sábado, 14 de marzo de 2009

Batalla con Bonfil

Comentarios tardíos al México Profundo

Cursábamos el bachillerato cuando nuestro profesor de historia sugirió la lectura de un libro de Guillermo Bonfil Batalla. Siguieron las recomendaciones en otras circunstancias y no faltó quien nos dijera «Hay que leerlo, está buenísimo». En todo caso la lectura de México profundo. Una civilización negada (México: Grijalbo, 2000) adquirió durante mucho tiempo la categoría de 'tarea pendiente'; pero como «no hay deuda que no se pague, ni plazo que no se cumpla» finalmente llegó a nuestras manos. Ya porque el mexican best seller sigue gozando de buena fama, ya porque recordamos el destino trágico de Edipo y comprendimos que no es bueno desafiar a los dioses (de cualquier modo habrá de cumplirse el oráculo), hemos leído finalmente el libro como quien se abandona a la fatalidad.

Desde las primeras líneas sentimos cierta desconfianza por cuanto Bonfil escribe (o mejor dicho, escribió hace ya algunas décadas). Para pronto, sostiene la muy discutible tesis de que, las identidades que prevalecen en pugna dentro del país son el resultado del encuentro violento de dos civilizaciones diferentes «nunca fusionadas aunque sí interpenetradas» (la occidental y la mesoamericana) así como de los siglos de dominio colonial. En otras palabras, el autor propone y opone la existencia de un México imaginario y un México profundo: «La coincidencia de poder y civilización occidental, en un polo, y la sujeción y civilización mesoamericana en el otro» (11); los malos (imaginarios) ostentado el poder, por un lado, y los buenos (profundos, ¿reales?) con el rostro negado, por el otro.

No discutimos aquí la existencia de una confrontación histórica. Todo encuentro es escenario de la violencia, sea entre individuos o entre pueblos o como quiere el antropólogo, entre civilizaciones. Lo que despierta nuestras sospechas es la mágica simplificación de la complejidad. Sabe que existen múltiples etnias con peculiaridades que las distinguen y hacen diferentes entre sí, pero opta por lo fácil, por la generalización y se conforma con el planteamiento bipolar de la situación. En su favor hay que apuntar que la aparición del libro se remonta a 1987, y en su contra, que ha aceptado las reediciones y reimpresiones (que no son pocas).

Por otra parte, los adjetivos empleados al momento de acotar sus conceptos operativos y la falta de correspondencia entre ellos aumentan la desconfianza: profundo e ideal no mantienen ningún tipo de relación evidente. Se encuentran en un desnivel conceptual irreconciliable. ¿Es eso lo que Bonfil desea plantear? Consultemos las entradas en el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia Española y permítasenos transcribirlas a continuación, para que el atento lector juzgue si existe o no correspondencia terminológica:

Profundo. (Del lat. Profundus). Adj. Que tiene el fondo muy distante de la boca o borde de la cavidad. // 2. Más cavado y hondo de lo regular. // 3. Extendido a lo largo, o que tiene gran fondo. Selva profunda. // 4. Que penetra mucho o va hasta muy dentro. Raíces profundas. // 5. Intenso, o muy vivo y eficaz. Sueño profundo. // 6. Difícil de penetrar o comprender. Concepto profundo. // 7. Dicho del entendimiento, de las cosas a él concernientes o de sus producciones: extenso, vasto, que penetra o ahonda mucho. Talento, saber, pensamiento profundo. // 8. Dicho de una persona: Cuyo pensamiento ahonda o penetra mucho. Filósofo, matemático, sabio profundo. //9. Humilde en sumo grado. Profunda reverencia. // 10. m. Parte más honda de una cosa. // 11. Lo más íntimo de una persona. // 12. poét. Mar. //13-14. poét. Infierno.

Ideal. (Del lat. idealis). Adj. Perteneciente o relativo a la idea. // 2. Que no existe sino en el pensamiento. //3. Que se acopla perfectamente a una forma o arquetipo. // 4. Excelente, perfecto en su línea. // 5. m. Modelo perfecto que sirve de norma en cualquier dominio. //. Pl. Conjunto de ideas o de creencias de alguien. Siempre luchó por sus ideales.


Hasta aquí la digresión sobre sutilezas léxicas. Es posible que el empleo de tales adjetivos responda a la sola preocupación de construir categorías de análisis, o que se deba a limitaciones lingüísticas insignificantes y que, en consecuencia, estemos apuntado un problema de tantos que los filósofos del lenguaje deseaban disolver. Volvamos entonces a lo que nos interesa.

Es en la Introducción donde el autor, tras señalar que a cada una de estas civilizaciones corresponde un proyecto civilizatorio, un paradigma y un futuro, define lo que para él es cada uno de estos Méxicos, cuyas relaciones han sido conflictivas durante los cinco siglos que lleva su confrontación. El México imaginario, es un «país minoritario que se organiza según normas, aspiraciones y propósitos de la civilización occidental, no compartidos por el resto de la población nacional» (10), mientras que, el México profundo, negado y excluido, es la encarnación de la civilización mesoamericana, que resiste a las clases dominantes; es el universo de «lo indio», «lo que realmente forma el patrimonio que los mexicanos hemos heredado» (12). Lo rescatable en las palabras preliminares, a más de las definiciones, es la intención de suscitar una reflexión sobre la innegable existencia de civilizaciones diversas en México (que para él son dos) y su criticable propuesta de «formular un nuevo proyecto de nación».

De ningún modo pretendemos descalificar gratuitamente el prestigiado trabajo de tan insigne autor. Nada más lejos de nuestro deseo. Líbrennos los dioses de semejante aberración. Sabemos bien que Guillermo Bonfil Batalla merece todo nuestro respeto y cariño, que con su postura crítica ha marcado un hito en la antropología mexicana, que tomó parte en el movimiento del 68 siendo profesor de la ENAH (y fue cesado de su cátedra, aunque la recuperó muy pronto, en tiempo de Echeverría), que mereció la Presea Manuel Gamio como premio a su trabajo en pro del indigenismo, así como el reconocimiento internacional. Pero ya que la ignorancia es atrevida (dicho sea por nosotros) y contando con que en un ambiente académico la confrontación enriquece, nos atrevemos a señalar los puntos que nos parecen débiles. Hagamos pues un recorrido por La civilización negada, Cómo llegamos a donde estamos y Proyecto nacional y proyecto civilizatorio, que son las tres partes en las que el antropólogo del CIESAS divide su trabajo.

En la primera parte sostiene que «la civilización mesoamericana es una civilización negada, cuya presencia es imprescindible reconocer» (21). En su opinión, esta unidad mesoamericana es un continuo cultural, producto del contacto intenso y prolongado entre las etnias, el desarrollo de elementos culturales compartidos, el hecho de experimentar un solo proceso histórico y compartir una cosmovisión, traducidos en formas de organización social concretas. Es obvio que tales características de la civilización son aplicables, en abstracto, a los europeos (o al mundo judeocristiano, si se prefiere). ¿Qué los distingue? Un accidente geográfico, nada más. Pero Bonfil insiste en tomar partido y señalar insistentemente quienes son los chicos buenos de la película: la vida en Mesoamérica, según él, está marcada por «la coherencia y la unidad», mientras que los occidentales tienen «formas de vida disímiles y contradictorias». Considere nuestro lector el peso de tales afirmaciones. Y diga si no es cierto lo que ha escrito Xóchitl Medina González en la revista Nexos: «Llama mucho la atención la benevolencia de los juicios que hace Bonfil sobre el pasado prehispánico. La visión no se aleja mucho de la apreciación romántica dada hace ya bastantes años por Eric S. Thompson, Miguel León Portilla y Laurette Séjourné».
De un lado tenemos, entonces, un círculo perfecto y del otro un cuadrado (conviene no olvidar esta comparación que, aunque burda, puede resultar útil a la hora de las conclusiones). El autor juega con un maniqueísmo impresionante a lo largo de la primera parte. Para los buenos, el paraíso, es decir, el campo; para los malos, el averno, o sea, la ciudad. Éstos, los sanguinarios; aquellos, tan pacíficos que ni San Francisco de Asís los hubiera podido igualar. Unos con un tiempo lineal orientada a la catástrofe, otros con una vida cíclica que se renueva a sí misma...

Sospechamos que un análisis con tal enfoque puede ser, si no tendencioso y sentimentalista, sí muy limitado. Y la misma Xóchitl Medina González confirmó hace mucho tiempo nuestras sospechas al señalar que numerosos estudios que ofrecen una visión diferente de la realidad social de los pueblos latinoamericanos han sido despreciados por Bonfil, quien «prefiere dar una imagen optimista de las sociedades mesoamericanas y evitar destacar las contradicciones sociales, las pugnas políticas internas y las que existieron entre los distintos grupos, por más que todos tuvieron un tronco cultural común.»

Comprendemos que «el rechazo a lo indio nos cierra la posibilidad de entender formas diferentes de vida y alternativas» (45), pero no nos parece, en principio, que la «indianidad» sea una condición superior, y que el haber crecido al amparo de la civilización occidental nos envilezca.
Que no se abuse de nuestra ingenuidad. En Europa, antes de la llamada modernidad, el tiempo también era circular, ¿vamos a decir por eso que Europa fue mesoamericana durante siglos, o que no era occidental? No. (En este caso, la contraposición sería entre modernidad y premodernidad, no entre Occidente y Mesoamérica). Que si en la dominación azteca «no hubo ningún intento por imponer la lengua de los vencedores», muy bien, ¿acaso no era esta la política del imperio romano? (nada más occidental). La diversidad lingüística de las provincias romanas bien pudo influir como factor en la caída del imperio; el uso corriente del latín es posterior al año 313 de nuestra era, y cobró fuerza gracias a la Iglesia; aún en este caso, nunca se anularon las lenguas vernáculas, de otro modo ¿cómo explicar el origen de las lenguas romances? ¿por mera degradación del latín?. En fin. No discutimos las diferencias y semejanzas entre unos y otros, aunque ni ‘unos’ ni ‘otros’ dan cuenta de los sujetos como tales, irreductibles de suyo a dos categorías. Sabemos que en el fondo, todos los hombres somos iguales (y sirvan los arquetipos para probarlo), aunque no todos somos iguales (contamos con una identidad étnica donde nuestra existencia cobra sentido), pero, a fin de cuentas, no hay dos hombres iguales. También el antropólogo lo sabe, pero no le parece importante, porque según él, «el problema está en la estructura dual, asimétrica, que subyace en el fondo de esa pluralidad» (Bonfil: 96), de ahí su insistencia en volver a donde ve el origen del problema: la Colonia.
La segunda parte trata de explicarnos cómo llegamos a donde estamos. Aquí nos dice que el desarrollo histórico de la civilización mesoamericana se vio interrumpido por la llegada de los españoles. Esto desencadena un proceso de desindianización, es decir, la ruptura del «mecanismo de identificación» (Bonfil: 94), por una parte, y una dinámica de resistencia «como lucha incesante de los grupos sometidos por conservar y ampliar los ámbitos de su cultura» (Bonfil:110). En su análisis, Guillermo dirige su crítica principal al proceso de conquista y colonización, desde los efectos de las pestes del siglo xvi, pasando por la Independencia hasta la Revolución. Sostiene firmemente que «el orden colonial es por naturaleza excluyente: descansa en la incompatibilidad entre la cultura del colonizado y el colonizador» como si no supieramos que esa es la dinámica del poder, presente desde el mítico Caín (si no es que antes, con aquello de las restricciones y expulsiones del paraíso) hasta la justicia infinita de Bush, pasando por la división de los andróginos, las cadenas de prometeo, el castigo de Sísifo, los innumerables crímenes políticos y genocidios... Momento, dirá nuestro lector, esta serie de datos no hacen más que corroborar la lógica sacrificial de occidente. Cierto. ¿Y qué nos dirá de los designios de Huitzilopochtli o las creaciones sucesivas del mundo en los mitos mayas, donde los dioses «deshicieron su obra y su creación» cuantas veces algo no se ajustaba su proyecto? No es extraño, por tanto, que «si el México profundo resultaba ser la negación radical del México imaginario», el indio, sujeto concreto, se convirtiera en el enemigo a eliminar, y a su vez, se desindianizara para salvar la vida. La lógica del poder prevalece al margen de las variantes históricas y geopolíticas. Al respecto, nuestro autor insiste en que «Esta cuestión debe verse con la óptica del oprimido, desde su realidad profunda, porque los cambios, por importantes que parezcan desde la perspectiva de quien domina, no lo son necesariamente para quienes padecen la dominación» (Bonfil: 181). Y viene entonces a nosotros la pregunta: ¿Él escribe desde esa óptica o es un occidental dedicado a decirle a los occidentales cómo deben verse a sí mismos los negados (léase indígenas)? Dejaremos la pregunta a ver quién quiere responderla.

Con todo, los mecanismos de exclusión inherentes al poder, han mermado significativamente al México profundo, pero no lo ha exterminado por tres razones que advierte Bonfil, a saber: la resistencia, la innovación y la apropiación, de las cuales se afirma en el libro: «El ejercicio cíclico de tales prácticas es, por una parte, una afirmación periódica de la existencia del grupo, una manifestación colectiva de su permanencia simbólica que se expresa simbólicamente en el cumplimiento de “la costumbre”» (Bonfil: 192). En el marco de la resistencia, conviene resaltar un aspecto: la resistencia lingüística, pues: «La preservación de la lengua propia tiene importancia fundamental para que se mantengan los códigos más profundos que expresan una manera de ver y entender el mundo».

La tercera parte del libro señala la necesidad de «echar a andar un nuevo proyecto nacional», Bonfil señala que no habrá futuro posible si no volvemos a nuestros orígenes y revitalizamos las potencias del México profundo, porque dice, y está convencido de que: «el problema central sigue siendo el mismo: la incapacidad de reconocer y aceptar al otro». Bien, parece que desde que el hombre pisó la tierra el problema no ha cambiado. Pero el autor de México profundo, en un acto de ilusionismo, y aprovechando el posible cansancio de su lector, pone una trampa, casi imperceptible, en uno de sus párrafos finales. Observemos.

Hay otra alternativa, que parte precisamente del reconocimiento y la aceptación de la civilización mesoamericana con todas las consecuencias de que ello implica. Este sería un proyecto organizado a partir del pluralismo cultural y en el que ese pluralismo no se entienda como obstáculo a vencer sino como contenido del proyecto» (Bonfil: 232).

No juzgaremos de utópica la propuesta (por no decir imposible), eso le toca al distinguido lector. Pero díganos si no es una salida fácil: durante 232 páginas abstrae la diversidad cultural para poder sostener la bipolaridad Occidente-Mesoamérica, y de pronto, sin nada más que un punto y seguido, fundamenta el proyecto en el pluralismo cultural y no en la síntesis una civilización dual, como sería de esperarse. Esto no deja de ser llamativo: pocas veces encontramos en un párrafo dos cláusulas que bien pueden corresponder a libros entre los cuales no hay nada que ver.

¿Qué pensaría el atento lector, si después de todo lo escrito en las páginas anteriores concluimos este ensayo diciendo, sin argumento de por medio, que tiene razón Roger Bartra cuando sugiere que estamos atrapados en «La jaula de la melancolía»? ¿No es similar lo que nos hace Bonfil Batalla al plantear el problema en términos de choque de civilizaciones y resolverlo (sin tratarlo) desde el multiculturalismo?

Basta. Ya le permitimos jugar con adjetivos que no tienen relación directa, ya lo dejamos dividir a los mexicanos en civilizaciones (como si existieran de un lado los occidentales puros y del otro los indios puros, sólo con posibilidades de interpenetrarse), ya consentimos que su propuesta de un nuevo proyecto sea como la cuadratura del círculo o la circunferencia del cuadro, ya recurrió a argumentos inconsistentes para ensalzar un pasado inalcanzable y desdeñar lo que para muchos es el único mundo conocido (o que nos conviene conocer), ya lo dejamos buscar las causas del ocultamiento del México profundo en la Conquista y la Colonia (cuando Florescano, ha señalado que este fenómeno se da hasta el siglo XIX con el triunfo de los liberales y la instauración de México como Nación), ya toleramos la inconsecuencia de querer rescatar algo que se afirma presente a lo largo de cinco siglos (si está presente, no hay que rescatarlo; y si no está, ya ni llorar es bueno). Eso y más podemos permitirle a un antropólogo ilustre, pero ese último intento de sorprendernos con sus dotes de ilusionista lo juzgamos metodológicamente incorrecto.

En fin, si su deseo era provocar-nos la reflexión sobre estos problemas, estando o no de acuerdo, sostendremos que el libro cumplió cabalmente su propósito. Nos incluimos en el grupo de los que no están de acuerdo. La cuestión indígena nos importa tanto como a él, pero disentimos de su método y rechazamos su visión melosa del mundo que trae a la imaginación ciertos curas predicando la instauración de la justicia social cuando todos se confiesen y comulguen. Puede ser, pero la idea no nos gusta. Preferimos la postura de Gonzalo Aguirre Beltrán, otro antropólogo connotado en este país, quien nos ha dicho que

Si el indio ha de salir algún día de su escala actual (será) necesariamente a través de su integración de un sistema capitalista o socialista que supere sus limitaciones. En las circunstancias actuales no veo otra manera —a no ser la de aislarlos en las cárceles de las reservaciones para que permanezcan incontaminados— de lograr la descolonización del indio y su liberación.

Suena cruel. ¿Dónde queda el otro? ¿Y el respeto a la diferencia? ¿Y todas las cuestiones éticas? Tan importante es responder las preguntas, como urgente es actuar para que, cuando lleguen las respuestas, todavía exista la razón que las origina. Porque, como ha dicho Vargas Llosa: «o los integramos o los vemos morir» (aunque de seguro se refería al Perú profundo y no a nuestros indígenas, pero para el caso, da lo mismo). Sólo esperamos no ofender sensibilidades, ni merecer el calificativo de racistas, si acaso el paciente lector se complace en la ensoñación y los discursos demagógicos o ha hecho suyo el dogma, lugar común, de que «todo tiempo pasado fue mejor». Para quienes están convencidos de que los mejor que le puede pasar a un mexicano es ser indígena (expresión viva del México profundo), Van nuestras más distinguidas consideraciones y tres ligas:

http://www.nexos.com.mx/internos/foros/cuestionindigena/mexico_profundo.asp
http://www.nexos.com.mx/internos/foros/cuestionindigena/etnia_vs_nacion.asp
http://www.nexos.com.mx/internos/foros/cuestionindigena/otra_vez_los_indios2.asp

3 comentarios:

  1. Willy Méndez García13 de mayo de 2009, 15:04

    Hola Profe:
    Este texto me parece que trata de explicar el problema del indígena y como es que los definimos actualmente; pero dentro del texto podemos observar que la división de México en dos le da esas características a la exclusión que viven ciertos grupos indigenas.
    En el estado moderno, el indio era visto como un prblema, en el cual la única solución era el exterminio o la homogeneización racial(como son los casos de Argentina y Estados Unidos). Los sistemas de exclusión dependen de las elites y de los otros, por que como lo demuestra el autor tratamos de definir nuestra civilización a partir de los que son los otros.
    Los otros viven al margen de la civilización pero son aceptados cuando su categoria jurídica y economica cambia, por que se ve en ellos la utilidad para el Estado.
    Ha México lo podemos comprender desde los que somos, lo que pretendemos ser y los resultados que obtenemos del proyecto de nación imperante.
    El indio en la actulidad sigue siendo ojeto de exclusion por que nunca aceptaremos los que vivimos en el infierno, que somos iguales a los otros.
    Este es un buen libro que debo de leer y que da una perspectiva antropológica de los otros y del México posmoderno en el que vivimos.

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  2. Willy Méndez García.13 de mayo de 2009, 15:14

    Mi último comentarios no aparecio, pero pienso que es un buen texto que nos permite ver la necesidad de definir a lo indígena y la perdida de las aportaciones culturales que estos grupos étnicos nos han heredado.
    Que tenga un buen día.

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  3. PROFESOR LO QUE PIENSO ES QUE SE ESTA EQUIVOCANDO DE CARRERA EH! Y DEBERIA SER ESCRITOR, NARRADOR O ALGO ASI, ME GUSTO MUCHO SU BLOGS, ESTA SUPER COMPLETO E INTERESANTE.
    GRACIAS POR TODO, SALUDOS.
    CUIDESE

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