En “La creación del cuento”, la primera conferencia, a sabiendas de que toda definición es insuficiente y que para la comprensión del cuento “[l]a analogía puede darnos idea de aquello que se escapa a toda idea”, sustenta la tesis de que “cada cuento es una criatura nueva que se instala en el universo con el esplendor con que se instalaría un nuevo insecto, una nueva bestia creada por el azar genético o la mano misteriosa de un dios que juega a inventar especies”. De ese modo: “La definición del cuento es el cuento mismo”. El cuento per se define su estructura, concentra su intensidad y su intención, descubre y encubre un misterio. El cuento se desborda y tal vez por ello no existe una teoría que siendo el resultado del análisis de un caso particular sea universalizable: “La física es una ciencia estéril en los dominios de la imaginación”. La literatura –pienso mientras leo-, en cuanto arte, exige creatividad (innovación o nostalgia, ruptura o asimilación, inevitablemente: transgresión) y creo que voy entendiendo los argumentos, pues al final se concluye que:
Quién no esté dispuesto a romper con lo que existe de frágil y soso, quien se pliegue a la autoridad de los imbéciles que son quienes generalmente se ocupan de la política, quien se deje enterrar por las minucias cotidianas y sepulte en ellas su imaginación, no puede ser un buen cuentista.
En otra conferencia, “La mecánica del cuento erótico”, se afirma que las metáforas “no son pocas sino una sola: el acto erótico, que remite y relaciona todos los temas y universos posibles”. De ahí –y teniendo en cuenta lo dicho a propósito de la analogía- la importancia de identificar los elementos de los que están hechos nuestros paraísos erótico/literarios, aquellos territorios que nos permiten sobrevivir a lo cotidiano: la atracción, lo desconocido, el aplazamiento, la manifestación de lo sagrado, la culminación gozosa…
Con la celebración literaria y el banquete erótico debe ir aparejado el misterio: tanto el misterio de un buen cuento como el misterio de una mujer [...] deben ofrecer un y conservar un núcleo de significación, una zona oscura, inaccesible, que permitan y obliguen a su posterior exploración. Una buena mujer, como un buen cuento, exigen relectura.
Un rasgo distintivo del cuento es –según se apunta en “El pájaro que cruza por el cielo del cuento”- su autonomía: “no debe depender de nada (ni de la historia, ni de la filosofía, ni de la actualidad…)”. Y sin embargo, “el mejor lugar para el cuentista no es ante la máquina de escribir, sino ante el mundo, en el campo de batalla de la vida real”. Escribir desde la realidad pero en absoluta fidelidad a las exigencias del universo narrativo del relato resulta paradójico, pero ese es el encanto de la literatura. Sólo en ese cruce de dimensiones es posible la “epifanía” y el deleite:
El placer de escribir cuentos y la satisfacción de hacerlo constituyen raras habilidades que, como las de los verdaderos virtuosos del violín, encuentran su premio en el ejercicio del arte. El resto debe llegar por añadidura.
Ejemplos de literatura, como la entiende Aguilera Garramuño, se encuentran en Borges, Revueltas, Poe, Nerval, Joyce, Updike. También en Henry Miller, “el macho metafísico”, y Vladimir Navokov, a quienes dedica sendas conferencias. En el primer caso, después de recorrer la vida/obra del autor de Sexus, concluye que
En el fondo, la única posibilidad de salvación de Miller –y del hombre en general- se halla en la posibilidad de que la carne no sea solamente carne, es decir, que la carne traiga, como los buenos juguetes, la pila incluida: es decir, el espíritu. En otras palabras: que el erotismo auténtico no sea otra cosa que amor.
En el segundo caso, se advierte un contraste inmediato en Lolita, la novela, que resulta ser “un alegato por la libertad de la perversión compartida, por la posibilidad de vivir la otredad y la falta de juicio por parte de los demás”. Frente a la presentación explícita de las escenas por parte de Miller se encuentra uno las descripciones indirectas de Nabocov: “El hecho de que en la novela no haya ni una sola escena sexual explícita es en gran medida lo que da su carácter estético, y es precisamente eso lo que hace que sea una novela erótica: mantiene una tensión constante de ocultación, algo atado que no se desata de todo”.
En “¿De dónde salen los cuentos?”, Marco Tulio aventura dos postulados, a saber: que “la constitución espiritual de cada escritor es propicia para cierto tipo de cuentos” y que 2) “cada cuento tiene su momento para manifestarse y ese momento tiene relación con el estado espiritual, con la situación existencial y el ánimo del autor”. Dicho y explicado lo cual, delinea las condiciones del cuentista (acaso de sí mismo): mitómano, movido por el egoísmo, dueño de un “carácter implacable, que lo hace capaz de sacrificar su vida, su familia, su estabilidad, por pulir un texto”. Finalmente explica cómo se originaron algunos de sus cuentos, sección que no sé si agradecer o reclamar. Aficionado como soy a la colección de palimpsestos me gusta imaginar las relaciones e influencias entre obras, por lo que tener noticia de la anécdota original enmaraña ese tejido intertextual (esa sería la base de mi reclamo); pero por otro lado, saber cuál fue el germen y leer el resultado es útil para imaginar el trabajo que requiere la realización del cuento (y que un autor deje entrever su técnica, es algo que se agradece).
Siguiendo el hilo biográfico, “La novela: seda entre las manos” revela los motivos de Breve historia de todas las cosas, la primera novela publicada por el colombiano residente en Xalapa, Veracruz, México. Se comentan además las experiencias referidas en Paraísos hostiles, “novela de la miseria humana”. Pero no basta con la vida ordinaria para escribir, porque novelar es orgnizar un tejido textual sedoso “que resbale entre las manos, que acaricie, que arrope, que seduzca, que se convierta en un espacio habitable, digno de ser extrañado”. Escribir es un proceso de aprendizaje (de técnicas narrativas y de saberes humanos en el que inevitablemente se va perdiendo el candor):
En “¿De dónde salen los cuentos?”, Marco Tulio aventura dos postulados, a saber: que “la constitución espiritual de cada escritor es propicia para cierto tipo de cuentos” y que 2) “cada cuento tiene su momento para manifestarse y ese momento tiene relación con el estado espiritual, con la situación existencial y el ánimo del autor”. Dicho y explicado lo cual, delinea las condiciones del cuentista (acaso de sí mismo): mitómano, movido por el egoísmo, dueño de un “carácter implacable, que lo hace capaz de sacrificar su vida, su familia, su estabilidad, por pulir un texto”. Finalmente explica cómo se originaron algunos de sus cuentos, sección que no sé si agradecer o reclamar. Aficionado como soy a la colección de palimpsestos me gusta imaginar las relaciones e influencias entre obras, por lo que tener noticia de la anécdota original enmaraña ese tejido intertextual (esa sería la base de mi reclamo); pero por otro lado, saber cuál fue el germen y leer el resultado es útil para imaginar el trabajo que requiere la realización del cuento (y que un autor deje entrever su técnica, es algo que se agradece).
Siguiendo el hilo biográfico, “La novela: seda entre las manos” revela los motivos de Breve historia de todas las cosas, la primera novela publicada por el colombiano residente en Xalapa, Veracruz, México. Se comentan además las experiencias referidas en Paraísos hostiles, “novela de la miseria humana”. Pero no basta con la vida ordinaria para escribir, porque novelar es orgnizar un tejido textual sedoso “que resbale entre las manos, que acaricie, que arrope, que seduzca, que se convierta en un espacio habitable, digno de ser extrañado”. Escribir es un proceso de aprendizaje (de técnicas narrativas y de saberes humanos en el que inevitablemente se va perdiendo el candor):
craso error: creer que contárselo todo a la mujer amada es un buen movimiento resulta ser una especie de pasaporte al eterno retorno: esa mujer estará el resto de su vida recordando a las otras mujeres, aunque uno ya las haya olvidado. Contarle todo a la mujer amada es como condenarse a llevar un chimpancé en el hombro toda la vida.
Se aprende también que “las novelas están estrechamente vinculadas a la situación económica del país en que salen publicadas: si el país está en crisis, la novela está en crisis”, que si “[l]a escritura es una satisfacción solitaria. Ser leído es como escapar del onanismo y entregarse al amor”, y que únicamente “siendo irredimible optimista se puede persistir en la profesión del escritor en estos tiempos de penuria”.
En “El gran modelo” se insiste en que las grandes motivaciones de hombres y mujeres se encuentran el amor y el erotismo: “uno escribe para ser amado”. “El erotismo es la historia de una carencia, la fábula de la lucha por satisfacerla, es amor a lo desconocido que en cualquier momento puede botar del ser que nos acompaña”, dice Marco Tulio. Esto explica sus temas. El amor y el erotismo están en la base de su poética personal. El deseo de más. Si García Márquez quiere escribir mejor que Cervantes, Marco Tulio por qué no habrá de buscar una obra más grande que Cien años de soledad (lo dirá más adelante). Esa es su actitud vital, tal vez por ello su meta sea el imposible: “Entender a la mujer es comenzar a entender la vida”.
Hay que decir que las conferencias son amenas, cual debe ser: escritas para ser leídas en público. Lejos de la pedantería académica, el tono personal no le resta profundidad al tratamiento de los temas explorados. Al contrario, la atmósfera es propicia para decir las cosas con simplicidad: “El novelista se hace en la lectura, en la vida, en el trabajo, en el escritorio y, sobre todo, en la libertad y la posibilidad de soñar”. Sin ocultar que “[e]scribir una novela es un acto de soberbia” y que “[l]os novelistas deben ser como las hembras traidoras. Nadie sabe lo que puede esperar de ellas, como nadie sabe lo que puede esperar cuando humilla a un novelista”.
En “El gran modelo” se insiste en que las grandes motivaciones de hombres y mujeres se encuentran el amor y el erotismo: “uno escribe para ser amado”. “El erotismo es la historia de una carencia, la fábula de la lucha por satisfacerla, es amor a lo desconocido que en cualquier momento puede botar del ser que nos acompaña”, dice Marco Tulio. Esto explica sus temas. El amor y el erotismo están en la base de su poética personal. El deseo de más. Si García Márquez quiere escribir mejor que Cervantes, Marco Tulio por qué no habrá de buscar una obra más grande que Cien años de soledad (lo dirá más adelante). Esa es su actitud vital, tal vez por ello su meta sea el imposible: “Entender a la mujer es comenzar a entender la vida”.
Hay que decir que las conferencias son amenas, cual debe ser: escritas para ser leídas en público. Lejos de la pedantería académica, el tono personal no le resta profundidad al tratamiento de los temas explorados. Al contrario, la atmósfera es propicia para decir las cosas con simplicidad: “El novelista se hace en la lectura, en la vida, en el trabajo, en el escritorio y, sobre todo, en la libertad y la posibilidad de soñar”. Sin ocultar que “[e]scribir una novela es un acto de soberbia” y que “[l]os novelistas deben ser como las hembras traidoras. Nadie sabe lo que puede esperar de ellas, como nadie sabe lo que puede esperar cuando humilla a un novelista”.
El autor de este libro está completamente loco, además es odioso hasta decir basta. Nadie lo soporta.
ResponderEliminares un poco dificil comentar acerca de algo que yo no se a mi me parecio una entrada algo confusa pero eso se debe a que el area en la que me desarrollo son las ciencias exactas pero me llamo la atencion algunos parrafos en los que se menciona que los escritores deben desarrollarse en la vida real y que solo hay un escenario principal que es el acto mismo espero no haber dicho algo que no venga al caso y si fue el caso una disculpa
ResponderEliminarAl amigo que no me soporta le digo que con que yo me soporte a mí mismo me basta. Si usted u otra persona no me soportan, es problema de ustedes, no mío, grandísimo frenólito.
ResponderEliminarLa literatura como actividad profesional requiere de escritores que dominen los recursos discursivos necesarios para amalgamar experiencias con horizontes imaginados, a fin de producir enunciados significativos. La obra de arte literaria, fruto de un trabajo intelectual profundo, también requiere de lectores capacitados y sensibles para entenderla. Desafortunadamente, la coincidencia afortunada entre autor, obra y lector, ocurre pocas veces. Al margen de esto, la personalidad es otra cosa. Un abrazo y gracias por la visita. Nos vemos pronto.
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