Wordpress (proceso que se describe minuciosamente en la segunda parte del libro Blogs desde cero. Otra opción es, desde luego, Joomla.


Pero volvamos al libro de Rafael Chamorro. En el capítulo 4 se habla de la RSS (acrónimo originalmente de Rich Site Sumary y hoy de Really Simple Sindication), que es el equivalente de “Seguir un blog”. En otras palabras: “El objetivo del RSS o de la sindicación es no tener que estar pendiente de cuando un sitio se actualiza o cambia de contenido” (61). Cuando uno se suscribe a un sitio, gracias a la sindicación se detectará los cambios, mismos que pueden ser consultados desde sitios diferentes al blog como FeedReader, Bloglines y GoogleReader (69) Luego, en el capítulo 5 se mencionan las herramientas especializadas para el trabajo con blogs, como los siempre útiles buscadores como el Blogsearch, servicios de estadísticas y ranking de blogs


En los tres últimos capítulos del libro Blogs. Escriba sus comentarios, cuente sus crónicas y compártalos con su propia comunidad virtual, se retoman las posibilidades de la Web 2.O bajo el título “La inteligencia colaborativa”, insistiendo en que lo fundamental es la transformación del usuario pasivo en un protagonista de la red que: 1) aprovechando la interconexión de computadoras crea comunidades, 2) donde se informa a través de diversos medios pero “también crea los suyos y sube igualmente”, porque sabe que “entre todos se puede conseguir más que con una élite de informados”. (99) Se mencionan otras herramientas que no sólo personalizan sino que le dan vida a los blogs, como los repositorios de fotos y videos, marcadores de sitios web, los microblogs y wikis. Y se trazan líneas de futuro como los videoblogs y los podcast.

martes, 12 de abril de 2011

Volver a narrar la gran promesa

No hace mucho leí en un texto de Jesús González Requena y Amaya Ortiz de Zárate, titulado El espot publicitario, las metamorfosis del deseo (Barcelona: Cátedra, 2007), que en aras de la seducción, la publicidad ha perdido su carácter narrativo. Tal es la mutación en la estructura discursiva que ahora ya no sólo consumimos los productos anunciados: somos consumidores de anuncios. Sus ideas me hicieron recordar la vieja Guía del redactor publicitario. Método para el análisis y la creación de Manuel Cerezo (Barcelona: Octaedro, 1992).

A sabiendas de que vivimos en un mundo deslumbrado por la novedad y con plena conciencia de mi atrevimiento, voy a desempolvarla para revisar con nostalgia algunos capítulos como “La redacción de argumentos publicitarios”, “Unos eslóganes poéticos” y “Unos argumentos éticos”… De González Requena y Ortiz de Zárate hablaré en otra ocasión (de modo que los entrecomillados corresponden, invariablemente, a la Guía…).

Cerezo tenía claro que los mensajes se orientan a “la venta de productos”, aunque no son ajenos a “la difusión de ideas y la adopción de hábitos o conductas”. (8) Pero, sobre todo que -nada nuevo bajo el sol- “El lenguaje de la publicidad es el lenguaje del deseo”, y por ende todos los elementos discursivos confluyen en un acto pragmático consistente en la “gran promesa”. Y esto es precisamente lo que se ha perdido según González Requena y compañía: ahora el anuncio mismo es la tierra prometida. Ya no cabe, ya no importa la apelación del tipo: “esto es lo que tú deseas, sueñas o quisieras tener, cómpralo pues”. (11) Hemos perdido la distancia. Antes, el mensaje se refería a
un producto, marca o idea (denotación) que constituye el significante de un segundo mensaje (connotación) el cual elogia la excelencia del producto, realizado por los mismos procedimientos de la poesía: figuras retóricas, juegos de palabras, signos dobles, etc. Este lenguaje seduce sin convencer, pero por su poder puede determinar la compra del producto. (11)
Y son, precisamente, esos procedimientos de la poesía los que posibilitaban el anuncio publicitario como relato. De ahí que sean rescatables ya para comprender el proceso histórico de la publicidad, ya para escapar de la imagen delirante. Hay que admitir, desde luego, que algunos recursos son planteados y explicados de manera muy rudimentaria (es una guía, no debe olvidarse el dato), como cuando se equipara el diseño de una campaña con las cuatro fases de la oratoria o la retórica clásica, a saber:
a) Invención (inventio) o recopilación de los hechos sobre el mercado, la empresa, los consumidores, la imagen de la marca, etc.;
b) la disposición (dispositio) de los materiales o ideas recopiladas en un plan estratégico de actuación, semejante al plan del discurso de los oradores clásicos;
c) la elocución (elocutio) o creación de los mensajes propiamente dichos;
d) la acción (actio) o puesta en funcionamiento de la campaña diseñada. (18)
El punto de contacto está en el carácter persuasivo de ambos. De los anuncios no se espera sólo que gusten, que conmuevan o convenzan; es preciso que muevan a la acción. No es extraño entonces que se recurra “a efectos de sorpresa, para conseguir que éstos alcancen la memoria a corto plazo, y de la sugestión, para lograr que se almacenen en la memoria a largo plazo”. (20) Y digo que no es extraño porque los productos, salvo estrictas novedades, son conocidos y serán reclamados por el público en la medida en que sean vistos como algo inesperado.

A esta renovación de expectativas contribuye el lema publicitario, una frase breves pero elocuente que expresa “la promesa que se hace al consumidor” y que atrae en la medida en que enuncia “algún deseo, latente o patente, del consumidor. (28) Pero, no basta una frase afortunada. Hay que reforzar el eslogan con un proceso argumentativo. “Los argumentos en publicidad tienen como función convencer de la veracidad de lo enunciado y dar solidez a la elección que se solicita. Apelan tanto a razonamientos lógicos como a despertar vivencias y emociones”. Es importante tener presente que “el consumidor necesita que lo convenzan para autojustificar su inversión” (30), y este convencimiento puede ser racional o emotivo. La secuencia argumentativa constituye el discurso publicitario, que Cerezo, siguiendo La comunicación activa. Publicidad sólida de Moliné (Bilbao: Ed. Dusto, 1988) resume en seis fases:
1. Promesa de beneficio, expuesta en el eslogan.
2. Descripción del producto o servicio que se oferta, destacando los aspectos más sobresalientes.
3. Prueba que confirma lo prometido o testimonio que ratifica el aserto publicitario.
4. Enunciación de lo que se perdería de no aceptar la oferta.
5. Otros beneficios accesorios, regalos, facilidades de pago, precio de ocasión, etc.
6. Razones para actuar inmediatamente, por oferta limitada o plazo de caducidad de la misma. (30)
Ahora bien, al momento de diseñar un eslogan o proponer argumentos, la publicidad puede incluir elementos líricos o dramáticos, aunque su “utilización no se hace por afán literario, sino para dar a sus mensajes eficacia y capacidad de penetración en la mente del público”. (33) Dicho de otra manera, la publicidad no busca la belleza, sino las ventas; su fin no es estético, sino comercial. Pero el código poético le confiere eficacia. En ese sentido, es importante que la Guía… incluya una serie de figuras retóricas de uso frecuente en la publicidad, mismas que agrupa en tres categorías: Figuras retóricas pragmáticas, figuras retóricas sintácticas y figuras retóricas semánticas.





Es el uso adecuado de las figuras retóricas el que contribuye a la pregnancia spot publicitario, esto es “el impacto de la eficacia de los mensajes”. Se dice, pues, que un anuncio es pregnante si “cumple una triple función: gusta, provoca el deseo y es recordado con facilidad”. (47) En todo caso, la publicidad, como actividad social, debe ser respetuosa y actuar en un marco legal.




La segunda parte de la Guía está dedicada a la creación publicitaria, como tal. Y aquí ofrece algunas pautas para la invención de lemas publicitarios a través de hipérboles y otros “procedimientos para hacer ponderaciones superlativas”, estrategias para generar “extrañamiento”, que no es otra cosa que “yuxtaponer dos palabras de campos semánticos diferentes” o recurrir a la “sinestesia” (61), ocupar un adjetivo como adverbio, y sobre todo, emplear los verbos en imperativo (62) En cuanto a la redacción de argumentos publicitarios, Cerezo recuerda que
El discurso publicitario utiliza unas claves de estilo: desenfadado, coloquial, humorístico, poético, tecnológico, etc., para convencer de las excelencias de un producto. La elección del mismo está en función del tipo de producto y del tono de la campaña. Los argumentos publicitarios pueden ser amplios o escuetos, tienen un tono cálido y emotivo o presuntamente lógico, cultural o histórico e incluso literario. (64)

En cuanto a la creación de campañas, se apunta que “la publicidad es un dominio interdisciplinario que continuamente va recogiendo nuevas aportaciones de los descubrimientos que se hacen en diversas ciencias”, de modo que no deberían estar ausentes las tendencias artísticas y los argumentos éticos. Algunos años después, Manuel Cerezo transformó su Guía en un Taller de publicidad (Barcelona: Octaedro, 2006), con el mismo aparato ideológico, e incluso algunos ejemplos comunes.

Quizá, reconsiderando la utilidad y pertinencia de los diversos recursos discursivos, aún sea posible volver a narrar con sentido ético y crítico las grandes promesas. Quizá.

martes, 22 de marzo de 2011

De oratoria

Apunta Salvador Munguía en la “Introducción” de su Manual de oratoria (México: Limusa-Universidad Anáhuac A. C. 2006) que éste viejo arte liberal mantiene su vigencia en “la política, el foro judicial, la enseñanza, el comercio y hasta [en] el amor”, ya que “la palabra hablada es la herramienta mágica que abre caminos, mentes, voluntades y corazones”. (7) En este sentido, su cultivo en el ámbito académico resulta indispensable puesto que contribuye a dominar el discurso propio de las diversas áreas de conocimiento, posibilita el desarrollo humanista y fomenta la participación social. Sin duda, acierta cuando dice que “Bien haría a nuestra sociedad una emergente generación de jóvenes profesionistas, cultos y responsables, que además [sean] ‘elocuentes’”. (9)

Luego pasa, en el primer capítulo, a esbozar una Teoría fundamental de la oratoria, a la que se define como “el arte de conmover, convencer y persuadir por medio de la palabra hablada” (11), dejando claro de inicio que debe tender a la belleza, misma que no ha de conquistarse sin ejercicio. El orador requiere de “un conocimiento profundo del alma humana” para cautivar además de “una fuerza mental y un criterio personal completamente formado” para convencer. Y en última instancia un entusiasmo capaz de mover la voluntad ajena hacia la acción deseada. Así pues, y dado que el éxito o fracaso pasa por la oralidad, conviene recordar que “La mediocridad en el manejo del lenguaje es una limitación fundamental que, a lo largo de la vida, produce otras tantas limitaciones”. (13)

Subgéneros oratorios. (Cfr.Munguía, 2006:13-19)

La técnica y procedimiento de la oratoria se presenta al final del capítulo y se desarrolla en los siguientes. Así, en el capítulo II se aborda la estructura del discurso siguiendo de cerca a las enseñanzas de Quintiliano, retor romano del primer siglo de nuestra era, autor de Institutio oratoria.

Tipos de exordio. (Cfr. Munguía, 2006:22)

Según él, un discurso se compone de a) exordio, cuyo “objeto disponer del á niño de los oyentes” (21), b) narración o presentación –clara, breve y verosímil- de hechos fundamentales, c) digresiones o “paso[s] fuera de la ruta”, d) la proposición o presentación del objetivo que persigue el orador, e) división o segmentación para facilitar el razonamiento, f) argumentación,

que es “la parte más importante del discurso” y “consiste en la demostración con argumentos o pruebas de la proposición o tesis del discurso” (24), g) confirmación, porque no se trata solamente de demostrar, “sino de convencer a algunos hombres de que ‘mi idea’ es mejor o más interesante y llevarlos a la práctica de ella” (25), h) refutación o anticipación de los argumentos en contra o posibles objeciones y i) peroración, que consiste en
una recapitulación de todo el discurso que tiene por objeto final el remate definitivo del convencimiento o persuasión del auditorio. Para ello hay que recordar las ideas más vigorosas, brillantes y convincentes. (26)
En cuanto a la elaboración del discurso, se recomienda seguir una serie de etapas, a saber: invención, disposición y elocución. En otras palabras, primero hay que generar y anotar las ideas principales, luego deben organizarse y, por último, aclararse. Este proceso se enriquece, desde luego con la lectura y la escritura, prácticas ampliamente recomendadas por Munguía. Y aquí me permito una breve digresión: Un lector experto, habituado a la lectura selectiva, crítica, comprensiva e interpretativa tendrá mayor facilidad para el acopio de información que un lector inexperto. Así mismo, un redactor que por sistema recurre a la preescritura, escritura y corrección de textos, estará mejor dispuesto que quien pretende escribir un buen texto, a la primera y sin revisión. Pero volviendo al planteamiento de Salvador Munguía, para lograr la elocución se requieren claridad (uso apropiado de las palabras) y ornato, cuya finalidad es conferir mayor atractivo al lector. Pues bien, aquí una lista de las cosas que se deben evitar:
Cacofonía. Es el vicio de la malsonancia de las palabras, por repetición de sílabas o por fealdad de ciertos vocablos.
Omoiología. Se realiza cuando la oración va en un mismo tono sin variar, lo cual crea aburrimiento y fastidio.
Macrología. Consiste en hacer un rodeo exagerado y mayor de lo que conviene.
Pleonasmo. Consiste en redundar exageradamente una idea [...]
Periergia. Es el cuidado nimio y exagerado en afinar las palabras, por lo cual resulta un lenguaje demasiado atildado.
Cacocelón. En general, consiste en la afectación que se puede interpretar como hinchazón, redundancia, adorno superfluo, etcétera. (32-33)
El proceso de elaboración continúa con la composición o redacción, y se nutre con la facilidad de palabra, la imitación (esa cosa que hoy se prefiere llamar modelado) y culmina con la pronunciación del discurso, etapa en donde cobran relevancia la declamación, el ademán, la memoria y la improvisación. Cabe señalar que este manual concluye cada capítulo con una práctica.

En el capítulo relacionado con la pronunciación del discurso sugiere realizar ensayos frente al espejo, grabar el discurso e improvisar temas.

Hay un capítulo que ofrece una serie de recursos para alcanzar la “perfección” en la oratoria, esto es, para detonar la pasión (en griego pathos) y la fuerza (en latín vis). Entre estos recursos se mencionan y explican los afectos, el humor y la ironía, la altercación, los tropos y otras figuras. No podía faltar un capítulo dedicado a los oradores por antonomasia, Demóstenes y Cicerón. Ni podían estar ausentes los ejemplos.

Es pues recomendable este Manual de Oratoria como tal. No ha de esperar el lector un tratado exhaustivo ni un compendio de recetas para ganar concursos. Nada más alejado de las fórmulas de la Programación Neurolingüística y los principios del lenguaje corporal. Se trata de una inducción a la práctica oratoria, un recordatorio de los elementos y condiciones básicos para su práctica, casi una lista de cotejo. Un prontuario de nociones clave... Los descuidos de edición se compensan con la generosidad del autor, quien eligió remitirse a los clásicos en lugar de hacer referencia a las nuevas teorías de la comunicación y las formas acartonadas a las que nos han acostumbrado los medios masivos de comunicación. Se trata de un regreso a las fuentes. Una vuelta al origen. Un viaje que no está de más.

domingo, 20 de febrero de 2011

Apuntes sobre la elaboración de un guion



En su libro El guión y sus formatos. Una guía práctica Alejandro Herrera Espinosa (México: UIA, 2010) nos recuerda la importancia que tiene el guión para la producción para la producción radiofónica, cinematográfica y televisiva.  

El guión, así lo escribe: con tilde. Y es que aunque finalmente el Diccionario de la Real Academia Española ha incluido esta forma en virtud del uso generalizado, vale la pena recordar que la forma culta es guion ya que se trata de un monosílabo (la u no suena e io es un diptongo creciente) y en español no se tildan los monosílabos, salvo los casos en que se impone el acento diacrítico. En fin, el guión, ese texto en el que se organizan y plasman los contenidos y las directrices de una idea creativa cumple una doble función: “Por un lado, su trama y estructura están destinadas al receptor final, al espectador, pero por el toro, su forma y lenguaje están dirigidos al realizador “de modo que resulta indispensable dominar un mínimo de convenciones “para que los realizadores trabajen eficazmente”. (9)

El guión hace las veces del plano arquitectónico: no es la obra pero muestra cómo será aún sujeta a modificaciones. Y no hace falta decir que todo el equipo debe conocer lo que cada elemento representa. Así pues,
En estricta teoría, la producción no debe iniciar hasta que el guión haya sido perfeccionado, liberando a los realizadores para concentrarse en los aspectos formales del proyecto. La atención que el guionista preste no sólo a sus responsabilidades directas, como estructura, premisa, dramática y caracterización, sino a los aspectos logísticos de producción, son fundamentales para segura la realización exitosa del proyecto. (10)
Con el guión se inicia el proceso.

Veamos el Formato para guión radiofónico (80-20) para tener clara la utilidad de esta guía. Comienza Alejandro Herrera Espinosa esbozando una definición del tipo
un guión profesional está diseñado para su fácil lectura y distribución. Aunque puede haber variaciones en terminología y redacción, los lineamientos que a continuación se presentan son la base formal del guión radiofónico, también denominado “80-20” por su distribución y debe respetarse en la medida de lo posible. (13)
Luego ofrece las Generalidades o características señalando que “el primer requisito para un guión es que permita a los productores calcular la duración del programa”. Con este formato un par de páginas se leen en aproximadamente en un minuto. El papel debe ser blanco, tamaño carta. Letra arial 12 puntos. Una  pulgada de margen en cada lado y “las páginas siempre se numeran en el extremo superior derecho a 1 cm (.39 pulgadas) del margen de la hoja” (14). Esto favorece la lectura.

Siguiendo con las generalidades, “en la parte superior de la primera página se centra el título del programa y  se escribe en MAYÚSCULAS”. Los subtítulos “se escriben entre comillas y en “Altas y Bajas” 14. El nombre del autor o del cliente se coloca en seguida. Y, muy importante, la versión del guión debe ir “en todas las páginas en el extremo inferior derecho” (14).

Habiendo dejado claros los datos de identificación se pasa a los eventos o “unidades narrativas básicas en la radio”. Estos deberán numerarse y “siempre dejar un renglón vacío entre cada uno para mayor claridad” (15)

Distribución de los eventos en el guión radiofónico. Fuente: Herrera Espinosa, Alejandro, 2010: 15.

Antes de mostrar un ejemplo, señala algunas cosas que hay que evitar, como anotar “información adicional” tipo descripciones de los personajes o explicaciones; evitar los formatos o tipografías poco legibles, incluidas las cursivas o las justificaciones del texto.

Como puede verse, esta guía es muy didáctica e indispensable para todo aquel que de uno u otro modo está involucrado en la comunicación a través de medios masivos o de proyectos digitales en red. Y es que en el ejemplo se señalan y explican los elementos del guión.