Recientemente leí la decena de cuentos de Juan Gerardo Sampedro, que publicó la Universidad de las Américas Puebla, bajo el título de Nudos, el año pasado. Lo primero que llamó mi atención es la forma en que la mirada del escritor selecciona aspectos cotidianos de la realidad –la mirada hacia el espejo, el dolor de cabeza, un accidente, el recuerdo de haber vivido en una determinada calle, los sueños recurrentes- para trascenderlos en un movimiento que desemboca por igual en el humor que en la nostalgia, mientras se hace alarde de dominio en técnicas narrativas y conocimiento de diversas tradiciones que llevan al lector de la polifonía a la minificción, con toques de literatura fantástica. Conforme me acercaba al final del texto, advertí que uno de los temas comunes del libro es el del Otro (mejor aún que la esquizofrenia, como alguien ha dicho).
He ahí la razón de la cita. Los cuentos de Sampedro me llevaron a los días en que leía los textos del filósofo judío que se salvó del exterminio y fue catedrático en Poitiers, París-X-Nanterre y París-IV-Sorbonne, tratando de entender el problema de lo Otro frente al Sí-mismo. La alteridad, siempre irreductible porque el Otro nunca podrá ser subsumido por el Ser pero que tampoco es el No ser. El Otro y lo Otro que nunca podrán ser idéntico al Ser. Otro, que se aproxima, que me concierne, que me re reclama en el cara a cara, que me toma como rehén, pero a quien no se le puede exigir reciprocidad porque hay un desnivel: el Otro es infinito. Lo Otro es desconcertante, incómodo, presente de otro modo que ser. El Otro en sentido radical. Muy distinto –como se ve- del otro yo y de la otredad, como la explica Octavio Paz en la Llama doble (más cercana a la relación Tú-Yo, de Buber).
La diferencia en el tratamiento del tema es evidente: frente al lenguaje filosófico (complicado por la resistencia del Otro a ser predicado con el verbo ser, que no le corresponde), se presenta ameno el lenguaje literario que sirve lo mismo para rendir homenaje que para apuntar hacia el misterio irreductible. Así, por ejemplo, hallamos a dos gemelas obsesionadas con Henry y un ropero, porque “creen que la ropa que uno lleva absorbe la energía de los inexpresados deseos. Y es que esa energía tiende a escabullirse de los roperos si no están casi herméticamente cerrados. Fuera de esos espacios, nadie sería responsable de sus acciones: actúa el Otro”. Pero es más que un desdoblemiento: es el enigma.
En “La memoria de los espejos” se intuye que la otredad desborda a lo mismo, el infinito se abre frente a la totalidad. Un joven periodista de nota roja toma una foto de un espejo, pero al revelar el rollo observa que la impresión no corresponde al negativo. Cada impresión es diferente. “En síntesis, el negativo era el mismo, pero las fotografías variaban”, gracias a lo cual llega a un gran descubrimiento.
Desde luego, en Nudos hay otros motivos temáticos, como el desencuentro y la violencia, la dimensión psicosomática de algunas enfermedades, la vida como una entidad cuyo sentido hay que descubrir o construir. Hay, además, espacio para la crítica de aquellos que “redactan con los pies, alterando la sintaxis, mal informados, sólo para salir del atolladero” y las convicciones puestas en boca de los personajes:
A decir de Julián, la nota roja debe trabajarse con el mismo rigor de todo texto literario. La inventiva y la creatividad son determinantes.
Y como dicen que para muestra un botón, va una minificción que remite, por una parte, al célebre Sueño de la mariposa y los argumentos fantásticos del taoísta Chuang Tzu, y muestra, por otro lado, la búsqueda y el imaginario de un sector de la juventud contemporánea:
En (?) sueños(I)
Me preparé para no soñar nunca más con los vampiros. Esa noche lo logré, sólo que a la mañana, bajo la regadera y ante el espejo, descubrí unas pequeñas marcas, como huellas de ratón, adheridas a mi cuello.
Nudos es un buen compañero de viaje, portátil y ligero como para leer en una sala de espera o tomando un buen café, pero no se agota en el divertimento. Es una invitación a pensar en la alteridad, esa presencia incómoda que nos impele y nos trastorna, que no se deja subsumir por el yo, que trasciende y desborda. En cuanto al autor, nacido en Zacatecas, Zacatecas, consigno lo que han escrito dos reconocidos escritores mexicanos, Guillermo Samperio y Pedro Ángel Palou. Según el primero, es un “escritor que elabora sus textos con meticulosidad, empeño, pero sobre todo con malicia, actitud indispensable en los buenos cuentistas”, y a juicio del segundo, es “uno de los cuentistas más acabados que ha dado nuestro país”.
Así es Sampedro es todo un caso al igual que vos, grossos los dos, buena vida a ambos.
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